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CORONAVIRUS EN CÓRDOBA

Coronavirus | Aislados en el futuro incierto de Palmeras, Moreras y el Distrito Sur de Córdoba

Los vecinos de los barrios más pobres siguen el confinamiento con excepciones y temen las consecuencias económicas

Tres gallos se alimentan en un patio de Las Palmeras ÁLVARO CARMONA

Rafael A. Aguilar

«EL ‘contravirus’ va a acabar con nosotros: los que vivimos aquí no tenemos nada, somos pobres, y ahora encima no nos dejan montar los puestos en el mercadillo. ¿De qué se creen que vamos a vivir? ¿Del aire?». La vecina —zapatillas de paño, pantalones de chándal rojos, bata rosa— lo dice mientras espera su turno en la farmacia de la calle Ingeniero Benito de Arana, justo en el vial de Las Palmeras que corre en paralelo a la carretera de Palma del Río .

El barrio es uno de los cuatro de Córdoba incluidos por el Instituto Nacional de Estadística ( INE ) en los de menor renta de toda España —el grupo lo completan el Guadalquivir , el Sector Sur y el Higuerón-Manejeque — y la crisis del coronavirus , con sus variantes en la jerga popular, mella la convivencia con más fuerza que en las zonas de Córdoba con un poder adquisitivo más desahogado. Si el confinamiento es una orden sin distinciones, la herida que deja en los hogares con los recursos económicos contados es más profunda. Y hay muchos en el barrio del extremo de Poniente , más allá del cual ya solo existen núcleos de parcelaciones.

La farmacéutica de Las Palmeras regala a los vecinos mascarillas que ella fabrica con servilletas y grapas

El de la mujer que aguarda el momento en el que la farmacéutica le dé una mascarilla, por ejemplo. «Ha dicho el televisor que estamos en una economía de guerra, y resulta que aquí no ha venido nadie a echarnos una mano, a preocuparse por nosotros, a preguntarnos qué va a pasar con nuestros niños, ni con nuestros maridos, que además de no poder ir a vender al mercadillo los tenemos en la casa. ¿A eso hay derecho?», se queja. Asiente un hombre de mediana edad que acude a la botica a por la medicación de su hija, con problemas de asma.

«A nosotros siempre nos toca la negra: aquí vive gente de bien. Pobre, de acuerdo, pero de bien. Y nos piden que nos quedemos en casa, que no nos movamos de los pisos. ¿Usted sabe lo que significa eso en Las Palmeras ? Estar todo el día escuchando las carreras de coches, que sigue habiendo, aguantando las fogatas y el trapicheo de lo que todo el mundos sabe, que no ha parado...», lamenta.

La farmacéutica ha colocado una protección de plástico en el mostrador para evitar el contagio. «Sí, las hago yo, con servilletas y con grapas, y se las regalo a los clientes que vienen: casi todos me piden mascarillas homologadas pero no hay quien las huela con la que está cayendo», explica. «Que cómo está el barrio. Dese una vuelta y verá».

Grupos dispersos

Un recorrido por Las Palmeras de unos veinte minutos da idea de que, en general, los vecinos están cumpliendo con la instrucción de permanecer en sus casas, si bien cualquiera que haya podido observar cómo está la calle esta última semana llega a la conclusión de que los pequeños grupos de personas charlando desocupadamente son más numerosos que en el resto de Córdoba. Cuatro jóvenes miran el paisaje apoyados en un coche en ruinas abandonado en doble fila en la calle Ingeniero Alfonso de Churruca, que cruza el barrio de extremo a extremo, cinco más se toman una cerveza en la puerta de una tienda de comestibles y tres mujeres fuman en grupo en la plaza central del enclave.

¿Policía? Ni rastro a media mañana de ayer, si bien la Subdelegación del Gobierno ha redoblado las patrullas con motivo de estado de alarma. «La otra noche tuvieron que venir los del Ejército a dispersar a unos que estaban haciendo un fuego en uno de los patios comunitarios, como si la cosa no fuera con ellos», informa un vecino, que habla de oídas, porque la Subdelegación asegura que no le ha encomendado a las Fuerzas Armadas ninguna misión específica, presencial, en Las Palmeras. «Lo que sí hemos hecho es reforzar las patrullas de Policía Nacional : si antes iba un coche solo ahora van dos con la idea de que si hay algún problema estén más acompañados», subrayan las fuentes de la máxima autoridad gubernativa en la provincia.

Un vecino en su azotea, en el barrio de El Cerro ÁLVARO CARMONA

Las impresiones de una visita de media hora al barrio del Guadalquivir y al Sector Sur son parecidas. A la hora casi en punto que marca el nombre de la plaza del Mediodía cuatro empleados de Sadeco con mascarilla limpian y esparcen agua con líquidos desinfectantes sobre el acerado y sobre los bancos. Un padre sube con un niño pequeño por las escaleras y cuatro clientes de una tienda de comestibles aprovechan la tregua de la cháchara de la cola para comprar algo de pan.

«Ahora estamos todos igual, los del Centro y los de los barrios. Esto es como la muerte. El coronavirus nos ha vuelto iguales», dice una joven con una mascota. «Iguales no, niña, que los que viven por Colón te digo yo que no tienen en el banco lo mismo que tú y que yo», tercia otra vecina. «Yo me estoy hinchando de tele: me ha dado por ‘Verano Azul’ en la Televisión a la Carta . Veo la playa con gente y me pongo triste», comenta otra. «Yo soy más de HBO . Ahora dicen que con esto de la epidemia van a dar vales para que lo veamos todos gratis. Es una manera de ayudar», interviene un joven, también con perro, que aguarda su turno.

«Ahora somos todos iguales, los del Centro y los de los barrios: esto es como la muerte»

No muy lejos han cerrado el Media Markt y los cines y las tiendas de deporte de al lado, hasta el Burguer King , y así a primera vista lo que parece que es el barrio del Guadalquivir ha vuelto a ser un polígono. Pero vacío. Porque está vacío de punta a punta: desde las casas unifamiliares que dan a la variante de la autovía a las manzanas más conflictivas de la parte baja del enclave.

Cola para comprar el pan junto a la plaza del Mediodía, en el Sector Sur ABC

«No tenemos remedio: si el presidente dice que nos quedemos en la casa, hay que quedarse en la casa. Lo que no puede ser es que ayer viera desde la ventana a un nene dándose un paseo con un caballo y que yo me tuviera que encarar con una señora que, oye, tiene que ir todos los días, y dos veces, a echarle de comer a los gatos del descampado de detrás de mi casa. Si no teníamos poco con los perritos ahora estamos también preocupados por los gatitos. País», se desahoga un jubilado junto a una tienda de desavío en la calle Libertador Sucre.

La Policía redobla la seguridad y los vecinos se quejan de que siguen las fogatas y las peleas de gallos

También las tiendecitas de la esquina son en Las Moreras el único lugar que permite cierta socialización. Pedro tiene treinta años, un niño de dos años, otro en camino —«nos enteramos el martes de que la parienta está preñada», dice—, un coche con casi todas las letras por pagar y un carné del paro recién estrenado.

Un grupo de vecinos en los soportales de Las Moreras ÁLVARO CARMONA

«Monto aires acondicionados. Lo he ganado bien, aunque por rachas. Pero mi jefe, que se está curando de un cáncer, ha cerrado la empresa porque él es población de riesgo y está encerrado en su chalé. Así que ya se puede calcular cómo está la cosa», resume. «Menos quejarse que tú por lo menos vas a cobrar el paro. Yo vivo de las chapuzas en las casas y hace una semana que no me llama nadie. ¿Quién va a cambiar ahora un grifo o pintar en salón? Esto es una ruina auténtica. Veremos a ver por dónde explotamos», considera quien le antecede en el turno.

Suena un coche que arranca con fuerza en la calle que va a dar a la carretera de Santa María de Trassierra . Los tres veinteañeros que están dentro parecen ajenos a lo que está pasando. «Tontos hay en todos sitios», se escucha en la cola del pan.

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