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El patero del viernes

Mileuristas

El trabajo de juntar palabras y de decirlas luego en el Gran Teatro no requiere tanto esfuerzo como para que se le haga un ingreso

Antonio Varo

Córdoba

Tengo que desmentir a Góngora. El inmortal poeta cordobés escribió eso de que «todo el dinero lo iguala». Pues no: hasta el dinero hace desigualdad, y también en el mundo de las cofradías.

Me ha costado tiempo e insistencia, pero al fin lo he sabido. No con exactitud, pero sí con aproximación más que suficiente. Algunos de los pintores que hacen o han hecho los carteles de Semana Santa de Córdoba −en los últimos años, sin siquiera conocerla de primera mano, sólo por fotos− han cobrado por su trabajo unos mil euros, que no sé si serán antes o después de impuestos, pero da igual. Pero, vamos, he recibido la confirmación de que cobran, y es justo, claro que lo es, que cobren por su trabajo, faltaría más. Digno es el obrero de su salario.

Son dignos de su salario el orfebre que cincela varales o coronas, el sacerdote que predica sermones, el bordador que da puntadas de oro (o de tisú), el cerero que funde los codales, el florista que vende los claveles, el imaginero que rasca la madera, el dorador que reparte pan de oro por tallas y molduras, la costurera que confecciona túnicas y capirotes, el músico que compone una marcha por encargo, el hombre de la pértiga que levanta los cables, el de la escalera que enciende las candelerías, la banda que regala los oídos tras los pasos... Ahí estamos de acuerdo: todos ellos, y algunos más que no citamos por no alargar la relación, hacen un trabajo por el que merecen unos emolumentos.

Aquí cobra todo el mundo… menos los nazarenos, que no sólo no cobran sino que encima pagan (entre otras cosas para que cobren los que cobran), los costaleros, que en su mayoría son ya profesionales no pagados (aunque todo se andará) y el pregonero.

Por lo visto, hace ya unas cuantas décadas que el pregonero o pregonera −hasta ahora no consta que haya habido «pregoneres»−, no merece cobrar en dinero contante. Al parecer, el trabajo de juntar palabras durante horas y horas, días y días, y de decirlas luego en el Gran Teatro, no requiere tanto esfuerzo como para que se le haga un ingreso en su cuenta corriente: con la cena en el Círculo y la placa de aplaca o de cuero va que arde. ¿Que el dinero todo lo iguala? No, maestro Góngora: los pregoneros de Semana Santa no llegan a mileuristas, ni siquiera al Ingreso Mínimo Vital.

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