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Pretérito Imperfecto

Propaganda y gestión

Este fue un gobierno parido para las proclamas virales, que no para serias batallas contra virus letales

Reunión de Pedro Sánchez con el comité científico creado por la crisis del coronavirus EFE
Francisco Poyato

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Un gobierno concebido para la propaganda no puede gestionar la mayor crisis del último siglo. Un Ejecutivo configurado al antojo de servidumbres antisistema y a expensas del beneplácito de los viejos enemigos del Estado no puede afrontar un problema con mayúsculas y de índole nacional -veintiocho abstenciones en el hemiciclo el día que se debatía la ampliación del confinamiento-. Un Consejo de Ministros donde se sientan forofos de una ideología trasnochada, que para colmo amoral esconden en la intimidad, y ególatras políticos sin escrúpulos, no puede liderar esta gigantesca fractura sanitaria y económica contemporánea que requiere de soluciones globales, capacidad, sacrificio de los intereses particulares, sentido común y estadismo. Cuesta entender que un infame vicepresidente que ha hecho de la voladura de la estructura democrática de la Constitución de 1978 uno de sus mantras, tenga en sus manos ahora mismo esa maquinaria para fijar un cortafuegos a esta pandemia. Es surrealista. El coronavirus nos lleva semanas de ventaja en España . Y cada día que pasa, sumido en el bucle de esta insoportable cadena de errores, el virus gana tiempo. Pese a que lo que de verdad podemos llamar el Estado (sanitarios, policías, militares, funcionarios de la administración,...) y, sobre todo, la sociedad civil, están dando un ejemplo inconmensurable de solidaridad, entrega y responsabilidad. Aún más se agiganta, entonces, la distancia con un gobierno nacido para la propaganda, repito, que no para la gerencia. Parido para las proclamas virales, no para la seria batalla contra los virus letales. Por supuesto que ningún gobierno en el globo terráqueo estaba preparado para este mazazo, pero es evidente que unos pueden empeorar sus efectos más que otros. A veces tenemos los políticos que nos merecemos, pero en esta ocasión, nuestros dirigentes tienen una sociedad de la que no son dignos depositarios.

La comunicación que el Ejecutivo de Sánchez manda el lunes 9 de marzo a la OTAN pidiendo ayuda, y en la que revela «contagios importantes» en algunas territorios de España ya a finales de febrero es el punto de partida de esta falla. No es hasta dos semanas después cuando se toman medidas tajantes con el decreto del Estado de Alarm a. Un pronunciamiento sumido en el esperpento de su filtración un día antes de su aprobación tras un debate interno de más de siete horas en el Consejo de Ministros que precedió a aquella primera comparecencia del presidente en la noche del sábado 14 de marzo. Casi 48 horas determinantes en las que se produjo una estampida de coches hacia segundas residencias o destinos familiares de la que hoy nos seguimos lamentando.

La ausencia de autocrítica en ningún miembro del Ejecutivo sobre la idoneidad de haber autorizado 76 manifestaciones el 8-M , como también eventos deportivos masificados (el clásico Madrid-Barça, entre ellos) o mítines políticos como el de Vox y un largo etcétera genera una mayor zozobra sobre la conciencia del problema y la responsabilidad legal de todo lo sucedido, amén de la indignación pública. A ello súmese el vergonzoso capítulo de los 650.000 test tirados a la basura cuando son uno de los factores paliativos claves. Valga la evidencia de un Ministerio de Sanidad destripado , sin soporte técnico fiable, que comprobó su incapacidad al querer centralizar las compras de material -confiscando mascarillas- y tener que pedir a las comunidades días después que acudieran cada una al «mercado persa» como bien pudieran.

Del parte de errores, nadie nos da parte.

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