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PRETÉRITO IMPERFECTO

Guardar la Mezquita

El Cabildo ha hecho estos años lo que los gurús llaman 'una oportunidad de una crisis'

Joaquín Alberto Nieva, nuevo presidente del Cabildo Catedral de Córdoba

Visitantes al Patio de los Naranjos VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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El Cabildo Catedral de Córdoba es el ente más antiguo de la ciudad. Más que el viejo cabildo municipal, hoy Ayuntamiento —la noche de los tiempos han visto severas trifulcas entre ambos—. La experiencia da un grado, y más con una escuela de dos mil años a las espaldas. A estas alturas es muchísimo más que ese inocente 'colegio sacerdotal' del que habla el Derecho Canónico, y en los últimos lustros ha tomado un rol protagonista, necesario y beneficioso, para la misma urbe que lo vio nacer. Un papel destacado que no pierde —salvo algún desvarío— la esencia guardiana de la Mezquita-Catedral, su verdadero sentido. Es más, adquiere su recorrido estratégico en esa razón de ser: defender y conservar con primor uno de los más bellos monumentos de la Humanidad, su legado cultural, histórico, arquitectónico y patrimonial..., y administrar los bienes propios (de rango y anchura).

Es por ello que el relevo acontecido en su presidencia sea un hito que obligue a pararse. A mirar atrás y otear el horizonte sin perder de vista la posición de los pies en el ejercicio visual. La llegada del canónigo Joaquín Alberto Nievas a la misma es una sólida apuesta por uno de los mejores perfiles con que cuenta la Iglesia en Córdoba en estos momentos.

Por su docta formación, por el profundo conocimiento de una estructura con muchos recovecos (desde la iglesia de una aldea hasta una cofradía, el patronato de una entidad educativa o el propio Obispado y las tripas jurídicas de todos ellos), por su talante y hasta por su edad, 53 años, que en un órgano con tantos siglos encima siempre supone un cierto soplo de aire fresco.

La sucesión de don Manuel Pérez no es cualquier canje, tras cruzar una de las etapas más complejas y convulsas contra la institución y el bien que han de hacer guardar y proteger. Me sigue admirando su serenidad. En la última década, el Cabildo ha dado —en gran medida obligado por las circunstancias— una vuelta completa de calcetín a su manera de ser y estar, pasando de los pasillos oscuros a las ventanas abiertas. De aguardar a buscar.

Ha desplegado una obra social y cultural más allá del costoso y esmerado mantenimiento del conjunto monumental, implicándose en Córdoba como pocos lo han hecho recientemente. No vamos a repetir el impacto económico de la Mezquita, directo e indirecto. Ha servido la pandemia para corroborarlo. Y ha mostrado una viveza inusitada, haciendo del templo madre un espacio más del ágora cordobesa, sus tradiciones y sus nuevos empeños artísticos. Un eficiente contrapeso hacia la silla de Osio.

Es obvio que la dura cruzada política y jurídica emprendida por la izquierda hace casi una década por la titularidad de la Mezquita —y antes de ello el tormentoso final de la caja de ahorros que poseía— hizo remover los cimientos oxidados de este 'colegio sacerdotal' que siempre ha mandado mucho. Despojar ese sinuoso ropaje de avaro poderoso y tener que demostrar lo que jurídica e históricamente no admite duda han sido un acicate para lograr lo que los gurús modernos hoy pontifican con el 'hacer una oportunidad de una crisis'. Y así ha sido.

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