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Premio Ateneo de Novela

Francisco Robles: «El señoritismo, cuando se plasma en política, se convierte en caciquismo»

El escritor y columnista de ABC presentó este jueves «El último señorito», con la que se alzó con el quincuagésimo Premio Ateneo de novela

Francisco Cañadas, Francisco Robles, Alberto Máximo Pérez Calero y Alba Ballesta M. J. López Olmedo

Jesús Morillo

La vida ofrece, a veces, inesperadas simetrías, reflejos en espejos y trampantojos. Esos mismos en los que tanto gusta de mirar Francisco Robles para desentrañar las claves de la realidad sevillana y andaluza a golpe de artículo periodístico en las páginas de ABC. Porque este escritor y periodista sevillano ha logrado, ganando el L Premio Ateneo de Novela con «El último señorito» (Algaida), cerrar un círculo literario que tiene su punto de partida en un autor de la generación de los narraluces y en una novela que ganó ese mismo premio en 1972. Se trata «Epitafio para un señorito» , de Manuel Barrios , que marcó la juvenil vocación letraherida de Francisco Robles.

La referencia a Barrios no es la única a aquella generación de narradores que despuntaron en los setenta, en una novela que evoca también conscientemente los nombres de Manuel Halcón y de Manuel Chaves Nogales , pero que, sobre todo, narra la decadencia de la aristocracia andaluza desde la Guerra Civil al caso de los ERE , cuyo punto de partida es un episodio real: la demanda de paternidad de una mujer contra la familia del señorito del pueblo.

¿Qué supone ganar este premio?

Es muy importante porque me toca la fibra sensible. Un autor que me marcó profundamente fue Manuel Barrios, que lo ganó en 1972 con «Epitafio para un señorito». Ese libro me marcó de tal manera que mi novela se titula «El último señorito». Y, sinceramente, todavía no me creo que haya ganado el mismo premio y que encima sea la quincuagésima edición, con lo que ello puede llegar a significar. Es una emoción que va más allá de lo literario y llega a lo personal. Yo me veo como aquel adolescente que cogió aquel libro de la biblioteca pública, que he vuelto a tener cuando alguien que es muy importante para mí me lo ha regalado ahora.

Se ha declarado heredero de esa generación de narraluces.

Esos narraluces vienen del Barroco, de la mejor tradición literaria. Soy uno más en la tradición de la literatura andaluza, que es literatura española, pero tiene un matiz o, como decimos en Andalucía, un pellizco, que la distingue y que le da su personalidad.

¿Qué le interesaba de la figura del señorito andaluz como para dedicarle una novela?

Me interesaba el final de una estirpe, que si me apura presenta comportamientos y estructuras sociales que vienen de la Edad Media. No es la estructura de la revolución industrial del empresario y el obrero. Son estructuras mucho más complejas, en las que intervienen, por ejemplo en este caso, el amor, la sexualidad, la paternidad, el reconocimiento de los hijos... cosas que en el plano industrial, en las relaciones laborales, no tienen nada que ver. Y este señorito es el final de una estirpe. Además, es una alegoría de la historia de España, que nace en 1936 y muere con la Transición.

«Me interesaba en mi novela narrar el final de una estirpe, con estructuras sociales que vienen de la Edad Media»

La decadencia de la aristocracia andaluza.

Esa decadencia lo es en todos los sentidos: económica, porque abandonan el campo, no lo trabajan y lo utilizan solo para enriquecerse; y moral, porque ellos están sujetos a una moral religiosa católica muy fuerte y, sin embargo, se la saltan a la torera. Ellos son los responsables de la muerte de ese sistema, no hay una revolución en Andalucía, sino que cae por una decadencia interior. Somos romanos hasta para eso.

Después no ha habido una sustitución de facto, sino que el señorito pervive en otros ámbitos de la política y la sociedad andaluza.

El señoritismo, que me interesa mucho, es una mentalidad. Generalizando mucho, las clases bajas en Andalucía no quieren una revolución igualitaria, lo que quieren es convertirse en señoritos individualmente. Y las clases medias, no digamos, pues en la Feria se disfrazan de señoritos.

De ahí la supervivencia de la Feria.

Y su auge. Una forma de creerse que eres un señorito puede ser llevar un caballo, montar en un coche de caballos o tener una caseta compartida con veinte. Adoptas el papel de señorito.

«Las clases bajas y medias en Andalucía no quieren una revolución, lo que quieren es convertirse en señoritos»

¿La Junta de Andalucía también ha heredado parte de esa moral?

El señoritismo, cuando se plasma en la política, se convierte en caciquismo. Con una peculiaridad que, en muchas ocasiones, el señorito no ejerce un poder político, sino que lo delega en un propio. Con la autonomía andaluza no se ha superado definitivamente ese esquema. Es cierto que hay una democracia, que hay elecciones libres y que no podemos decir que el presidente o la presidenta de la Junta sea un señorito, pero hay muchos resabios de aquel sistema que están inculcados en el pueblo. Una parte importante del pueblo andaluz sigue pensando que la paguita, la subvención, el sueldo… se lo deben a la Junta de Andalucía.

Esta novela está inspirada en un caso real, ¿cuándo se dio cuenta de que ahí había una novela sobre Andalucía y la decadencia del señorito?

Uno que lo dijo a través de un artículo fue Antonio Burgos, de quien me fío muchísimo y que es uno de los grandes narraluces. Después le hice una entrevista a Fernando Osuna, el abogado, y a la mujer en la radio, y me di cuenta de que ahí había un conflicto. Una novela naufraga cuando no hay conflicto y en esta historia hay un conflicto muy fuerte, no solo social, sino un interno, un conflicto de personalidad. Yo soy muy cervantino. Don Quijote emprende un camino que consiste en conocerse a sí mismo y hay un momento en que dice: yo sé quién soy. Los personajes de la novela, comenzando por la hija ilegítima, se están buscando a sí mismos, cada uno desde su punto de vista.

La novela, además, comparte una cosa con muchos de sus artículos: ese gusto por desenmascarar esos trampantojos de la sociedad andaluza.

Dice muy bien lo del trampantojo. Andalucía, como tierra barroca, como tierra vieja también por la que han pasado muchas culturas es una especie de palimpsesto, donde no sabes lo que estás leyendo porque están mezclados los textos. En una iglesia andaluza, por regla general, es muy difícil distinguir el mudéjar, del barroco, del gótico, del renacimiento o del rococó. En la realidad ocurre igual. Es muy difícil distinguir en Andalucía la realidad de la apariencia, de tal manera que en Andalucía hay fiestas como la Feria muy ligadas a la apariencia, que al cabo del tiempo he comprobado que reflejan la realidad auténtica, porque la realidad es falsa. Es un juego de espejos muy complicado.

La novela arranca con la Guerra Civil porque es fundamental para entender todo su flujo narrativo.

Sin la Guerra Civil no se entiende nada de lo que está sucediendo en la actualidad, por eso los manipuladores están con la ley de la media memoria histórica, porque necesitan manipularla para darle sentido al discurso actual. Saben que todo viene de ahí, por eso saben que manipulando aquello van a manipular el presente.

En su novela, la Transición, que ahora cierta izquierda cuestiona, aparece como superación de esos odios.

Hay un interés en que regresen esos odios porque eso da un rédito electoral y ese interés me parece miserable, porque se está jugando con el dolor de personas que murieron y que sufrieron represión hace muchos años, para que algunos se lleven unos intereses de ese dolor sin haber hecho absolutamente nada.

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