Bienal de flamenco 2022
David Lagos: cantes oscuros para arrojar luz
crítica
El jerezano reivindica la memoria en un estreno absoluto en Cartuja Center, por primera vez escenario de La Bienal, donde aúna cante tradicional y sonidos experimentales en los instrumentos

Bienal de Flamenco de Sevilla
'Cantes del silencio
- Cante David Lagos
- Guitarra Alfredo Lagos
- Piano y clavicordio Alejandro Rojas- Marcos
- Saxofones Juan M. Jiménez
- Percusión Antonio Moreno
- Palmas Miguel Téllez
- Artistas invitadas Melchora Ortega e Isabel Bayón
- Asesoramiento David Coria
- Guion Miguel González
- Colaboración literaria Antonio García Barbeito
La contemporaneidad de David Lagos no se basa en la utilización de ciertos recursos artísticos, como la búsqueda del clímax en la disonancia, los elementos electrónicos o la percusión experimental de Antonio Moreno, sino en recoger con la voz una sensación compartida. ... El nerviosismo vital por el que andamos está ahí: al reverso de su garganta. Muy oculto, tras la nuez, por la que afloran pesares que son de todos. Ese ha sido su mayor hallazgo: apresar la confusión que produce el silencio, lo agitado de la incertidumbre, la desmemoria, el ruido, la histeria colectiva y el pavor que estos días acechan con desafiantes ojos de gato. ‘El pregón del miedo’, precisamente, me pareció la pieza más lograda de su anterior proyecto, ‘Hodierno’, por su atmósfera sobrecogedora y la originalidad del texto: vender congoja. ‘Cantes del silencio’, de alguna forma abstracta, parte de ahí. Es su obra más ambiciosa hasta la fecha. Trata de devolver fragmentos ocultos del pasado, o caídos en una incómoda nebulosa, para arrojarles luz. Sacar lo oculto a la palestra manchando de rabia y sangre hasta crear un nuevo paisaje andaluz.
Su cante es oscuro. Sin adorno. Típicamente jerezano, pero con sello propio, como cantaba por fandangos el Niño de Fregenal. Su intención, clara. Y con la colaboración del historiador y antropólogo Miguel González rememora episodios que han sufrido de mutismo. Así su trilla, sobre las disonancias de un saxo enfervorecido, trae de vuelta aquellos siete jornaleros ajusticiados a garrote vil por la Mano Negra en 1884 en la Plaza del Mercado de Jerez de la Frontera, acusados de asesinato, pero sin garantías en el proceso y bajo la intención poderosa de callarlos. También narra una escena de La Desbandá. Aquella masacre que en la carretera de Málaga a Almería dejó más de 3.000 almas en el 37 es una soleá apolá que se hace folclore para airearse. Una analogía, también, con el ‘Guernica’ de Picasso y lo que representa.
Todo ello aparece envuelto en la extrañeza más absoluta. Dialogando de tú a tú con la incomprensión, de ahí que la estridencia instrumental sea uno de los resortes para agitar el oído del espectador.
Un poema de Antonio García Barbeito se hace música: ‘Dejadme la memoria’, reivindica, hasta para olvidar. Pero hasta la poesía popular acude David Lagos para dotar de otro significado lo que ya tenía un peso específico. En este contexto, la rondeña grande de Jacinto Almadén, ‘Navegando me perdí’, aterriza de pronto en un espacio de misticismo y olvido que parece recrearse en sí, sin siquiera tocarse. Surgiendo, solamente.
Isabel Bayón, de vuelta
La bailaora Isabel Bayón desdoblándose el pecho a mano abierta mientras Alejandro Rojas-Marcos araña las cuerdas del piano, hendido como una boca dispuesta a lo que el sacamuelas decida hacer con sus artilugios, es la imagen del cuerpo rendido a lo ignoto. En lucha. Melchora Ortega dentro de una rumba de La Repompa rebaja la pesadumbre que destila el montaje, que cuenta con ideas de David Coria en su puesta en escena. El sonido, a veces, resulta excesivo, pero sospecho, también, que eso pretende. Golpear. En una bulería sin nostalgia o en el dadaísmo del alemán Kurt Schwitters, quien inspira este ‘Requete reich’ que sirve de clausura.
Este no es el cante comprometido de los 60 que desarrollaron figuras como José Menese y Manuel Gerena. El prisma, más bien, se dirige hacia enquistadas remembranzas y emociones puramente humanas: la soledad, el pánico, la dilución de la identidad... David Lagos es uno de esos cantaores que aglutina tantas cualidades que uno solo quisiera escucharlo durante horas con la guitarra de su hermano, Alfredo Lagos, sin aditivos, como en las cantiñas para el baile. Pero el arte se mueve, y él hace tiempo que ha iniciado una búsqueda personal. Tiene la suerte del compás y el oficio agrietado en las manos. Facultades y cimientos para echarse a explorar: en la última edición de La Bienal, que a contrarreloj se estrenó anoche por primera vez en Cartuja Center por imposibilidad de utilizar estos días el Lope de Vega, se llevó un Giraldillo. Quizá la carga de texto lastra su propuesta en algún punto, pero por encima queda el grito.
Puedo decir de esta arenga cantaora, más allá de espectros ideológicos, que jadea con cuerpo ancho en los graves y convierte el verso en tercio, es decir, en verso melódico, confundiendo letra y melodía. Puedo decir que la seguirilla con el clavicordio es canónica en su estructura, pero detrás guarda algo más importante: emociona. El jerezano es un artista modesto con ideas propias que tan solo rezuma honestidad. Ha quebrado el silencio con poesía en crudo, tratando de combatir el polvo y la distancia. Y ha hecho con ello lo que pocos en su generación: tener discurso. Compone y se desgañita. Mira, filtra y lo proyecta. El tipo me ha reventado el oído, pero, qué decir, me ha gustado su agresión. No la olvido.
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