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Flamenco

Muere Joaquín Amador, guitarrista y marido de Manuela Carrasco

Ha fallecido repentinamente en su domicilio en Sevilla, mientras tocaba la guitarra

Joaquín Amador, junto a Manuela Carrasco y el alcalde Antonio Muñoz en la feria de Abril de 2022 Vanessa Gómez
Luis Ybarra Ramírez

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Los recuerdos de mayor éxtasis de muchos de los artistas del flamenco pasan por su sonanta, que ha visto partirse centenares de camisas. Cuando se les pregunta por un momento de grandilocuencia en sus trayectorias, un buen número de ellos coincide: «¿En el escenario? Aquel día que bailó Manuela Carrasco». Y a la guitarra, siempre certero, estaba Joaquín, su marido, uno de los Amador. Gitano, nacido en 1952 en Palop de Malina, Alicante, aunque trianero de adopción, con la madera forjada en mil noches de cante y fuego, ha muerto junto a su bajañí, según dicen. Tocando, para marcharse así al son de unos duendes postreros. Con los ojos acuosos de un montón de fieles que no esperaban la noticia y una época a la espalda que va quedando visiblemente resquebrajada. Hacía años había sido intervenido por un problema de aorta.

El guitarrista pertenece, esencialmente, a dos grandes emporios artísticos. Uno de ellos, temporal. El otro, relacionado con su abolengo. De este modo, forma parte de una de las sagas más caudalosas para el flamenco y la música que echó raíces en el arrabal, aunque proviniese del Levante español: los Amador. De esta familia parten los nombres de José María Amador, su padre, también guitarrista; La Susi, su hermana, cantaora desaparecida en 2020; y figuras como los Pata Negra, Juan José Amador y el pianista Diego Amador. También Tía Encarna y jóvenes que dan continuidad al apellido, como El Perre o Samara Carrasco, su hija. El abuelo de la primera generación que salió a la palestra fue quien introdujo algunos de los cantes por tarantas que se han interpretado hasta hoy en Triana y el Polígono Sur, donde su fallecimiento ha causado un fuerte impacto durante el desarrollo del Festival Alalá.

Por otro lado, Joaquín Amador fue gobernante en la sombra de un rosario de ‘oles’. Patrimonio difuso en la memoria de algunos que posibilitó el cénit de una danza oscura. Profundamente jonda. Ese fue su segundo emporio: la época que le tocó vivir. Se marchó de joven para un Madrid dorado: el de los 70. Con los tablaos en eclosión y una generación en estado de gracia: La Susi cambiando el baile por el cante, Camarón de la Isla, Fernanda y Bernarda de Utrera, El Lebrijano y todos aquellos artistas que protagonizaron en conjunto una verdadera revolución cultural. Desde lugares muy concretos: Los Canasteros, Torres Bermejas… Y también en discos como ‘Susana’, ‘La primavera’ y ‘De fiesta y luna’ y más adelante en películas como ‘Sevillanas’ y ‘Flamenco’ de Carlos Saura, siempre como acompañante.

Sobre aquellas tablas setenteras de la capital conoció a su mujer, Manuela a secas para la afición. Con ella recorrió el mundo a través de espectáculos como ‘La raíz del grito’, ideado por José Miguel Évora y Juan Manuel Caballero Bonald, ‘La Diosa’,‘Jondo Adonaí’, ‘Tronío’, ‘Esencias flamencas’ y ‘Flamenco puro’, un montaje histórico dirigido por Héctor Orezzoli y Claudio Segovia que en los 80 giró por Estado Unidos con un amplísimo elenco formado por los máximos exponentes. El último, sin embargo, fue ‘Manuela’, presentado en el teatro de la Maestranza en la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla. Muere así un trozo de movimiento y de cuerda. De oda al baile mayúsculo. De guitarra nostálgica. A Manuela, inventora de poses faraónicas, no le cabe más negrura entre los volantes.

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