Los plomos del Sacromonte
Concluida la guerra de las Alpujarras (1568-1571), las diferencias entre los cristianos y los descendientes de las antiguas familias nazaríes se mantuvieron en la sociedad granadina.
Concluida la guerra de las Alpujarras (1568-1571), las diferencias entre los cristianos y los descendientes de las antiguas familias nazaríes se mantuvieron en la sociedad granadina. Eran las que separaban a los cristianos viejos de quienes tenían ascendencia morisca. En ese ambiente se produjeron una serie de «descubrimientos» de testimonios en los que como telón de fondo se sostenía la idea de un sincretismo religioso islámico-cristiano. Quienes impulsaron ese proceso fueron algunos descendientes de moriscos, incardinados en la nueva sociedad y deseosos ocupar un lugar de relevancia en ella, sin que sus antecedentes significasen un obstáculo. Pera ello trataron de configurar una simbiosis entre lo cristiano y musulmán que diese cierta relevancia a su posición.
D En ese marco social y en ese ambiente histórico se produjo a finales del siglo XVI, en la última década del reinado de Felipe II, un sorprendente hallazgo. Sucedió un día de febrero de 1595 cuando unos buscadores de tesoros encontraron, en unas cuevas próximas a la ciudad, en el llamado monte de Valparaiso que más tarde sería conocido como Sacromonte, unos discos de plomo y unos restos humanos. En los discos había escritos unos textos en árabe con ciertas modificaciones y en latín. No era la primera vez que en Granada se encontraban curiosos objetos de supuesto carácter religioso. Siete años antes, en marzo de 1588, al derribarse el viejo alminar de la mezquita mayor de Granada —conocido también como la Torre Turpiana—, con motivo de la construcción de la nueva catedral, se encontró una caja de plomo que contenía un trozo de lienzo, un hueso y un pergamino escrito en latín, árabe y castellano, donde se decía que el presbítero Patricio había recibido el encargo de Cecilio, primer
obispo de Granada, de esconder la caja «para que jamás cayese en poder de los moros». El relato indicaba que el hueso era de san Esteban, que el lienzo había pertenecido a la Virgen y se señalaba la existencia de una profecía atribuida a san Juan.
D Los discos de plomo, que acabarían conociéndose como los plomos del Sacromonte, aparecieron entre los años 1595 y 1599. En los textos grabados en ellos, donde también aparecían intercalados dibujos de círculos y triángulos, se contaban historias de mártires cristianos en tiempos de Nerón, así como revelaciones de la Virgen María y del apóstol Santiago dictadas a san Cecilio y san Tesifón, que aparecían como hermanos de raza árabe y discípulos directos de Santiago. Entre otras cosas, se defendía la Inmaculada Concepción de María y se establecía una fuerte relación de Santiago con España, afirmándose que fue en Granada donde el apóstol dijo su primera misa. Asimismo, contenía complejos argumentos donde se defendía un sincretismo religioso islámico-cristiano, imposible de sostener históricamente. A pesar de ello, el arzobispo de Granada, don Pedro de Castro y Vaca de Osma se mostró ferviente defensor de su autenticidad, frente a las voces que señalaban que se trataba de un monumental
fraude.
Para entender la vigorosa defensa del arzobispo granadino —ejemplo de obispo postridentrino vinculado al mundo político de su tiempo y hombre de sólida cultura, vinculada al humanismo cristiano—, de los plomos del Sacromonte hay que detenerse en su contenido inmaculista y en el patronato santiaguista.
Ya en las postrimerías del siglo XVI se había iniciado una pugna ideológica sobre la Inmaculada Concepción de María que tardará siglos en ser aceptado por la Roma como dogma de fe y también se alzaban las primeras voces pidiendo la canonización de Teresa de Jesús —no sería declarada santa hasta 1622— y que disputaría a Santiago el patronazgo de las España, en un duelo en el que intervinieron algunas de las grandes plumas de la época. El arzobispo granadino, que más tarde sería titular de la sede Hispalense, se mostró ferviente partidario de la Inmaculada Concepción y del patronazgo de Santiago e impulsó la construcción de la abadía del Sacromonte, con su propio cuerpo de canónigos, para realzar el lugar donde se habían encontrado los plomos.
El revuelo causado en España por la aparición de los plomos, cuya autoría está relacionada con grupos de moriscos acomodados que buscaban un sincretismo religioso que sobrevalorase su posición social, habida cuenta de sus antecedentes en una sociedad donde la pauta era marcada por los cristianos viejos, hizo que se trasladasen a Roma para su estudio. En 1680 fueron declarados falsos, pero no regresaron a Granada hasta el año 2000. Sobre la falsificación existen pocas dudas acerca de sus autores de los que al menos se conocen dos de sus nombres: Alonso del Castillo y Miguel de Luna.
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