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Coronavirus Córdoba

El confinamiento de la memoria: así es la vida en Córdoba de una paciente de Alzheimer

Los centros de día están cerrados, lo que obliga a las familias a multiplicarse

Trinidad, enfemerma de alzheimer, en su casa de Córdoba ABC

P. García-Baquero

Trinidad tiene 87 años pero se comporta como una niña de 5 años. Cada vez que ve el telediario pregunta cuándo podrá volver al cole. Y el cole no es otro que el centro de día de la Asociación de Alzheimer San Rafael donde acudía ilusionada cada mañana desde hacía tres años. Ahora está en casa, confinada por el estado de alarma del coronavirus. Trinidad no es capaz de recordar qué ha desayunado hoy pero por las noches canta villancicos o el «Cara al sol» y se los sabe al dedillo. Su hija María José Baena ha colgado la bata de auxiliar de clínica en el centro Castilla del Pino para acogerse al decreto que le permite cuidar de su madre, enferma de Alzheimer, en su casa.

María José intenta mantener la rutina cada día, excepto por salir a la calle, sólo va rápidamente una vez por semana al supermercado. Ha abandonado su casa para ir a cuidar de su madre en la suya, donde viven con dos yorkshire que adoran a Trinidad. Los dos perros van cada noche a la cama de su madre para darle las buenas noches, asegura su hija, que cree que tienen un vínculo muy especial con ellos.

Lo primero cada mañana es el aseo de Trinidad, luego, el desayuno, y a media mañana, a andar por los pasillos. María José es ahora su cuidadora, sus pies, sus manos y su cabeza . No cuentan con la ayuda de nadie durante el confinamiento, aunque tiene otras dos hijas. Una de ellas enfermera en Córdoba la llama varias veces al día para comprobar cómo se encuentran, pero no puede visitarlas por prevención. La otra hija se encuentra en Londres.

El confinamiento con una persona con Alzheimer en casa es complicado , pero María José se ha adaptado. Su madre asegura sólo echa de menos su cole, lo peor que lleva es no poder ver a sus compañeros. En la llamada telefónica, María José le pregunta a su madre cómo se llaman sus compañeros del cole, y sin titubear enumera uno a uno con una sonrisa a Fali, Agustina, Carmeli, José y Joaquín .

La incertidumbre de María José es si su madre algún día podrá volver a verlos, al centro. Y cuenta que el centro San Rafael ha sido para ellas milagroso . Su madre entró hace tres años en esta unidad de día especializada en enfermos con Alzheimer y no contenía ni su esfínter... poco a poco, y contra todo pronóstico, lo controla. El cambio en unos meses fue tal que incluso su hermana que volvió de Londres le preguntaba si estaba segura de que lo que tenía su madre era Alzheimer, pese a no recordar prácticamente nada, cuenta María José.

En el centro le inculcaron la responsabilidad, por lo que está siempre ilusionada en hacer «las tareas» , dibujos o manualidades que le ofrece su hija.

María José asegura que tener en casa a su madre le da «tranquilidad» no porque el centro de día, que es pequeño y familiar, no fuera absolutamente recomendable sino porque gracias a Dios no ha tenido aún que ir a una macro residencia de ancianos donde desgraciadamente están perdiendo la vida muchas personas y se sienten deshumanizados. María José cuenta el caso de su tía, la hermana de su madre y asegura que lo que vio en una de esas residencias privadas fue aterrador. En este sentido, hace un llamamiento a las adminstraciones públicas para pedir que se replanteen esos modelos de residencias donde los mayores pierden la ilusión. Esta auxiliar de clínica reclama que un abuelo no puede ser un negocio para sacar dinero.

Trinidad aún mantiene una sonrisa inocente y comenta las respuesta de su hija al teléfono. «Mi madre siempre ha sido muy sociable, ha trabajado fuera de casa para sacarnos adelante, estando mucho tiempo sola con sus tres hijas y pasando noches cuidando ancianos en sus casas , porque mi padre también estaba en Alemania trabajando; ahora no la vamos a dejar sola», cuenta María José.

De ese trabajo y de ese esfuerzo logró su casa, en la que ahora vive, por eso María José asegura que mientras su madre sepa cuál es su casa y ella pueda darle los cuidados que por ahora necesita prefiere que ella disfrute su hogar.

El confinamiento es menos duro, asegura esta auxiliar de clínica, cuando pueden disfrutar de los caracoles . Cada tarde, Trinidad a sus 87 años se toma su tacita de caracoles del Mercadona. «Para mi madre los caracoles son como el té para los ingleses», bromea.

La otra merienda que le encanta a Trinidad son los churros con chocolate y las aceitunas , que su hija compra de tres kilos en tres kilos. Al preguntarle a su madre cuánto le gustan las aceitunas, ésta contesta «eso no tiene fin».

Pero como un enfermo de alzheimer tiene días buenos, más tranquilos y otros no tanto. El problema muchos días, son las noches. Trinidad se queda en vela, y comienza a las dos de la mañana a cantar villancicos o canciones de posguerra, mientras recuerda cómo su padre viudo, - ella es la menor de 9 hermanos - pescaba peces en el río que ella adobaba.

Mientras, entre mimos y caricias de su hija, Trinidad se levanta cada mañana preguntando cuándo volverá el cole.

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