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CONTRAMIRADAS

Manuel Mateo, autodidacta, rapsoda, cantaor y novelista: «Los libros nos salvan de la miseria»

Superviviente de aquella generación perdida de posguerra, fue guardador de marranos con 10 años y lazarillo con 14. A los 85, publica su primera novela

Manuel Mateo en su vivienda del Campo de la Verdad FOTOS: VALERIO MERINO
Aristóteles Moreno

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Hijo del hambre y el frío, Manuel Mateo nació frente al Molino de Martos, hoy calle Ronquillo Briceño, en el seno de una familia pobre de solemnidad. Su vida, en verdad, encarna la de aquella generación de posguerra maltratada por la historia. A los diez años, su padre lo arrancó del colegio para mandarlo a un cortijo de Villarrubia a cuidar vacas y marranos por cincuenta pesetas al mes, cama y comida. Durante dos años durmió en un jergón de yute rodeado de bestias en un régimen laboral que poco tenía que envidiar a la esclavitud. «Con el calor de las vacas, dormía calentito», se consuela.

Las familias de entonces, sobrecargadas de chiquillos por todas partes, se proponían como primera medida de austeridad quitarse bocas de la mesa como fuera. Manuel era el primogénito y los niños de antes, apenas cumplidos los ocho o nueve años de edad, ya eran validados como fuerza de trabajo . Y de ingresos.

Dos años después, se colocó de lazarillo para un ciego que vendía cupones. El invidente le ponía la mano en el hombro a modo de guía y el joven se perdía por el dedal de callejones de la Corredera para cantar los números del día. Ganaba 2,5 pesetas cada jornada. Los trabajos, mal pagados y de baja estofa, se fueron sucediendo hasta que años después se colocó de conductor de Aucorsa . Manuel Mateo apenas pudo sentarse en un pupitre año y medio en toda su vida. Todo lo que sabe lo ha aprendido por su cuenta. Gracias a ese impulso innato suyo hacia el conocimiento. «Cada vez que pasaba por un colegio me quedaba mirando a los chiquillos uniformados con los libros debajo del brazo », asegura.

¿De dónde le venía esa fuerza por estudiar?

Es una cosa que he tenido dentro. La ilusión por la cultura.

Autodidacta tenaz, ha devorado revistas, periódicos y todo cuanto ha caído en sus manos. Y se ha sumergido en la poesía clásica española, desde Lorca a Miguel Hernández , pasando por el Duque de Rivas . En 1974, recibió una carta de la Real Academia de Córdoba. Le habían premiado un poema suyo. Recogió el accésit en una ceremonia del Alcázar de los Reyes Cristianos de manos de su presidente, el arabista y veterinario Rafael Castejón y Martínez de Arizala . El erudito cordobés le felicitó efusivamente al término del acto y Manuel Mateo, armado de su providencial desparpajo, le espetó: «Si tanto les ha gustado, ¿por qué no me han dado el primer premio ?».

Años después, otro poema dedicado al Cristo de los Faroles fue incluido en una antología de la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) sobre costumbrismo español . Ha escrito versos y relatos, ha sido rapsoda, autodidacta y cantaor flamenco, y hoy, con 85 años a cuestas, acaba de publicar su primera novela . El resto de su obra, una colección de 14 libros que conserva como oro en paño en la vitrina del salón de casa, fue editada por él mismo en una sencilla imprenta de barrio.

Y ahora, a la vejez, novela.

Esto ha sido como un último capricho. Mis amigos me aconsejaron que la publicara. Y lo hice.

¿La escritura alarga la vida?

A mí sí. Nací en el 34. ¿Lo represento? Además soy senderista . Hice el Camino de Santiago con 80 años. Y todavía voy a las Ermitas por la Cuesta del Reventón .

«Con apenas diez años, estuve guardando marranos por 50 pesetas, cama y comida. Con el calor de las vacas, se podía dormir calentito»

¿Para qué escribe?

Para los míos. Y para quien lo quiera leer. Yo no quiero dinero. El capital no da felicidad.

¿Qué da felicidad?

Tener una buena familia . Dejar unos buenos esquejes. El hombre para ser completo debe plantar un árbol, escribir un libro y tener hijos. Yo los he tenido.

Usted es un hombre completo.

Me considero completo, aunque muy menudillo.

Su libro se titula «La rosa inmarcesible». ¿Todo se marchita?

El nombre es simbólico. Cuando cogieron preso al protagonista de la novela, al salir había una rosa en una maceta, la cortó y se la dio a su esposa. Le dijo: « No pierdas la fe en mí. Algún día volveré ». La mujer, durante 40 años, no dejó una noche de abrir el libro de fotografías y pedirle a la Virgen que le devolviera a su hombre.

He leído en internet sobre usted lo siguiente: «Escritor, rapsoda y cantaor flamenco». ¿Por ese orden?

Rapsoda soy medio aficionado. El poema del Cristo de los Faroles fue por encargo de un gran rapsoda de Córdoba: Luis Navas .

Usted apenas pudo ir al colegio de niño. ¿Hay peor desdicha que la incultura?

Para mí, ninguna. Esa es la desgracia más grande que puede tener un ser social. Y, después, la hambruna . Eso es una cosa aparte.

Usted ha pasado hambre.

Mucha. He llegado a pedir limosna . Y me han dado comida en casa de señores. Yo iba con mi hermano de tres años y mi hermana de seis a la cocina económica de unas monjas que daban comidas gratuitas. Mi madre me mandaba y yo iba con un canastillo y las cacerolas. Allí nos comíamos los cazos de garbanzos o de lentejas . Al regreso, llegaba a casa de unos señores, llamaba a la puerta y, si había sobrado algo, nos daban.

¿De qué nos salvan los libros?

De la miseria . De la incultura. Nos forman como hombres. A mí me están salvando.

¿Sabe usted qué es un «ebook»?

Es esto del ordenador, ¿no?

Es un libro digital.

Sí. La editorial me ha dicho que va a publicar mi libro también en formato digital.

¿Ha leído algún «ebook»?

No. No tengo tablet.

¿Y cómo se lleva usted con las redes sociales?

Yo solo uso el Whatsapp. Y entro en internet.

¿Qué busca en internet?

Mucha información. No la copio. La asimilo. Aprendo. Cuando necesito saber algo, ¿qué mejor biblioteca que internet?

«Cuando pasaba por un colegio, me quedaba mirando a los chiquillos uniformados con los libros debajo del brazo. Lo he tenido siempre dentro: la ilusión por la cultura»

¿Hacia donde va el mundo?

Como no se le pongan trabas, a la destrucción total . Tenemos que crear una mentalización de subsistencia. De cambiarlo todo. De deshacernos de cosas insulsas que son prescindibles. De fomentar vida sana y respetar la Tierra , que es la que nos ha parido.

Un poema suyo integra una antología de costumbres en la Universidad de Massachusetts. ¿Ya puede usted morirse tranquilo?

Y tanto que sí. Ya se lo he dicho a mi descendencia: yo estoy ya tranquilo. Ya lo tengo todo hecho. El día que Dios me mande la parca que me lleve donde quiera.

No tiene miedo a la muerte.

No. He estado próxima a ella. He estado infartado. Y después he hecho el Camino de Santiago. No fumo, bebo un vasito de vino para la comida y tengo mucho cariño. Mis hijos me aman. Cuando quiera la parca que venga.

¿Por qué hay que preservar las tradiciones?

Para dejar siempre una descendencia. Aprovecharse de lo mejor del costumbrismo de los mayores.

¿Cuál es su receta para la eternidad?

La fe . Es lo que me han enseñado mis mayores. Me han dicho que algún día nos reuniremos allí arriba. Yo vivo con esa fe.

Habrá quien piense que escribir una novela con 85 años es propio de jubilados aburridos.

Yo no me aburro. A mí me falta tiempo . A veces, me he despertado de noche con una idea y me he sentado en el ordenador. Eso sí: con mucho sigilo para no despertar a mi esposa.

¿Y para cuando sus obras completas?

Eso tal vez ya no lo vea yo.

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