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Verso suelto

Funeral de un gallo

Parece que más que la taberna, que puede revivir, quien ha muerto es la pobre ave de pelea

El propietario de la Taberna El Gallo en la barra de este popular establecimiento de Córdoba VALERIO MERINO
Luis Miranda

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QUE no se engañen los que se dejan embaucar por la criogenización y esas patrañas que sólo buscan sacarles el dinero: es muy improbable que la ciencia pueda resucitar alguna vez a una persona o a un animal que ha muerto. La congelación quizá funcione con los filetes de merluza y los solomillos de novillo de la Pampa para que conserven intactos su remolino de sabor, pero un corazón parado y un cerebro sin riego no tendrán marcha atrás cuando se descongelen. Más corta o más larga, la vida empieza para terminarse, pero cuando se trata de objetos, edificios o negocios la cosa es muy distinta. Son creaciones humanas que sobreviven a los que las fundaron y otros mismos pueden continuar con su trabajo cuando los primeros no estén o no se sientan con fuerzas.

Media Córdoba anda lamentándose del cierre de la taberna El Gallo , que después de más de ochenta años casi era la decana de las de su clase, y tal parece por la forma en que se lo toman algunos que en realidad es que ha expirado el ave que le da nombre, que después de tantos años de servir el fino amargoso, servir tapas de gambas con gabardina y escuchar las conversaciones sentenciosas de tantos parroquianos no ha podido más y ha entregado la cresta y los espolones en la parte del cielo a la que llegan los animales. Estoy hasta por preguntar si todo este tiempo de buen servicio y de conservar las esencias tabernarias pesará más en el juicio final de los animalistas que el haberse ganado la fama con aquella incómoda costumbre de las peleas de gallos, en las que, dicen, fue el más fiero e invencible de los años 30. Algo así como uno de esos gladiadores inmortalizados en los mármoles del Museo Arqueológico .

No, el bueno del gallo debió de acabar en pepitoria hace ya muchos años, y en la taberna se ha montado más un duelo con cabezadas lamentando lo inevitable que la certidumbre de una oportunidad. Incluso en la recogida de firmas por internet habrá más de uno que ponga su nombre pensando que cualquier día llegará el Ayuntamiento, que está cerquita, la declarará de interés público y pondrá a atender la barra a funcionarios con su convenio colectivo lleno de regalías y hasta un consejo de administración con todos los grupos representados. En cualquier otro sitio ya estarían los empresarios preguntando por el traspaso de una taberna con una marca inmejorable, una estampa que no es reconstruida sino conservada con buen criterio a lo largo de muchos años y una clientela que no faltó nunca y que entrará en cuanto la reabran como un puñado de compradores compulsivos al empezar las rebajas. Un caramelito que necesitará una buena inversión, negociar con el dueño del local el alquiler y buena mano para contratar a profesionales. Para los que la han trabajado sin descanso en estos años sería la certeza de un retiro dorado y para el valiente que lo coja será una operación más rentable que los antiguos depósitos a plazo fijo de Cajasur y hasta que una licencia de taxi.

Los que empezaron a recoger firmas virtuales quizá pensaran en eso tan raro de la iniciativa privada, tal vez en condenar al trabajo eterno a quienes les han servido el vino en estos años. En todo caso ya tardan quienes se dedican a hacer programas electorales: las municipales están muy cerca, aunque apenas haya candidatos y la Alcaldía de Córdoba bien vale prometer un medio a unos parroquianos huérfanos de entusiasmo y tabernas.

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