Juan Romero: «Mi pintura es barroca, tengo 'horror vacui'»
El nonagenario pintor sevillano presenta nuevas obras en la exposición 'Pinturas' de la galería Birimbao
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Juan Romero (Sevilla, 1932) sonríe mientras habla de su pintura, unos cuadros que muchos dicen 'levantan el ánimo' porque están llenos de color. «No me importa que digan que mi pintura es optimista, menos mal que no conocieron mi época parisina donde pintaba monstruos», ... dice
Sigue pintando a diario y estos días presenta en la galería Birimbao la exposición titulada 'Pinturas', «yo no he vivido más que de mi pintura. El último cuadro es de octubre pasado, y los otros no tienen más de dos años», dice mientras se pasea entre ellos por la galería.
Desde que vivió en París numera sus cuadros, «1.180 hasta ahora. Lo vi hacer allí en Francia, y si no lo hubiera hecho no sabría cuántos he pintado. Hay algunos que tengo perdidos de la primera época. Siempre he vendido mucho, la verdad, pero sí hay algunos cuadros que los tengo perdidos, o mejor dicho, no localizados».
Vivió en París donde tuvo dos mecenas, «se llevaban mis cuadros y esos lienzos no sé dónde están. Tuve dos mecenas 14 años. Vivía en una buhardilla y uno de ellos me dejó luego un apartamento. Me pagaban al mes. Me dieron el Premio de la Crítica en la Bienal de París. Aquí en España la prensa me puso por las nubes, así que me volví a Madrid. En París hay que tener una buena galería, si no..., yo he vivido mejor en España de mi pintura».
Las amistades
Estudió en Santa Isabel de Hungría y coincidió sobre todo con Paco Cortijo, «después llegaron Santiago del Campo y Mauri. Éramos amigos de Bernardo Víctor Carande, el hijo de don Ramón y nos íbamos a su casa de la calle Álvarez Quintero casi todos los días. Bernardo hacía teatro y yo le hice la escenografía de una obra que estrenó en el Teatro Álvarez Quintero».
Hizo la 'mili' en Madrid y cuando terminó se marchó a París. «Con la suerte de que antes de irme conocí a una familia francesa, un director de cine y cuando llegué a París me ayudaron. Me metí en su mundillo y vendía mis obras a la gente del cine que eran amigos de ellos. Un día en una revista de Arte encontré un anuncio que decia: se busca pintor joven y con talento. Fuí y me contrataron los marchantes, y eso que ni llevé cuadros ni carpeta ni nada».
En 2019 falleció su mujer, Claudine Weiller que también era pintora, compañera de vida y de pinceles. Aunque la capital de Francia fue fundamental en su carrera, dice que París, «era muy difícil. Había mucha competencia. Por eso me volví a España. Pero sí, si no me voy a París me hubiera pasado lo que a muchos compañeros..., sin más. Mauri, Cortijo, del Campo también estuvieron en París una temporada pero cuando se les acabó el dinero se volvieron. Y luego está Claudine, claro a la que había conocido en Segovia donde estaba con una beca de pintura, ella me ayudó a entrar en la Escuela de Bellas Artes de París donde seguí estudiando».
Van Gogh
Recuerda que su regreso a España fue fácil, «entré en seguida a trabajar con la galería Kreisler en Madrid». En su vida también tiene importancia la isla de Formentera, que visitó viviendo en una pequeña fonda primero y donde luego se construyó una casa, cuando no había nada, «ni electricidad. En Formentera descubrí el fondo marino buceando, y empecé a pintar peces, no estaba de moda, pero a mí me gustaba pintarlos».
Califica su pintura como «muy barroca. No hay un espacio libre. Tengo 'horror vacui'. Lleno cualquier espacio. Aún recuerdo los cuadros negros hechos en París que tengo en mi casa de Malasaña. Yo creo que los hacía porque estaba influenciado por Solana y por pintores franceses. Menos mal que a los mecenas le gustaban los monstruos».
Volvió al color poco a poco, «por influencia de los impresionistas y sobre todo de Van Gogh, al que en esta exposición ha hecho un cuadro homenaje. «Cuando yo estudiaba Bellas Artes en Sevilla ni se conocía, pero un compañero vino de Grenoble con postales de Van Gogh y ahí le conocí. Me fascinó y hasta hoy», confiesa el pintor sevillano.
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