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PRETÉRITO IMPERFECTO

El ama de llaves

El Ayuntamiento se ha convertido en una pesada y torpe maquinaria ingobernable

La alcaldesa, Isabel Ambrosio VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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El Ayuntamiento de Córdoba se ha convertido en una mala ama de llaves que ni hace ni deja hacer, pero sigue mandando mucho. La oscura protectora de lo inhóspito. Un bucle que puede llegar a desesperar al más entusiasta de los empresarios, al más talentoso de los emprendedores o al más cabal de los contribuyentes y asesores. La principal organización empresarial ha intentado esta semana darle un pellizco de monja a los actuales gobernantes de la cosa, pero ha sonado más a lamento en el desierto que a brama enfurecida. Aunque la C onfederación de Empresarios de Córdoba se encuentra en un buen momento de salud interna y credibilidad externa después de la sarracina que dejó la crisis y su anterior capataz, su relación con el poder local siempre fue más la de un conspicuo cómplice que la de un férreo contrafuerte social. Defensor de intereses comunes y no particulares. De ahí que cada vez que intentan tirar de las orejas a los señores capitulares, cueste medir los decibelios reales del malestar o la profundidad de sus reivindicaciones. Nos falta todavía mucha cultura contestataria en esta ciudad que vive de una coartada llamada participación ciudadana, que realmente es un anestésico para adormecer la opinión de la calle.

El Ayuntamiento se ha convertido en una pesada y torpe maquinaria ingobernable. La señora Ambrosio y el tal García suponen que mandan, pero es una ilusión. Su margen de acción y su capacidad y competencia sólo les puede llevar a empeorar las cosas y, difícilmente, a sacar alguna faena adelante. Es lo que está sucediendo. Ha sido siempre así —la paternidad de Anguita y el sello comunista tiene mucho que ver en esta amalgama—, aunque con el tiempo los resortes de este poder oculto han ganado terreno. Y en descargo de la clase política, más o menos acertada, no puede ser que un ayuntamiento esté en un permanente torniquete por uno o dos funcionarios en su más que celoso afán interpretativo de la norma.

El panorama es desolador, pues, para el futuro a corto plazo. Por un lado, los expedientes para que un negocio de la magnitud que sea prospere en Córdoba se agolpan en las mesas de la Gerencia de Urbanismo en clave eclesiástica: la eternidad. Si no impera la ideología, impera la rencilla técnica o la desidia. Y si no, la mano del tal García y su encargado. Por otro lado, la máquina burocrática de poner en marcha contratos de obra y servicios públicos en el Consistorio matriz los despacha a cuentagotas, tarde y en algunas ocasiones mal. Y mientras, millones y millones de euros en inversión pública duermen el sueño de los justos. En estos momentos hay 66 contratos por valor de 13 millones de euros con pedigrí europeo en el congelador de la calle Capitulares, amén de otros servicios enredados aún en una frontera de papeleo. Es imposible predecir el tiempo que van a tardar en ver la luz. Cuando a lo peor debamos pensar, como ya ha sucedido, que terminemos perdiendo fondos por el incumplimiento de plazos o defectos formales. No es factible que una ciudad como Córdoba avance de esta manera. O, lo que es más grave, genere empleo, acaparando como está los ranking de paro y niveles de pobreza.

El único programa electoral para el año próximo debiera ser el de un pacto de todos los partidos que concurran a las elecciones municipales para reordenar y agilizar de manera efectiva un paquidermo que nos cuesta cada año a los cordobeses una barbaridad. No inventen maquetas, infografías, centenarios o festivales para llevárselo calentito, basta con poner orden donde no lo hay y engrasar una máquina que va a terminar por arrollarnos a todos.

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