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PUERTA GIRATORIA

San Lorenzo

Con este silencio, las instituciones obvian que se trata de una agresión al patrimonio de todos

Pintadas ofensivas en un muro de la iglesia fernandina de San Lorenzo en Córdoba ROLDÁN SERRANO
Natividad Gavira

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La parroquia de San Lorenzo amaneció con pintadas . Parroquia y bien de interés cultural, dos circunstancias que unidas reconocen el valor de su presencia en plena Axerquía cordobesa. Alguien, de noche, había ido dejando el rastro de mensajes ofensivos contra la religión católica y sus fieles. Como siempre, son pintadas que dejan entrever nerviosismo en el trazo y una inconcreta necesidad de rubricar con ira un mensaje sin dueño. Es siempre imaginable que tras el spray de pintura está la mano temblorosa sin sentido cívico, más si cabe tras los esparcimientos de la noche de un sábado de verano. Esta pintadas, como tantas con que se maltrata el mobiliario urbano, reflejan el fracaso de una educación que no ha sido capaz de señalar otros canales de expresión.

La agresión no ha servido para que las instituciones, aún zambullidas en la apoteosis de la última declaración de la Unesco, se pronuncien en ningún sentido. No lo suelen hacer cuando se trata de iglesias católicas; otra reacción distinta cabría esperar si el ataque estuviese dirigido a la sede de otras confesiones religiosas. Entonces, las llamadas a la tolerancia y el escándalo por lo ocurrido atraería mensajes para la concordia y la convivencia, amén de alguna manifestación silenciosa en torno al supuesto edificio profanado. Sería más o menos así, imagínense.

Consejeros de la Junta con escala en Córdoba merced al AVE buscarían el momento de transmitir sus elevadas propuestas para limitar el odio. Pero ha vuelto a ocurrir en una parroquia, como ya ocurrió en el Cristo de los Faroles, sobre el busto en memoria de don Antonio Gómez Aguilar o en las parroquias de San Miguel y San Pedro , y el silencio sigue denotando indiferencia. Representa una muestra más de desafecto a la iglesia y a sus fieles como si la sola contemplación de sus problemas significara la identificación, la adhesión a los preceptos.

Con esta actitud silente, las instituciones obvian que se trata de una agresión al patrimonio de todos, católicos y no católicos, y que su custodia no está ligada a la sensibilidad religiosa de los gobiernos de turno sino a la obligación moral por el cuidado del patrimonio, de su protección como atributos atemporales de la ciudad. En sentido contrario, si algunas parroquias no tuvieran ese nivel de protección no precisarían los múltiples permisos de los organismos competentes, por eso se entiende menos esa indolencia ante lo ocurrido.

Cuando se estratifican las razones para actuar y en función de monomanías se toman decisiones políticas, se deja muy claro qué nivel de consideración tienen algunas confesiones frente a otras, en clara contradicción con la defensa de la libertad religiosa que deben procurarnos gobiernos e instituciones. Es así como viene ocurriendo, pero a estas circunstancias no se adaptan todos los supuestos, casi siempre Iglesia y patrimonio están unidos y es el capital de esta ciudad que impulsará su futuro. Su potencial es inagotable, igual que el derecho a la libertad religiosa.

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