ENTREVISTA
Isabel San Sebastián: «Para ser fuerte, una mujer no necesita ser fría e implacable»
La autora presenta el jueves en el Foro Cultural de ABC 'La dueña', la nueva novela de su ciclo sobre la Reconquista que viaja al belicoso siglo XI
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Los lectores de 'La dueña', la nueva novela de la escritora y periodista Isabel San Sebastián, publicada por Plaza &Janés, encontrarán un mundo en el que la guerra es permanente. Entre ellas está Auriola, la protagonista, una mujer decidida y tierna en un mundo en que los hombres siempre están en el campo de batalla. La autora presentará su obra en una nueva cita del Foro Cultural deABC el próximo jueves 1 de diciembre a las 20.00 horas en el Auditorio Cajasur, en Gran Capitán.
—En todas sus novelas el peso de las mujeres es muy importante, pero, ¿es 'La dueña' la más femenina?
—Es una novela relatada en femenino, como todas mis novelas, y en este caso incide además en el papel absolutamente determinante que tuvieron las mujeres en la Reconquista. Un papel silenciado por las crónicas y absolutamente despreciado.
—¿Qué aportaron las mujeres en aquel tiempo?
—Aportaron su presencia en un tiempo en el que los hombres estaban casi siempre ausentes: o bien porque estaban luchando porque habían caído en el campo de batalla. Esa fue una época de enorme mortandad, porque fue una época de constantes guerras entre cristianos o de cristianos contra musulmanes. El conflicto era constante, lo que significaba que los caballeros, mayores o menores, desde el rey hasta el último de los peones que se encuadraban en sus mesnadas, se pasaban gran parte del tiempo en el campo de batalla, combatiendo. Sólo ante los muros de Uclés cayeron siete condes de Castilla, y eran condes, el mayor nivel de la nobleza. De modo que, ¿quién sustituía a estos hombres al frente de sus casas, de sus dominios, impartiendo justicia o resolviendo conflictos entre las gentes que dependían de ellos, sosteniendo a sus familiares? Pues las mujeres, evidentemente. De las cuales las crónicas no dicen ni palabra, pero tuvieron que ser ellas quienes se ocuparon de eso.
—¿Qué capacidad legal tenían? ¿Podían actuar con autonomía?
—Las que tenían padre o marido, no. Esas estaban absolutamente sometidas, y de eso también trata la novela, de la historia de Auriola, la protagonista. Las que tenían padre o marido estaban totalmente sujetas a su tutela. Las viudas, y en esa época había muchas, sí tenían prerrogativas legales para ejercer sus derechos, para ser dueñas de sus vidas, y por eso la viudez era una condición bastante deseable para cualquiera que tuviera un espíritu mínimamente independiente, que quisiera ejercer su libertad. Las viudas sí podían hacerlo.
«Veo la guerra desde el punto de vista de las que se quedan, cuidan de los hijos y hacen frente a situaciones terribles»
—Tendemos a ver las guerras, sobre todo las lejanas, como una ocasión para la heroicidad y la hazaña, pero en 'La dueña' se recuerda lo que tienen de muerte y dolor, ¿no?
—Efectivamente. Veo la guerra en mis novelas, y en esta en particular, desde el punto de vista de las mujeres. Veo la guerra desde el punto de vista de las que se quedan, de las que tienen que cuidar de los hijos en ausencia de los maridos, de las que tienen que hacer frente a situaciones terribles, enfermedades terribles, accidentes terribles, y las que tienen que sufrir la devastación que trae consigo siempre la guerra. Ves lo que está pasando en Ucrnia o lo que ha pasado en Siria y te das cuenta de hasta qué punto las mujeres son protagonistas pasivas de las guerras que sufren tanto o más que los hombres. Lo cual no quiere decir que yo denoste la guerra sistemática. A mí me parece que la Reconquista fue una hazaña, una epopeya magnífica, necesaria y encomiable. Pero yo en mis novelas narro las consecuencias que tuvo esa guerra constante y esa vida durísima de batallar constante en la frontera para las mujeres que tenían que arrostrar las consecuencias y vivir resolviendo sus problemas ellas, y los de sus familias.
—A veces se ha pensado que quienes luchaban lo hacían por España o por la cristiandad. Usted, que conoce su mentalidad, ¿por qué cree que lo hacían?
—Lucharon sobre todo por su ambición y por su apetito de poder. Estamos en el siglo XI, un siglo de luchas fratricidas, en el sentido literal: hijos de una misma madre y un mismo padre. Navarros contra leoneses, leoneses contra castellanos, castellanos contra aragoneses. La Reconquista siguió adelante, hubo reyes como Fernando y Alfonso VI que ampliaron mucho los límites de la cristiandad, pero también hubo reyes que lucharon contra otros reyes, sus propios hermanos, por un territorio, por una herencia y por ambiciones personales, y hablo de esas luchas tratricidas que son las que más daño hacen. La novela empieza en la batalla de Atapuerca, que enfrentó a navarros contra leoneses.

—¿En su forma de narrar son vitales la humanidad y la ternura?
—Por supuesto. Mi protagonista es una mujer cuya vida se despliega por toda la novela, especialmente en la etapa de abuela. Ella no sólo protege a sus hijos y a sus nietos, a todos, aunque sobre todo a Diego, su nieto varón, sino que transmite la memoria de su marido, el abuelo de este niño, que murió en el campo de batalla antes de que el niño naciera y lo pudiera conocer. La abuela transmite esa memoria, ternura, amor y protección. Las mujeres de estas novelas son mujeres fuertes, son mujeres recias, como lo es Auriola; 0decididas, pero sin dejar esposas amantes, madres amantes, abuelas amantes. Estoy convencida de que una cosa no está reñida con la otra, de que una mujer para ser fuerte no tiene que ser despiadada, ni implacable, ni fría, y para ser tierna, no tiene que ser débil. Creo que la fortaleza y la ternura pueden, deben y generalmente van de la mano.
—Prosigue con su ciclo de novelas sobre la Reconquista. ¿Qué le está sorprendiendo Ciclo de la Reconquista. ¿Le sorprende lo que está encontrado al documentarse y escribir?
—Me está sorprendiendo, me está enseñando y me está ayudando a comprender la realidad actual, porque la España actual no se entiende si no se conoce lo ocurrido en esos siglos. Me está enseñando muchas lecciones: la primera es que la unidad nos hace fuertes mientras la fragmentacion y la división nos debilitan. La segunda es que la paz que se compra a cambio de tributos nunca dura. Hoy los tributos pueden ser literales o políticos, pero la paz no se puede comprar tributos.
«Esta época enseña a la de hoy dos cosas: que la unidad nos hace fuertes y que la paz no se puede comprar con tributos»
—En 'Las campanas de Santiago' tenía gran protagonismo Córdoba. ¿Sucede también en 'La dueña'?
—Cuando entraron los almorávides fueron terribles, terriblemente sanguinarios con los cristianos, pero también con los propios musulmanes de las taifas más liberales o tolerantes. En mi novela aparece una familia de un médico cordobés, que tiene que emigrar porque en Córdoba se ha impuesto la ley del terror, la sharía en su versión más feroz, hasta el extremo de que cualquiera que tenga libros que no sean el Corán es reo de muerte.
—¿Aquella vena intolerante y que termina con lo más moderada ayudó a la caída de Al Andalus?
—Según lo vieron los reyes cristianos, perdieron precisamente porque se habían ablandado. Los reyes de taifas querían pagar con oro la protección del acero de los reyes cristianos, de caballeros como el Cid, que luchó al servicio de algunos de ellos. Los reyes de taifas se habían amoldado a una vida cómoda. Se daban a los placeres carnales, habían heredado del califato una gran riqueza, cobraban tributos a sus súbidos para pagar la protección de los cristianos, y eso permitió a los cristianos avanzar. Los almorávides pusieron fin a todo eso y unieron a todo el Islam bajo su bandera a costa de mucho derramamiento de sangre, cristiana y musulmana, hasta que sufrieron derrotas y se dejaron seducir también por lo que se habían encontrado en España, que no es lo mismo que África. En Al Ándalus se encontraron condiciones de vida muy tentadoras.
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