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Crítica de música

Aprender disfrutando

James Conlon dirigió a la Joven Orquesta Nacional de España en una gran noche

James Conlon dirigiendo a los músicos de la Joven Orquesta Nacional de España Guillermo Mendo

Carlos Tarín

La JONDE fue pionera en España a la hora de incentivar a aquellos jóvenes que buscan la excelencia (los que no se conforman con lo bueno, algo cada vez más denostado), mediante la oportunidad de ampliar sus conocimientos con grandes profesores y con un trabajo en común que luego ‘girarían’ con algún gran maestro . Esto se extendió a otras comunidades, entre las que se cuenta Andalucía (OJA) .

Nada menos que James Conlon era el encargado de dirigir a estos jóvenes con indudable acierto. Nos mostraba, como la OJA con Heras Casado , que el nivel musical de estos chavales es extraordinario y que, en las manos adecuadas, ofrecerá resultados excelentes: una buena cámara no garantiza fotos magníficas; y, al contrario, con un buen fotógrafo, cada instantánea sublimará la calidad de la cámara y el arte de quien la dispara.

El programa reunía a dos amigos y a dos de sus obras maestras, ambas ocupando el cuarto y último lugar de sus sinfonías. Con ser interesante, la sinfonía de Schumann nunca llegó a convencer a su autor, que la modificó, ni a su amigo Brahms , que la modificó, ni a los especialistas, que se decantan por una y otra versión, o por la híbrida de Brahms. Sinceramente, las repeticiones del autor, bien trabajadas y enlazadas, terminan saciando el apetito, sin despertar excesivos entusiasmos. Y eso que desde el inicio, Conlon y JONDE ya advertían de un trabajo extraordinario , apenas iniciados los primeros compases, con una concepción rica, abierta, luminosa y detallista.

Pero, claro, la de Brahms nos ofrece una belleza melódica inmediata de un gran atractivo y además, como en un hermoso arrecife, a medida que vamos descendiendo encontrarnos nuevas formas de vida, con frecuencia evolución de las de superficie, frescas y colorísticas, o aviesas corrientes que nos transportan a través de contrapuntos artesanales, sin que adolezcan de hermosos fondos de ‘ostinati’ que se engarzan en bellas ‘passacaglias’ (a veces también en superficie). Es verdad que bebe en las fuentes de Beethoven, Schumann o Bach ; pero sin renunciar a ellos, ofrece una nueva vuelta de tuerca a su música, haciéndola pasar como nueva o, en todo caso, tiñéndola de una renovada belleza arrebatadora.

Conlon conoce a todos esos autores en profundidad, tanto como la hermosa sinfonía brahmsiana -y schumanniana-, y por eso no necesita partitura alguna, para concentrarse en destacar todos los entresijos de sus compases. Brahms presenta un considerable aporte melódico en esta sinfonía , pero una vez sumergidos en el agua de sus pentagramas, van reapareciendo asomando su cabeza, cuerpo y extremidades o dando lugar a organismos que comparten distintas cantidades de su ADN. Sólo una mente concienzuda es capaz de aunar tan riquísimo y diverso colorido en un solo ente , cuyo resultado enamore además al que no quiera meter la cabeza bajo el agua.

El director neoyorquino fue entresacando cada motivo, frase, contrapunto… con una finura y acierto sorprendente, lo que a la vez nos hizo ver la calidad de los jóvenes: trompas -con un destacado solista a la cabeza-, oboes, clarinetes, flautas, violas, chelos, violines, desde luego, o los entusiastas contrabajos. La orquesta, por cierto aplaudió, sin reservas a su director, quien hizo posible el sueño de todo ‘iniciado’: por una parte evidenciaba un provechoso aprendizaje con tan gran maestro y, lo más importante, que lo había hecho disfrutando de su -suponemos- bonhomía (no de todos los grandes maestros se puede decir), es decir, de aprender disfrutando.

El público no terminó de llenar el mermado aforo maestrante, acaso pensando que era el concierto de una orquesta de estudiantes. No, no, no…

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