Historia
Viajeros del ayer tras la Córdoba andalusí
ENTRE EL MITO Y LA LEYENDA
Pintores y grabadores visitaron la Mezquita y la ciudad desde el XVIII hasta la llegada de la fotografía atraídos por Al Ándalus y las tesis orientalizantes del arte
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El turismo como hoy lo entendemos hunde sus raíces en el último tramo del siglo XVIII y en el XIX, por lo que los miles de turistas que estos días se concentran en los aeropuertos de medio mundo en busca de nuevas aventuras, ya sean de sol y playa o culturales, no dejan de ser émulos de los románticos e ilustrados que en esa centuria decidieron poner tierra de por medio. La mayoría de ellos fueron intelectuales ingleses y franceses de clase y alta, tipos en muchos casos 'envenenados' de exóticas lecturas y que se aburrían no poco de lo propio occidental. Salieron en busca de lo mitificado y en especial de lo oriental, que siempre ha sido la quintaesencia de lo ignoto.
Como España les quedaba cerca, y allí permanecía el mito de Al Ándalus, no fueron pocos los que decidieron viajar por el país como preámbulo en muchos casos a mayores aventuras por el Mediterráneo. En trayectos de ese tipo no podía faltar la vieja capital del Califato ni su simbólica Mezquita, a la que fueron llegando personajes muy diversos a lo largo de la centuria. Como muchos de ellos fueron dibujantes, y no pocos enciclopedistas, dejaron del templo perspectivas pioneras y descripciones arquitectónicas que están en la base del progresivo conocimiento científico que se vivió en las décadas siguientes.
Los estudios
El conocimiento de la labor de estos viajeros y de sus biografías se ha ido ampliando en las últimas décadas, gracias a diversos estudios y a especialistas como el profesor Antonio Gámiz, de la Universidad de Sevilla y máximo experto en el asunto. A él precisamente se le debe el mejor estudio que existe sobre el primer viajero que pasó por la Mezquita con el fin de dibujarla en una serie completa para que quedase testimonio gráfico de su magnitud.
El nombre de este curioso personaje fue Alexandre Laborde, que recorrió buena parte de la Península con el fin de recopilar información y dibujos sobre ella en su libro 'Viaje pintoresco e histórico a España', en el que aparecieron 272 láminas del país. Laborde era escritor y dibujante, hijo de uno de esos revolucionarios que murieron ajusticiados luego en la guillotina, y aprovechó para viajar a España los primeros años del XIX, en un momento de buenos relaciones francoespañolas que acabaría poco después con la invasión napoleónica, la caída de Carlos IV y la posterior Guerra de la Independencia.

Antes de que todo eso ocurriese, el militar e historiador Laborde recorrió el país con su equipo de colaboradores, entre los que se encontraban varios artistas de prestigio. Su obra la dividió en cuatro apartados dedicados a las épocas romana, árabe, gótica y moderna. Córdoba la escogió, junto a Granada, como la cima de lo árabe y la Mezquita como uno de los elementos fundamentales.
En las láminas que realizaron, y que está firmadas por otros artistas franceses que trabajaban para él como Jean Lubin Vauzelle o Françoise Ligier, se pueden ver diversas perspectivas del interior del templo, de las calles aledañas y el campanario e inclusos vistas de conjunto. Se sabe que en sus proyectos los colaboradores de Laborde utilizaban lo que se conoce como cámara oscura, una tecnología de ese momento, previa a la invención de la fotografía, que les permitía obtener una imagen plana de los edificios con medidas proporcionadas.
Gran realismo
Fue eso fundamental para conseguir imágenes de gran realismo y que permiten acercarse con bastante certeza al aspecto que tenía la Mezquita en ese momento histórico, algo que contrasta con las ilustraciones parciales y más subjetivas que había realizado a finales del XVIII Henry Swinbrurne y ya en el XIX por otros aventureros coetáneos como el irlandés James C. Murphy.
La aventura española del militar, historiador y dibujante Laborde la continuaron luego otros viajeros de lo más singulares, algunos de ellos infectados de romanticismo y otros más fríos y anhelantes de ciencia, cálculos y medidas. Al primer tipo corresponden dos artistas ingleses que transitaron por España en la la primera mitad del siglo XIX, John Frederick Lewis y David Roberts.

Ambos pasearon por la Mezquita y su alrededores y dejaron sus testimonios gráficos, que fueron importantes para transmitir la imagen romántica de Córdoba. También importantes en el periodo fueron los trabajos de otros viajeros como el general Louis Albert Bacler d'Albe o el también militar barón Taylor. Las láminas de este último gozaron de una gran popularidad. Menos dotado para el dibujo pero muy curioso, fue el escritor e hispanista Richard Ford, que también anduvo por la ciudad en los primeros años del XIX junto a su esposa Herriet y dejó varios dibujos de la Mezquita y su entorno.
Los románticos John Frederick Lewis y el citado David Roberts llegaron a Córdoba en la primera mitad de los años 30 del XIX, dos décadas después que el pionero Laborde. Lewis dejó de su paso por la ciudad una célebre ilustración de la Mezquita, en la que se pueden ver los arcos de color blanco, tal como lo fueron durante siglos y hasta bien avanzado el siglo XX. En su escena también se aprecia la curiosidad de una procesión pasando por el interior del templo, que en primer plano observan unos curiosos.

Lewis siguió luego su camino por el Mediterráneo y llegó hasta Egipto y Contastinopla. Fue amigo del novelista e ilustrador William Makepeace Tackeray y en la antesala de la vejez volvió a Gran Bretaña, donde mantuvo su interés por la pintura al óleo de escenas orientales y donde también gozó de prestigio por sus idealizadas estampas pictóricas de las familias inglesas de clase media, tema al que le dedicó sus últimos años. Falleció septuagenario en 1876.
Paisajes alterados
En cuanto a Roberts, su paso por Córdoba también se produjo en esas mismas fechas, en el mes de enero de 1833. El artista fue de todos los que se mencionan el más rotundamente romántico, pues en sus trabajos se alejaba bastante de cualquier pretensión de realidad y alteraba paisajes y medidas con el fin de dotar a la escena de una mayor espectacularidad. De su estancia en Córdoba queda por ejemplo la preciosa escena que dibujó, con perspectiva desde el Guadalquivir y con la Mezquita al fondo.
El artista incluye allí a pescadores, estructuras arquitectónicas que no existían, vestimentas no exentas de fantasía, un inacabable puente romano, una torre de enorme altura y en general cuantos elementos le venían bien para sus propósitos. También estampas de los molinos y de viejas mezquitas, todo envuelto en un halo de fantasía. Todas estas estampas acabaron formando parte de diversas publicaciones, como la voluminosa 'The tourist in Spain', que abarcó cuatro tomos.
Según los especialistas, para su publicación Roberts retocó sus propios originales, más fiables, aunque también fueron a veces modificados por litógrafos y grabadores. Tras sus viajes por España, este pintor escocés se embarcó hacia Egipto, un lugar que popularizó entre sus paisanos gracias a sus estampas fabulosas. Córdoba le debe a Roberts parte de su mito, pues sus estampas gozaron de mucha popularidad.

Además de todos estos nombres, también se puede citar a otros artistas viajeros posteriores que participaron de este movimiento tan singular, al que pondría fin el nacimiento de la fotografía. Se puede nombrar entre ellos al pintor Adrien Dauzats, que viajó por Córdoba junto al barón Taylor, y al español Jenaro Pérez Villamil, que se sumó a esta corriente viajera y pictórica muy influenciado por David Roberts.
También a un alemán, Eduard Gerhardt, y un belga, Francois Antoine Bousset. Los más singulares de esta última etapa son sin embargo Alfred Guesdon, que realizó una curiosa vista aérea de la Mezquita a mitad de siglo, y el dibujante Joseph Philibert Girault de Pangey, un artista que viajó a lo largo de su vida por todo Oriente y con una mentalidad ya mucho más científica que emocional.
De hecho, acabaría siendo un maestro del daguerrotipo y está considerado hoy como uno de los pioneros de la fotografía monumental. Por Córdoba pasó el Pangey dibujante, en los años previos a esa revolución tecnológica, aunque su propia trayectoria es simbólica de un tiempo de cambio que dejó a la Mezquita sin dibujos para dar paso a daguerrotipos y fotografías. El recuerdo de estos románticos e ilustrados queda vivo porque gracias a ellos se sabe hoy más del ayer de la Mezquita.
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