Verso suelto
El hijo de la modista, la hija del obrero
Cuando hacen falta cosas de vida o muertecom las mascrillas apenas hay manos capaces

Nadie la ha dicho porque es probable que las nuevas generaciones ni siquiera la conozcan y que los antiguos la hayan olvidado, pero a mí me ha venido a la cabeza en estos tiempos en que hacía falta coser a toda prisa. La palabra es ... modistilla y designaba a una mujer joven que a falta de mejor formación académica , que en ciertos tiempos no estaba al alcance de casi nadie, se daba maña para hacer vestidos y ropa con mucho esfuerzo y a cambio generalmente de poco dinero. Era un época en que todas las mujeres que no fueran ricas sabían coser , porque la ropa tenía que durar más de una vida, no todo el mundo podía pagarse un sastre y el «prêt à porter» no se había inventado. Las jóvenes solteras se sacaban algo de dinero antes de casarse con un hombre que también sabría bastante de hacer muchas cosas con sus propias manos.
Mucho peor que el ir y venir sobre la utilidad o inocuidad de las mascarillas , sobre su obligación o su recomendación y sobre dónde encontrarlas mientras los muertos iban creciendo a razón de casi mil al día es constatar la certeza de que en España no había fábricas capaces de hacerlas, o políticos con luces y capacidad para encargárselas. Se vio en Córdoba y en muchos otros sitios: hubo comunidades de monjas y de mujeres seglares que tomaron la aguja, las tijeras y el tejido para hacer las que pudieran auxiliar un poco para frenar lo que ya empezaba a ser una masacre. El Gobierno negociaba con dudosos proveedores chinos mientras la economía se iba secando como un árbol al que riegan con aguarrás y la gente que se ponía manos a la obra ayudaba al tiempo que ponía a la sociedad del siglo XXI frente a un espejo: cuando hacen falta c osas de vida o muerte apenas hay manos capaces de fabricarlas.
El hijo del obrero, como se gritaba en los años 80, fue a la Universidad y se graduó en Administración de Empresas, se fumó en tres másteres el dinero que su padre había amasado como buen fresador o sin levantar la vista de una cadena de montaje, y terminó encadenando trabajos precarios y vendiendo humo. Su hermana, hija a su vez de un ama de casa que sacaba un poco de dinero cosiendo estupendos vestidos mientras sumaba grosor al cristal de las gafas de vista cansada y que siempre trabajó mejor que tanta gente enferma de glamour que epataba en las pasarelas, no quiso meter en un dedal las uñas siempre bien pintadas. Aunque hizo Periodismo pensó que eso de la calle y la lectura de los periódicos no iba con ella y terminó en la comunicación corporativa de las notas de prensa y haciendo cursos para distinguir entre los colores del corazón que impactan a más gente con sus mensajes en las redes sociales . De vez en cuando él se cruza con un compañero de colegio al que dejó de frecuentar cuando tiró por la FP , y que ahora peina casi tres mil euros al mes con trabajos exquisitos de carpintería . Ella alguna vez ha tomado café con una vieja amiga que sí aprendió a usar las tijeras y creó una empresa local que sin hacer ruido viste a gente que paga bien.
Ahora en España no hay quien sea capaz de hacer mascarillas o nadie capaz de comprarlas, que será mucho peor, mientras el país está lleno de funambulistas de cuello almidonado en el alambre de la precariedad pero con título de doctor en marketing, y de padres quizá orgullosos de que sus hijos no hayan tenido que trabajar con las manos .
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