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literatura

Buenas Letras resucita el amor secreto de La Avellaneda en Sevilla

Este martes la Academia mostrará algunas de sus cartas manuscritas al sevillano Ignacio de Cepeda, su amor platónico

Buenas Letras resucita el amor secreto de La Avellaneda en Sevilla rocío ruz

aurora flórez

Este domingo se ha cumplido el bicentenario del nacimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda , una de las figuras literarias más importantes del romanticismo. Escritora que tocó todos los géneros; poeta o poetisa, dramaturga, novelista, autora de la primera novela abolicionista de la historia de la literatura en castellano... vehemente, melancólica, impar, fuerte, obsesiva, tierna y muy olvidada en la tierra que tanto amó y en la que quiso que reposaran sus restos mortales: Sevilla.

El aniversario está marcado en el almanaque de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras , que la homenajeará este martes, a partir de las ocho de la tarde, en una sesión en la que intervendrán su directora, Enriqueta Vila, que hablará de «Sab», su novela antiesclavista, y el académico numeraro Alberich, tras lo cual se expondrán varias del medio centenar de las cartas de amor con las que «Tula» asaetó, entre 1839 y 1845, al amor plátonico de su vida: el sevillano de Osuna Ignacio de Cepeda, almonteño de casa solariega y reposo final, a quien escribió una autobiografía, el «cuadernillo», cuyo original, se guarda, igual que las cartas, en Buenas Letras.

El «cuadernillo» autobiográfico y la correspondencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Cepeda es un compendio de epístolas largas, cortas, encadenadas, escritas de día, tarde, noche y madrugada que Cepeda conservó toda su vida e incluso después de la muerte de la escritora, ocurrida en Madrid, en 1873, cuando contaba 59 años. Gran parte de este patrimonio epistolar fue publicado un año después del fallecimiento de Cepeda, ocurrido en 1906, a instancias de su viuda, María de Córdova y Govantes, por Lorenzo Cruz Fuentes.

De la Cuba española

La Avellaneda nació en en Puerto Príncipe, la actual Camagüey de aquella Cuba española, donde su padre, militar español de la sevillana Constantina, estaba destinado. Y desde el Caribe, a pesar de su madre cubana y sus aledaños, ya soñaba con la tierra y las orillas del Guadalquivir, a las que a los 9 años ya escribía sus primeros versos y «donde imaginaba reunido todo lo más grande y lo más bello del universo», que pudo palpar y saborear tras dejar la isla en 1836, un hito clave en su vida.

Periplo físico, espiritual y vital, Burdeos, Galicía, Portugal Andalucía... Su pasión por Cepeda, hijo de noble familia, estudiante de Derecho en la Sevilla de los años cuarenta del siglo XIX, escritor, y dos años menor que ella cuando con 23 años la conoció, está en estos papeles que amarillean para el que fue el destinatario, sin reglas decimonónicas, de deseos no cumplidos. «Tula» estaba loca por Cepeda, «Él», con mayúsculas, un Dios que se había presentado en su vida y del que siempre, con seguridad, esperó más de lo que recibió en sus expectativas claramente expuestas o entre líneas.

«La Peregrina», seudónimo que Gertrudis Gómez de Avellaneda utilizó, no fue, en modo alguno, una mujer corriente ni correspondiente a aquellos tiempos pacatos en los que se le negó su entrada en la Real Academia Española de la Lengua. Su obra demuestra su singularidad y su independencia personal: la abolicionista «Sab», o «Dos mujeres», en la que expone un matrimonio burgués y a la amante del marido a un tapete crítico pionero del feminismo. Ambas obras fueron prohibidas en Cuba. Y su vida cotidiana lo refrenda igualmente.

Se casó dos veces, en 1846 con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid, que murió a los tres meses; y en 1855 con Domingo Verdugo, coronel de Artillería, en una boda que tuvo como madrina a la Reina Isabel II, que mandaría de gobernador al militar a Cuba, donde moriría en 1863 -precisamente, tal y como dejó dispuesto ella, sus restos reposan juntos en el Cementerio de San Fernando. Pero antes de todo esto, en 1844, «Tula» tuvo con Gabriel García Tassara una hija, Brenhilde, que falleció a los pocos meses de su nacimiento. Un escándalo para la época.

Patrimonio manuscrito

Este valioso patrimonio que son las cartas de amor de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Ignacio de Cepeda -alguna de ellas posiblemente no publicadas- y el «cuadernillo» autobiográfico que el bibliotecario de la Academia, Antonio Collantes de Terán, ha reencontrado en su sede de la Casa de los Pinelo, son un material único. No se ha hallado aún el registro de entrada de estos documentos, que incluyen un manojo de copias de cartas del propio Cepeda a La Avellaneda, a la que llamó «la franca india» y «Amadora de Almonte».

Este martes podrán acercarse a la recuperación de La Avellaneda en el empeño y amparo de las Buenas Letras, escuchar cómo resucita su figura y ver sus cartas a Cepeda, con letra decimonónica sobre papel sepia, y verán cómo es capaz de revivir Gertrudis Gómez de Avellaneda, «Tula», «La Peregrina», la valiente, melancólica, rebelde, tierna, anhelante, distinta, loca romántica que fue. Ni ella, que trazó la ficticia intención, ni su «Él» que fue Cepeda quemaron, como pareció querer ella, este epistolario delicioso, turbio y claro, enamorado.

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