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Pretérito Imperfecto

Flamenquín de RAE

En tiempos de disensos, no hay nada más integrador por su esencia y concepto que un atildado flamenquín

Así puedes pedir a la RAE que incluya la palabra 'flamenquín' en el diccionario

Francisco Poyato

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Distinguidos académicos puntocom, término éste que ingresó el pasado año en el Diccionario de la Real Academia que con tan estoico celo miman: comparezco ante ustedes de manera pública y junto a estas torpes letras para hacerme eco de un llamado recibido estos días en nuestra Redacción y que ha suscitado una cierta rebeldía espiritual en nuestro sujeto cordobés. Para nada, les anticipo, intoxicará cual bot (otro hijo reciente de su faraónica compilación lingüística) nuestra labor periodística. Un ciudadano de bien recoge firmas para que la palabra 'flamenquín' sea incluida en el DRAE. La sensación de orfandad es tal al conocer su ausencia de la enciclopedia de nuestro léxico -no así con salmorejo, que ya hubiera sido apocalíptico- que nos deja jirones de desamparo.

Media España lo busca con ahínco inusitado por bares, tabernas, supermercados o carnicerías, si fuera menester a más de cuarenta grados a la sombra. Centenares de miles de extranjeros lo han fotografiado entre el reparo, la lujuria y el exotismo. Y todos nuestros congeladores, el alma gélida de nuestras fantasias culinarias, lo guardan como oro en paño tal que un egregio símbolo de pertenencia. No les quiero contar en Bujalance, donde hace muchas décadas, un avispado vecino, Antonio Penalva, empezó a enrollar el lomo de cerdo con la tira de jamón para rebozarlo y freirlo en aceite a resultas de esa forma alargada que para nada insinúa micromachismo alguno (nuevo vocablo adoptado por ustedes). No entraremos ahora en la disyuntiva histórica de si Andújar o la bella localidad del Alto Guadalquivir. Pero aun otorgándole el beneplácito de los principios a la sin par vecina de Jaén -Alejandro Ibáñez, que en paz descanse, discrepaba de ello-, dicen que el primer bar donde se sirvió este icono del Valle del Guadalquivir se llamaba Madrid-Sevilla. Si el AVE vertebró España en 1992 con esa línea que se sobrepuso a un palacio de emperadores en Córdoba, qué no articulará este país un flamenquín capaz en su esencia conceptual de integrar alimentos en lugar de disgregarlos en farándulas y nitrógenos. En tiempos de disensos, independentismos y 'sanchismos'... no hay nada como el consenso de un atildado flamenquín, metáfora sustantiva donde las haya.

Caballeros de las letras mayúsculas y minúsculas, capaces de batirse en duelo por una tilde en una noble causa que nada contra la corriente de los tiempos superficiales que soportamos, apóstatas de la ortografía; no queremos causar compasión apelando al agravio comparativo, pero la fresca presencia de cachopo, sanjacobo, sancocho, quinoa, compango, rebujito o hasta el panetone italiano entre los más de 93.000 lemas acuñados nos enerva aún más si cupiera o cupiese. No podemos por más que revolvernos ante tal afrenta que no hay criptomoneda (otro palabreja más adquirida) capaz de atemperar. Ya en la segunda edición del Vocabulario Andaluz (1951), patrocinada por la Real Academia Española, aparecía nuestro flamenquín sin ambages, genuino, sin más acepciones ni queso. Memoria historica.

Atentamente, tengan a bien la venia.

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