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En el estudio de...

Rafael Cervantes: cerca del hombre, lejos del mundanal ruido

En el Compás de San Francisco trabaja este fino retratista cordobés

Rafael Cervantes en su estudio de Huerto de San Pedro el Real ROLDÁN SERRANO

Félix Ruiz Cardador

Un caballete, pinceles y un fado sonando en una radio sencilla y «adornada» con goterones de óleo. Así descrito podía ser el taller de un pintor plúmbeo, «pessoiano», lisboeta, pero no: es el lugar de trabajo de Rafael Cervantes (Córdoba, 1967). Retratista finísimo, tiene su estudio en un semisótano de Huerto de San Pedro el Real , a unos metros del Compás de San Francisco y de su rojizo perfume. Un lugar donde en una mañana despejada, cordobesa en rumores, se escucha el canto filosófico de una fuente mientras se van olvidando los ecos legionarios de la Semana Santa . «Yo me crié aquí al lado, y para mí este barrio es tranquilidad», explica el artista sobre un estudio que tiene mucho de celda de placentero retiro.

Por dos veces de hecho se ve escrito de su mano en los muros un verso de Fray Luis de León : «¡Qué descansada la vida de quien se aleja del mundanal ruido…!». Una idea que a Cervantes, tímido, metódico, le viene al pelo. «Es mi lema» , explica. Y reconoce que a veces le tienta una existencia aún más aislada, pero con mujer y dos hijos, como es su caso, hay obligaciones sociales que cumplir. «No se pueden traspasar ciertas líneas», comenta este ascético seguidor del ascético Fray Luis.

En este estudio tan vivido, con restos de pintura, enredos varios y decenas de cuadros en las paredes, se ve en fin que su autor ha pasado aquí muchas, muchas horas desde que llegó en 2001. Reconoce Cervantes que ha dormido alguna vez en los sofás. « Es mi cueva y es perfecta -explica- pues en verano hace fresco y en invierno no hace demasiado frío». Como curiosidad exótica, en uno de los muros se observa una canasta de baloncesto, de esas que tocan en las tómbolas. Con ella se entretiene Rafael o quita tensiones cuando las musas, caprichosas, se ausentan. Y también añora un saco de boxeo que antes tenía colgado y en el que hacía manos «en esos días en los que no te pagan un encargo y te desesperas», según explica con humor.

El estudio de Rafael Cervantes se alza en sus detalles como un templo cotidiano dedicado a la pintura. Un arte por el que Rafael sintió interés desde la niñez, al ser hijo y sobrino de pintores aficionados. Con 18 años se recuerda montando el caballete, aunque reconoce que durante años vivió su afición « en la caverna », sin contacto alguno con el mundo del arte más allá de una curiosidad innata por los grandes maestros. El ingreso en una escuela de taller de la Merced fue decisivo pues le permitió conocer a la pintora Julia Hidalgo , a la que considera un gran influjo. «Me abrió la mente», dice.

Vinieron a partir de ahí los encargos, la maduración de un estilo influido de inicio por Eduardo Naranjo, Carmen Laffont o Antonio López y su relación con Arte 21 en los años en los que aún era posible exponer.

Se lamenta Cervantes de la ausencia de salas y del olvido sempiterno que padecen los pintores cordobeses, aunque tiene claro que su futuro sigue en el arte. Disfrutando de lo que más le gusta - divertirse ante el lienzo - y sobrellevando lo que le duele, que es cuando lo pensado « no se parece en nada » a lo que luego comienza a aparecer.

Asume ese desasosiego con ironía, veterano de mil guerras y sabedor de que la pintura puede dar alegrías pero también disgustos gordos. Sin esa admirable templanza de cartujo y de lector de Fray Luis, difícil le hubiese sido superar tristes capítulos feriales que mejor ni remover. Para qué hacerlo si la pintura de Rafa Cervantes es un río caudaloso que surge de muy dentro y que nada ajeno podrá detener. Quien ingresó en su genuino rincón pictórico lo sabe y quién alguna vez lo haga seguro que muy rápido lo entenderá.

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