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CRÓNICAS DE PEGOLAND

El queso del flamenquín

¿A quién tenemos explicando el mundo a los turistas? ¿Qué les cuentan a las criaturas?

Un camareo enseña un flamenquín en la Sociedad de Plateros Archivo
Rafael Ruiz

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LA cuenta que promociona en esa red social de la que usted me habla el turismo en España -la del Gobierno por más señas- recomendó esta semana, en mensaje convenientemente borrado , a los extranjeros que se encuentran en Córdoba el consumo de su plato tradicional más exportado, el flamenquín . El texto describía la receta como un rollo de carne, que hasta ahí se puede parecer, con queso , una deconstrucción que podemos calificar de flamenquín chungo, flamenquín churripuerco o, inclusive, flamenquín de mierda.

En la patria de Góngora tenemos un respeto reverencial por el flamenquín, que es lo que se le da a los niños cuando comen reguleras y lo que picotean los mayores cuando comparten plato. La cuestión es que el flamenquín tal cual es el rollo de lomo con jamón, empanado y frito . Bien en tamaño L, XL o Los Faroles de Moriles, que los ponen curvos porque no caben en la sartén. Luego está el flamenquín con apellidos que es a lo que se refieren nuestros comerciales turísticos que ya puede llevar todo tipo de herejías. Cosas que deberían inscribir con categoría urgente en el Código Penal.

Es en esta categoría donde se puede inscribir lo que en Córdoba se llama «flamenquines de» que es, en fin, una cosa parecida pero no. Como la mantequilla y la margarina o la felicidad y el dinero. Sucedáneos. Por ejemplo, el flamenquín de york , que es cena de solteros y relleno imbatible del mejor bocata del Bocadi. Pero no es lo mismo . O el de gambas, que es cosa más moderna y costeada porque, como su propio nombre indica, precisa de marisco y le da un rollo así como blandurrio al resultado. Incluso está el de roquefort y similares o esas bolitas que ponen en las bodas. Contamos también con la modalidad de tres puntas que ese que te traen ya cortado de cocina y mezcla las comandas con poca consideración para el cliente. Algunas casas comerciales son expertas en el flamenquín desaconsejable, deshonesto. Les copio y pego la receta de una de ellas que se puede leer en su página web (aprende, Pedro): «Con un poco de jamón, pollo y queso puedes preparar unos flamenquines de forma rápida y sencilla». ¿Pollo? ¿Queso? Señora

La cuestión precisa de una reflexión colectiva sobre qué puñetas estamos contando por ahí de ese plato que es honra y prez de los que aquí vivimos. Que lo único que tiene que llevar es lomo decente, jamón del baratillo y honesto pan rallado para aguantar el baño en aceite de oliva bien caliente. Patatas fritas cortadas a mano y mayonesa -Musa a ser posible- para pasar el trago de la sequedad de las carnes. Ni mezclas de lechugas o aspidistra amarga, zurriagos de vinagre de módena o pegos de esas características. Un decente flamenquín como está mandado. Aburrido, práctico, lineal, de los que quitan el hambre y dan sed. La sal de la tierra, lo que nunca falla.

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