Locus Amoenus
Ava Gardner, Robert Graves y Sevilla
Robert Graves invitó a Ava Gardner a su casa de Mallorca para que lo ayudara a traducir 'El embrujo de Sevilla' del uruguayo Carlos Reyles, porque Ava Gardner sabía de toros, flamenco y sevillanías

Robert Graves y Ava Gardner no coincidieron en Sevilla. De hecho, ni siquiera he podido confirmar si Robert Graves visitó alguna vez Sevilla, pero explorando esa posibilidad descubrí fascinado, que Sevilla fue un punto de unión entre la célebre actriz y el gran poeta inglés.
Junto a Borges y Mircea Eliade, Robert Graves fue uno de los tres autores que leí de forma agónica entre mis 15 y 20 años. Así, 'Los mitos griegos', 'Los mitos hebreos', 'La diosa blanca' y 'Los dos nacimientos de Dionisio' fueron esenciales en mi formación y, por eso, cuando llegué a Sevilla en 1985, devoré 'La hija de Homero', 'El conde Belisario' y 'Las islas de la imprudencia', en cuyo prólogo descubrí que no le hizo falta visitar el Archivo de Indias, porque el profesor Otto Kübler le proporcionó la información que precisaba sobre Isabel Barreto, Álvaro de Mendaña y Pedro Sarmiento de Gamboa. Robert Graves no tenía lectores sino «hooligans», aunque sobre todo tuvo lectoras devotas y entregadas, quienes después de leerlo peregrinaban hasta Deyá para presentarse ante el maestro como «wiccas» o encarnaciones de la diosa blanca. Robert Graves disfrutó y de paso nos hizo disfrutar a miles de lectores con aquella poderosa combinación de poesía, sexo, matriarcado, mitología y alucinógenos, porque en los años 70 y 80, los lectores de Robert Graves ligaban más que los de Erich Fromm, aunque no tanto como los trotskistas.
Ava Gardner ya era una diva cuando conoció a Robert Graves en 1956, pues ya era universalmente famosa gracias a 'Pandora y el holandés errante' (1951), 'Las nieves del Kilimanjaro' (1952), 'Mogambo' (1953) y 'La condesa descalza' (1954), película que supuso la residencia madrileña de la actriz. Sin embargo, la Gardner no era del todo feliz y buscaba entornos distintos donde nadie la viera como un trofeo sexual. Entonces, Betty Lussier -amiga de Ava y de Graves- le sugirió que viajara a Deyá para ayudar al poeta a traducir una novela de ambiente castizo, quien -a cambio- podía enseñarle a recitar poesía clásica inglesa. Ava Gardner se convirtió así, desde los 34 años, en «close friend» de Robert Graves, pues ella jamás lo vio como un pretendiente sino como un anciano poeta de 61 años, más generoso que Henry Miller o Hemingway a la hora de compartir sus conocimientos con ella. De hecho, Graves bromeaba sobre su pertenencia al selecto club de los diez íntimos de Ava Gardner, donde el que no era viejo era gay: («Playing safe, is our Ava; the chosen 10 were all either too old like Stevenson, Hemingway, Dr. Alexander & I; or queer like Antonio, Cole Porter, Yul Brynner, Tennesse Williams, etc.»).
¿Y qué novela de ambiente castizo estaba traduciendo al inglés Robert Graves? La novela era 'El embrujo de Sevilla' (1922) del uruguayo Carlos Reyles, donde los toros, el flamenco, la Feria, la Semana Santa y los caballos formaban parte de la trama. ¿Y quién mejor que Ava Gardner para iniciar a Robert Graves en aquellos misterios, más jondos que los de Eleusis? Ava Gardner pasó una semana con los Graves en Deyá, al cabo de la cual no sólo terminaron una traducción, sino un guion cinematográfico que la propia actriz presentó a la Metro Goldwyn Mayer. Por lo tanto, aunque no he podido constatar si Robert Graves visitó Sevilla o no, al menos he descubierto que Sevilla estuvo en el origen de su amistad con Ava Gardner.
Las anécdotas sevillanas de Ava Gardner merecen un «Locus amoenus» propio, así que prefiero referir lo que Robert Graves contó en un relato titulado «Un brindis por Ava», donde resulta que la actriz fue acosada en el vuelo a Mallorca por un «lobo» andaluz que trató de ligar con ella en italiano macarrónico, hasta que Ava quiso sacárselo de encima protestando que ella no era italiana. La respuesta la enfureció: «Entonces, ¿tú no eres Sofía Loren?». Parece mentira, pero incluso Ava Gardner podía pasar desapercibida, como leemos en una carta de Tolkien, donde le contaba a su hijo que en una charla de Robert Graves («an Ass») conoció a una muchacha muy discreta, bella y elegante. Graves bromeó al saber que ninguno de los dos sabía quién era quién («it is obvious neither of you has ever heard of the other before»), y por la carta descubrimos que Tolkien no se creyó que fuera tan famosa: «Her name was Ava Gardner, but it still meant nothing, till people more aware of the world informed me that she was a film-star of some magnitude». Tolkien le preguntó a su hijo: «Her name sounds to you?». Eso, en Sevilla, jamás habría pasado.
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