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Juan Romero: «La pintura es lo que me hace vivir»

La galería Birimbao presenta la exposición del pintor sevillano titulada «Vuelvo a Sevilla»

Marta Carrasco

Hace unos sesenta años Juan Romero (Sevilla, 1931), un jovencísimo pintor, llegaba a Segovia como residente de la beca El Paular. Allí, recordaría años después, conoció a los pintores de Madrid y Barcelona, y también allí conoció a la pintora Claudine Weiller , con quien después contraería matrimonio en París.

El pasado 14 de diciembre se rompía el equipo «indestructible», como decía Juan Romero, que él y su mujer han formado durante tantos años. Claudine moría en Madrid, ciudad donde residía, en el madrileñísimo barrio de Malasaña .

Y casi al mismo tiempo, en la semana de la ausencia de Claudine, se inauguraba en Sevilla, en la galería Birimbao , la última exposición de Juan Romero titulada «Vuelvo a Sevilla», con la lógica ausencia del protagonista.

El artista, pese a todo, ha querido hablar con ABC de Sevilla sobre su exposición, que recoge obras de los tres últimos años. «Yo estoy ahora curándome con la pintura, no tengo más remedio. Me tengo que hacer a la idea de que Claudine no se ha ido a París a ver a su madre, sino que ya no vuelve».

La exposición inaugurada en Birimbao refleja un sinnúmero de temáticas, algo que hace Romero desde hace años, «pinto según mis ganas y con las influencias que recibo habitualmente de la vida, no necesariamente de otros pintores. La muerte de Claudine seguramente influirá en mi pintura. Mi obra siempre representa lo que vivo».

El tema de la exposición es diverso porque el pintor confiesa que nunca ha trabajado temáticamente. «Ahora mismo me coges pintando, yo nunca digo estoy trabajando, sino pintando. Considero que el trabajo es otra cosa, porque esto es una vocación y estoy constamente viviendo la pintura . Todo lo que hago es en relación con la pintura. Estaba viendo una revista y veo algo y pienso, esto me interesaría».

Cuando niño iba al colegio de la calle Ximénez de Enciso y recuerda que eran tres los que pintaban, aunque luego quedó sólo él. Cuando salió del colegio su padre le colocó en un despacho de Seguros en la calle Tetuán, y él se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la calle Zaragoza. «Allí me enteré que había otra escuela superior, la Santa Isabel de Hungría , pero claro, yo no tenía tiempo para asistir porque las clases eran todo el día». Insistió y le suspendieron el examen de ingreso por dos veces, «luego me dijeron que podía asistir por libre. Hice el primer curso por libre, y mi padre finalmente se enteró, y ya no hubo marcha atrás. Seguí esos seis años estudiando en la Santa Isabel de Hungría».

Ganó la beca El Paular y fue la que cambió su vida. Allí en Segovia entró en contacto con otros pintores que hablaban de París. «Yo pensé que tenía que irme a París, y todo vino encadenado. Conocí a una chica francesa cuya tía tenía un piso y me lo dejó. Me presenté en París con nada de dinero y con muchas maletas. La mujer creyó que iba sólo para quince días».

Los comienzos fueron duros, vivió y trabajó en una buhardilla hasta que vio un anuncio de una empresa de galerías que pedían pintores, se presentó y le dieron el trabajo y también le ofrecieron otro piso para vivir. «No era gran cosa pero sí mucho más que una buhardilla».

Lo que iban a ser unos meses se convirtieron en 14 años. Se casó con la pintora Claudine Weiller, con quien ha compartido más de sesenta años vida y estudio, y vivió el Mayo del 68 con los ojos bien abiertos, «una época fascinante». Reconoce que vivía bien, «porque esta empresa me tenía un fijo y yo pintaba. Si le gustaban los cuadros se los llevaba y si no, pues no». Dice que al principio pintaba monstruos oscuros «que nadie quería» y no sabe si es una coincidencia, pero tras su matrimonio con Claudine, entró el color en su obra y ya nunca le ha abandonado.

En la Bienal de París le dan el Premio de la Crítica y los corresponsales de prensa españoles hacen varios artículos sobre el sevillano que calan en el ambiente artístico de Madrid. Regresó a España y se instaló en Madrid, «en aquella época era así, hoy en día quizás no hubiera sido necesario, entonces sí». Se compró un ático en Bami para venir a su ciudad de vez en cuando. «Luego lo vendí. Echo de menos Sevilla, claro que sí, pero mis amigos ya no están. García Ulecia, Santiago del Campo, Paco Cortijo, Joaquín Sáenz ..., todos se han ido».

En Madrid trabajó con la galería Kreisler desde su regreso a España, y siguió pintando hasta incluso hoy, «me he levantado y me he puesto a pintar. Tengo que seguir, la pintura es lo que me hace vivir», dice el artista. Muchos indican que su pintura hace feliz, «es verdad y es la que yo hago desde hace tiempo, excepto mi época de los monstruos, que ni siquiera los querían mis mecenas de París», dice.

Afirma que su pintura sí evoluciona, «el tema de mi pintura es la alegría de vivir, y el tema es siempre el color, y no, no es abstracta sino figurativa. Ahora estoy pensando en Claudine todo el día, igual me influye, no sé, ya veremos».

Autor de icónicos carteles como el de las Fiestas de Primavera o el de la Bienal de Flamenco de 1988 , también creó el de la Real Maestranza , «me llamó Juan Maestre para encargármelo. Me hizo muchísima ilusión, fue una alegría tremenda hacer un cartel para Sevilla. Sevilla siempre está ahí», dice el artista.

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