Perdonen las molestias
Ciencia o barbarie
Las mafias de la angula han calcinado el barco científico del zoólogo cordobés Carlos Fernández. Nada nuevo bajo el sol
La ciencia siempre ha sido el buque insignia contra la barbarie. Por esa razón, al biólogo Carlos Fernández le han quemado el barco científico que estudia el ecosistema del estuario del Guadalquivir . En esto, como en tantas otras cosas, no hemos ... cambiado demasiado en los últimos milenios de la humanidad. Antes eran calcinados los astrónomos por hacer temblar los cimientos teocráticos de la creación. Ahora, se les prende fuego a sus instrumentos de trabajo. Algo, desde luego, hemos ganado.
El catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba lleva 40 años examinando cómo el río que vertebra Andalucía se muere lentamente asediado por un modelo de desarrollo depredador. «La salud del Guadalquivir es preocupante», nos alertó en una entrevista en estas páginas en el año 2014. Hay tramos de la gran arteria fluvial andaluza donde la vida ya ha dejado de latir. La contaminación y la invasión de especies exóticas amenazan el futuro de un río que lleva miles de años regando el gran valle del sur de Europa.
Desde ese punto de vista, Carlos Fernández es el forense de un cuerpo exhausto. Ausculta con la precisión de un galeno las constantes vitales del Guadalquivir. Es biólogo. Y los biólogos hacen su trabajo contra viento y marea. Como en el oscuro caso de las angulas. Ese sórdido negocio orquestado por mafias que esquilman todo rastro de vida en el estuario de nuestro majestuoso río meridional.
Hablamos de los «riacheros» . Los pescadores furtivos que se hacen de oro capturando angulas con redes asesinas de un milímetro de luz de malla. Son asesinas porque aniquilan de forma indiscriminada a todos los alevines que encuentran a su paso. Por cada kilo de angulas pescadas, otros ciento cincuenta de inmaduros son arrancados de cuajo de sus criaderos naturales.
En el estuario germina la vida. Aquí ven la luz los boquerones, las sardinas, los lenguados, las acedías y los langostinos que luego salen a mar abierto en el Golfo de Cádiz . Pero los bárbaros no entienden del ciclo biológico que ha garantizado durante millones de años el equilibrio del planeta. No ven más allá de su ombligo. Y de los 400 euros que vale el kilo de angulas a pie de río. Aunque para ello tengan que exterminar un ecosistema único e insustituible.
Ciento veinte agentes de la Guardia Civil desencadenaron la pasada semana la operación Ave Fénix para desmantelar 54 plataformas de pesca ilegal de angulas en el estuario del Guadalquivir. En respuesta, el barco científico que capitanea el zoólogo Carlos Fernández apareció reducido a cenizas. Todo indica que la mafia de los «riacheros» se tomó la venganza en plato caliente. El típico aviso a navegantes de la delincuencia organizada .
Los científicos siempre han sido gente incómoda. Por eso son necesarios. Tipos que se dedican a poner el dedo en la llaga y a remover los cimientos de un universo que creíamos acabado. A Giordano Bruno lo quemaron en la hoguera por sostener que el sol era una estrella más del cosmos y el firmamento estaba compuesto por un número indeterminado de planetas habitados por vida inteligente. En esto, como en tantas otras cosas, no hemos cambiado demasiado a lo largo de la historia. La ciencia siempre ha sido el buque insignia contra la barbarie. Lo mismo en las procelosas aguas del dogmatismo como en el agonizante estuario del Guadalquivir .
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