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PUERTA GIRATORIA

La sexta soflama

La televisión tiene el poder contaminante que atrae a incautos para modelar su mente

Turistas en la Mezquita-Catedral de Córdoba Valerio Merino
Natividad Gavira

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Por un minuto de televisión hay quien pierde la calma y la razón, calibra mal los efectos y cuando reflexiona ha sido pasto del disparate y el mal gusto, recursos siempre disponibles para la facturación y la caja. Con estas apariciones televisivas donde Córdoba se retrata como ciudad polémica, casi fracturada en su convivencia, ganan todos menos su imagen exterior. Tendrán que llegar las flores de octubre para que Flora le devuelva la plenitud en un telediario, pero entretanto exportamos la idea distorsionada de una ciudad de mil encantos aunque partida en dos. Nadie sabrá así del aroma de convivencia recia y asegurada de que disfrutamos.

Con la súbita gloria de unos minutos de televisión, los colaboradores locales roban a nuestra ciudad la oportunidad de participar en la construcción de una Córdoba moderna que acaba escondiendo el C4 para airear conflictos soterrados, que no exporta sus avances científicos en el campo de la sanidad sino que exhibe un litigio permanente. La televisión tiene el poder contaminante que atrae a incautos para modelar sus mentes y esta vez nos ha tocado asistir a la ceremonia de la ocultación, escondiendo razones e h ipertrofiando el discurso indocumentado sobre la titularidad de la Mezquita-Catedral . Este tipo de programas de cobertura nacional que anidan en la ciudad cuando la consigna política llega a las redacciones, sirve a menudo para abastecer de argumentos endebles a gente prejuiciosa y obstinada en el reparto de etiquetas. Entre ellos, sus argumentos se extienden y se contraen a merced de líderes que conocen sus fobias y consiguen en ellos propagar su resentimiento, una antipatía congénita que adornan con la invocación de leyes y normas, informes y comisiones. A ellos les agrada unirse a cualquier polémica que soliviante esa manera honesta y arraigada de los cordobeses de defender sus valores patrimoniales y se ponen al servicio de cualquier consigna que implique hacer ruido. Mientras son los primeros en invocar derechos, se refugian en el ruido, el lenguaje en el que se hacen fuerte a golpe de tuit y soflama televisiva.

En general, a ellos, los espontáneos televisivos , les gustan las mismas cosas que a usted, pero a ellos les gusta no trabajar tanto y merecerlas también. Así que cuando observan un atisbo de prosperidad se apresuran a calificar los logros ajenos como frutos de la casualidad o el amiguismo. Ellos, a menudo, conocen bien ambas veredas pero actúan investidos de valores elevados, superiores, aunque desgastados en su previsible discurso. Es buena manera de llenar de humo el camino por el que obtuvieron sus conquistas. Son gente poco laboriosa en muchos casos, por eso se prestan al reclamo de productoras dispuestas al pan y circo que de paso les sirve para alcanzar la notoriedad que de otro modo no obtendrían jamás. Es el pan y circo intelectual, la portería del pensamiento crítico, el caldo «máximo» de la transformación social con la única dirección de su ideología.

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