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VERSO SUELTO

Los amantes celosos

IU y PSOE han visto al Obispado ofrecer una ayuda a las universitarias embarazadas y se les ha llenado la boca de palabras retorcidas

El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, en un acto en la Universidad de Córdoba VALERIO MERINO
Luis Miranda

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Izquierda Unida y el PSOE tienen celos. Después de tantos años de cortejo, denuncias de comportamientos machistas incluso al dar los buenos días y proclamar a las mujeres como una especie homínida enfrentada al agresivo y pernicioso hombre que no piensa más que en mantenerlas debajo del zapato, han visto al Obispado meterse en su terreno y ofrecer un reconocimiento económico a las universitarias que sigan adelante con un embarazo a pesar de las dificultades. Todavía, se temerán, habrá jóvenes que busquen los 2.000 euros , con lo fácil que gracias a sus ideas se puso deshacerse de la criatura y seguir adelante con los estudios y la diversión.

Hay ciertos asuntos con los que la izquierda patanegra recuerda a la enloquecida voz poética de «La mataré» , aquel descarnado grito de desamor que escribió Sabino Méndez y cantó Loquillo : empieza hablando como si aquella «cintura morena» le hubiera correspondido, pero luego el oyente atento descubre - «nunca me juró su amor, lo creía eterno yo» - que aquello no era más que una ensoñación obsesiva que no había existido más que en una imaginación enfermiza. Las pasiones de estos partidos progresistas son imposibles porque no entienden que esos colectivos de desfavorecidos que crean son ficticios y allí no hay más que unos pocos o pocas tan ideologizados como ellos e igual de ajenos al mundo de verdad. No existen «las mujeres» a las que un periódico se preguntaba cómo ayudaría Podemos, tal si fuesen entes en minoría de edad; no es verdad que todos los hombres las maten como si fuesen un ejército de videojuegos y el colectivo LGTBI tampoco es más que una creación abstracta sin nada dentro: hombres o mujeres, personas al fin y al cabo, tienen intereses distintos, gustos diferentes, puntos de vista diversos o coincidentes y no los determinan ni el sexo que reciben al gestarse ni la orientación para buscar pareja. La mayoría tiene respeto sin que se lo dé ningún partido político protector.

Igual que a los que quieren de forma desordenada y febril, se les llenó la boca de palabras terribles que sonaban retorcidas; fue cuando dijeron que era «una degradación moral y ética» dar alguna ayuda económica a quien no optase por acabar con todo en un quirófano, o cuando opinaron que ayudar a quien decide va contra la libertad. No es raro: cuando hay que defender principios que despreciaron la ciencia y la razón para asentarse en las arenas movedizas del eufemismo que lo tapa todo con palabras asépticas, no hay más remedio que aferrarse a la idea como un dogma recitado sin entender. Como si quien ofrece una alternativa al aborto (un poco más que simbólica y con el resbaladizo nombre de premio, como si fuera un concurso) negase que la tierra es redonda.

Así pasó cuando la Universidad de Córdoba , incapaz como cualquier institución pública de salirse del rebaño, tuvo que pronunciarse. Primero se escudó en que no puede tener ideología, pero luego dijo que se remitía a su Unidad de Igualdad , como si donde hay científicos y médicos necesitaran que alguna experta en eso que llaman «género» les explicase algo y como si las profesoras y alumnas tuvieran falta, pobrecitas, de algún empujoncillo de cuota para poder competir con varones. No se dan cuenta, pero esto son ocurrencias de despacho y papel timbrado, ajenas al rumor de quienes viven fuera, como la mujer de la canción: «Y ella me sonreía y miraba hacia el mar».

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