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PASAR EL RATO

Divorcio en crisis

Se sabía que el matrimonio tenía que ver, a veces, con el dinero, menos conocido es que el divorcio también

Un foto de boda hecha añicos ABC
José Javier Amorós

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La crisis económica interrumpió hasta los malos sentimientos, alargando la duración de los matrimonios. Éramos tan pobres que no teníamos ni para separarnos. Lee uno en este periódico, que es de donde saca la inspiración cada semana, que ha descendido en Córdoba el número de divorcios en los últimos diez años. También baja en el resto de España, pero en Córdoba, más. Suministra la información Davinia Delgado, y a uno le parece de justicia citar la fuente. El comentarista depende del periodista. Y de los casados que resisten, en este caso. El periodista trabaja con materia sagrada, los hechos, que el comentarista convierte en materia prescindible, las opiniones. Somos menos que un becario de redacción, no importa la opinión que cada uno tenga de sí mismo. Nos salvan la imaginación y la sintaxis. Ahí puede fundamentarse la opinión que cada uno tenga de sí mismo.

La gente se casa y se descasa; o no se casa, pero también se descasa. El caso es que se descasa mucho. Hay facilidades. La confusión del amor romántico con el matrimonio está en el origen de tantos fracasos. Ni en la Iglesia ni en el Juzgado se pregunta a los aspirantes por sus sentimientos, sino por sus intenciones. El matrimonio es un querer de la voluntad, a la que han preparado los sentimientos. Casarse es querer estar juntos y divorciarse es querer estar separados. «No lo quisiera pensar, / pero sé que empezar algo / es verlo, al fin, terminar», según la soleá de Rafael de Penagos, aunque escrita con una intención distinta de la que aquí se emplea. Nos casamos para vivir acompañados, ignorando que «es más espantosa todavía / la soledad de dos en compañía». Si nos van mal las cosas, que siempre tiene que ver con nosotros mismos, volvemos a la soledad de partida. Y sigue girando la rueda. O sea, que la gente se divorcia cuando se da cuenta de que hace mucho tiempo que se ha quedado sola. El problema está en que quedarse solo a solas con la propia soledad no siempre nos hace felices. Sin darnos cuenta, nos hemos ido convirtiendo en nuestro peor enemigo, con la personalidad llena de noche. Entonces, ¿qué? Entonces, Internet.

Que el matrimonio tiene que ver, a veces, con el dinero es cosa sabida. Se conocía menos que también el divorcio está en manos del poderoso caballero. «La inestabilidad laboral o la dificultad para vender y adquirir una vivienda obligaron a muchos matrimonios a aplazar el divorcio», explica la periodista cordobesa. Juntos hasta que la nómina nos separe. Quién sabe si las penas sin pan habrán contribuido a limpiar el alma de coágulos de mala voluntad. —¿Qué sabes de fulano y de mengana?— Sé que les deben de ir muy bien las cosas, porque acaban de divorciarse. El padre formado en la recesión habrá aprendido a replantearse su relación con el futuro yerno. Se interesará más por el futuro que el presente. —Joven, quiero saber con qué medios de fortuna cuenta usted para divorciarse de mi hija—.

Los buenos sentimientos duran menos que la buena voluntad. A no ser que se trate de la misma cosa. Ha pasado por Córdoba el ángel de la compasión, y ha llenado las calles de corazón y de cerveza, que pueden convivir, si no se exagera con el uno y con la otra. El matrimonio. El divorcio. Cae la Pascua de Resurrección sobre este lunes en que escribo. Me gusta decirme, con el «Diario de Adán», de Mark Twain, que donde está ella, está para mí el paraíso.

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