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Pasar el rato

Lo importante

Las buenas madres nos enseñan que la historia la han hecho los particulares aunque en los libros figuren las castas superiores

Una madre de familia numerosa en los años 70 del siglo pasado LUIS ALONSO
José Javier Amorós

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Pasan los días sin pausa, como ministros de Sánchez . El tiempo va huyendo de nosotros y no da explicaciones. Queda poco tiempo para andarse por las ramas, que son lo más interesante del árbol. Ocupémoslo en lo importante. Que no es usted, Sánchez, aparte el cacillo, haga el favor, ya le he socorrido otras semanas. Vuelva más adelante, a ver si tengo algo suelto. Ahora, vamos a lo fundamental. A lo que permanece y nos sostiene. «Se debe leer muchas veces lo mismo, pero no muchas cosas», recomendaba Plinio el Joven , en las « Epístolas ». Y a uno le parece que se debe escribir muchas veces lo mismo, pero no de la misma manera. La novedad está en la mirada. Vayamos a la vida corriente, a la vida sencilla sin aspiraciones de inmortalidad , a la dulcísima y amabilísima vida vestida de diario, que es la única que lleva incorporada la vida eterna. Vamos a la familia, a los pocos amigos verdaderos, a las calles y los ríos que nos fueron haciendo como somos. Queda una gota de lluvia en los labios de la amada y aún tenemos «un puñado de pájaros contra la gran costumbre». Gozar, penar, amar; morir , quizá. Nuestra mejor compañía sigue siendo el niño que todavía queda en nosotros, el que nos lleva de la mano como «la nostalgia, / ese sol que va quedando / al ponerse sobre el alma…», que cantó mi querido Rafael de Penagos . Ese niño que fuimos nos visita, obstinado como un niño, cada mañana, y se vuelve sin caricias y sin conversación, el pobre. Nos ha sorprendido en el peor momento del día: preparando los caminos de la humanidad.

En el cuarto de estar se ha sentado un momento la madre. Quizá haya cuartos de ser, pero las madres no tienen vanidad. Lo que ellas quieren es estar disponibles. Es una madre todavía joven, si alguna madre puede ser vieja, que no lo creo. La mía, no. La de mis hijos, tampoco. Suspira suavemente y cierra los ojos, no sabemos si duerme o sueña. Lo segundo es más probable, las madres velan siempre. Y sueñan, para poder resistir. Para cada hombre hubo un día en que se quedaba dormido en los brazos de su madre, agarrado a su mano, mínimo y frágil como un gorrión . Entonces estaba todo bien bajo el sol, y los brazos de su madre eran el armazón de la felicidad. Las madres proceden directamente del corazón de Dios, y aunque sus palabras no puedan considerarse, ni procesal ni sustantivamente, palabra de Dios , como a menudo les gustaría a ellas, no hay que olvidar que las palabras de una madre las canta el corazón, y esa sí que es música celestial. Una madre tiene siempre muy buenas razones, incluso cuando no tiene razón, y nosotros no somos quién para establecer la diferencia con nuestra estrecha mentalidad de filósofos de tertulia. «Abrígate, empieza a hacer frío». «No vuelvas tarde». «Por qué no llamas más a menudo». «Escríbenos». «Ven a vernos». «Te echamos tanto de menos…». «Sí, mamá; bueno, mamá; pero, mamá…» ¿De qué manera más bella podría emplearse el lenguaje humano? Por su madre los conoceréis. Las buenas madres de la vida diaria nos enseñan que la historia la han hecho los particulares, aunque en las enciclopedias figuren únicamente las castas superiores. El mundo es obra de los hombres vulgares, y sólo una madre es capaz de devolver su arrogancia al auxiliar administrativo y de humillar la cabeza, para acariciársela luego, al cretino más importante de la promoción. Morir no es para tanto, si volvemos a sus brazos.

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