Pretérito Imperfecto
El Guernica del Sur
Cabra no tuvo la suerte de ser tocada por el halo mítico de un pincel y un pintor genial

A las 6.27 horas del 7 de noviembre de 1938, tres Topolev SB-2 Katiuskas de fábrica soviética despegan del aeródromo de Cuevas del Reíllo (Murcia). Pertenecen a las fuerzas aéreas del bando republicano. Van cargados en sus bodegas con cerca de ... dos toneladas de bombas (seis artefactos pesados de 250 kilos y una docena de 15 kilos). El frente de la Guerra Civil española está focalizado en el Ebro . Apenas restan seis meses para que acabe la masacre que arruinó a todo un país y sigue marcando su agenda política ochenta años después. Han transcurrido dieciocho meses del bombardeo de Guernica por aviones alemanes e italianos a las órdenes del bando nacional y donde los últimos estudios oficiales cifran en 126 las personas que perdieron entonces la vida como cobayas del nuevo armamento. El hito vasco es zona de retirada militar y encierra fábricas de armas. Semanas después, Pablo Picasso , el genial pintor malagueño, exhibía por encargo del gobierno de la Segunda República en la Exposición Universal de París su obra universal sobre aquel horrendo episodio que se convertirá en icono del horror bélico.
Los «katiuskas» sobrevuelan zona nacional y entran por Iznallor hacia el corazón de Andalucía . Mañana gélida en Cabra , que cuenta con poco más de dieciséis mil habitantes. Situada a unos mil kilómetros del frente del Ebro, con nula presencia militar y ningún antecedente que la catapultase a un objetivo poderoso en las estrategias de unos y otros. Hace frío en el mercado -hoy, el centro neurálgico-. Se ha suspendido el reparto de patatas y no hay el ajetreadísimo bullicio de otras veces, aunque sí un rosario de mendigos como los que pueblan toda la geografía española y la afluencia habitual de vecinos en busca de víveres.
El rugido de las aeronaves empieza a notarse por el noreste del casco urbano egabrense, donde cruza cada día el tren del aceite que recorre la espina dorsal de Andalucía. Son las 7.30 horas de la mañana y los «topolev», en formación de ala, comienzan a lanzar las casi dos toneladas de bombas en varias salvas mortíferas. Primero el mercado, donde mueren de manera inmediata 38 personas y luego a causa de las heridas otras 26. Después la Plaza Vieja, con 500 kilos de munición que barre manzanas de edificios y el aulario del colegio de las escolapias donde minutos después deberían haber comenzado las clases. Y, finalmente, el barrio histórico y humilde de la Villa. El fugaz vuelo de las tropas republicanas dejaría 109 muertos (catorce niños) y centenares de heridos.
El próximo miércoles se cumplirán 80 años de este cruel pasaje que no fue tocado por el halo de ningún mítico pincel ni llegó a ningún parlamento europeo como signo de los tiempos, entre otras conquistas propagandísticas. Algunos siguen defendiendo, incluso hoy, que fue un error de cálculo, pese a que días antes, y según archivos militares, varios aviones del mismo bando habían sobrevolado como reconocimiento la zona. Incluso cuando en fechas anteriores, otros puntos de la Subbética habían sufrido ataques de similar hechura. Aunque salvo excepciones, tampoco se han estudiado en profundidad.
Detesto cada día más a la fanfarria oportunista de la memoria histórica y a los que se empeñan en vivir de las heridas y emponzoñar el futuro sin superar el pasado.
Los muertos de Guernica y de Cabra, como los de cualquier cuneta o convento, y sus familias, tienen el mismo derecho a ser enterrados y descansar en paz, sin demagogias. Pero hoy, ochenta años después, que se hace de los huesos de Franco política de Estado, argumento electoral, cortina de humo o motivo de peregrinación glamurosa al Vaticano , conviene recordar algunas cosas.
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