Biblioteca de Tombuctú: Salvar a Mahmud Kati
TOMBUCTÚ. El Fondo Kati está salvado. O al menos más a salvo. Sólo el tiempo, el atroz enemigo cuando se trata de alargar la vida, así como el esfuerzo de los especialistas, podrá consignar la dimensión exacta y la trascendencia de lo que la Consejería de Relaciones Institucionales del andalucista Juan Ortega ha salvado con la construcción de un edificio en un lejano punto de la curva del río Níger que alberga ya dicha colección de manuscritos. El edificio quedó inaugurado el pasado 27 de septiembre como «Biblioteca Andalusí de Tombuctú». La biblioteca, con dos plantas de 460 metros cuadrados, cuenta con una dedicatoria especial al poeta José Ángel Valente, impulsor originario del manifiesto de apoyo para salvar el legado y que se publicó en ABC en 2000 con el respaldo de intelectuales como Muñoz Molina, Juan Goytisolo, Saramago, y Villar Raso, entre otros.
Queda ahora una tarea ingente para inventariar, restaurar y microfilmar los manuscritos, pero para ello era preciso ganar la primera batalla frenando el deterioro y las penosas condiciones de conservación de los manuscritos. En paralelo, podrán iniciarse trabajos de investigación que permitirán rastrear en los recovecos de una larga historia de andalusíes exiliados, dormida durante siglos en los ásperos arenales que rodean a la legendaria ciudad de Tombuctú, en la República de Mali.
Todo eso llevará su tiempo, y puede que hasta alguna que otra controversia científica y erudita, pero lo que parece fuera de dudas es que con los algo más de 120.000 euros aportados por la Consejería del andalucista Juan Ortega se ha dado el primer paso necesario para frenar el deterioro de la biblioteca y el riesgo cierto de que el tiempo proscribiese de nuevo en el anonimato lo que fue escrito para ser leído y estudiado por las generaciones que sucedieron a sus autores. Así lo recomendaron en la última década el profesor de la Universidad de Illinois John Hunwick, considerado el mayor experto mundial en textos islámicos medievales africanos, o el profesor Albrecht Hofheinz, los cuales estudiaron parcialmente los fondos de la Biblioteca Kati, subrayando su importancia.
Empieza la hora del análisis científico, de la investigación minuciosa y del debate que deberían permitir conocer mejor nuestra Historia, a la vez que se habrán establecido puentes de colaboración con países de nuestro entorno, como Marruecos, tan vinculado a los hechos históricos que se relatan en esos legajos y, sobre todo, Mali, un país desfavorecido en lo económico y desconocido para nosotros. A tal efecto, la Junta de Andalucía piensa ya en establecer becas para hacer de inmediato un inventario de dichos fondos.
La pequeña gran historia de estos manuscritos es digna de una novela de aventuras y arranca, según todos los datos, el 22 de mayo de 1468, cuando Ali Ben Ziyad, un godo converso al Islam, descendiente, al parecer, del rey Witiza, emprendió su viaje hacia el exilio desde Toledo. Después de un largo peregrinar que le llevó incluso a La Meca, terminó por establecerse con sus libros en la pequeña aldea de Gumbu, entre las ciudades de Gao y Tombuctú, donde se casó con la sobrina del que sería rey o askia del Imperio Songhay.
León el Africano
El hijo de ambos, Mahmud Kati (o Qûti, según la denominación que prefiere el actual patriarca de la familia, el poeta y ensayista Ismail Diadié, que se reclama descendiente directo de aquel judío converso toledano y principal estudioso de estos fondos), se crió en la Corte del Askia, y, dada su elevada posición social, amplió la biblioteca paterna, trasladándose con ella a Tombuctú, donde coincidió con León el Africano, otro hijo de emigrantes, éstos procedentes de Granada, cuya familia abandonó la capital del reino nazarí en 1492.
Ambos, León el Africano y Mahmud Kati, dejaron escritas dos obras decisivas sobre esta zona del mundo: el primero de ellos, «Descripción general del África»; y el segundo, la obra conocida como «Tarik-El-Fettash» o «Crónica del viajero», incluida en la colección de textos de la Unesco, donde se describen acontecimientos y avatares de enorme trascendencia para la historiografía de esta parte del mundo y donde se da noticia de la presencia de otros andalusíes en este rincón africano tras la expulsión de judíos y musulmanes por los Reyes Católicos.
Una copia de esta última obra, al parecer más completa que la que se conserva en la biblioteca Ahmed Baba que la Unesco creó en Tombuctú en 1968, es una de las joyas del Fondo Kati, pues incluye multitud de anotaciones marginales del propio autor, Mahmud Kati, y de otros miembros de su familia, realizadas a lo largo de siglos, así como constantes referencias a la presencia de andalusíes en esta zona, las cuales fueron eliminadas por los copistas, nadie sabe por qué, de la obra que se conserva en la biblioteca de la Unesco.
Otros muchos volúmenes destacados, en árabe, hebreo, español, francés y hasta en aljamiado (español con caracteres árabes), encierra el Fondo Kati, entre ellos un Corán ceutí sobre vitela de 1198 adquirido en Toledo por el fundador de la biblioteca, Ali Ben Ziyad, el mismo año de su exilio; además de obras fundamentales comentadas por sabios de Córdoba, Granada, Fez y Marraquech, del emporio cultural tunecino de Kairouan y de otras ciudades como Trípoli, El Cairo o Bagdad, así como de los grandes centros intelectuales históricos de Mali, como Djenné y Tombuctú. El valor de esos libros aumenta por las «marginalia» o notas escritas en los márgenes por los sucesivos autores y copistas de los mismos.
Muchos documentos son actas jurídicas o testimonio de diversos actos cotidianos, como cartas comerciales a ambos lados del Sáhara, detalles del comercio de esclavos, compra de libros, de sal, oro, especias, telas y de la preciada nuez de cola, un estimulante suave y respetable que aún se consume entre los adultos en Mali.
Habrá que esperar a que se realice el inventario exhaustivo y el cuidadoso estudio posterior de todos los legajos, así como la ardua tarea de microfilmación completa del archivo, cuya copia se depositará en el Centro de Estudios Andaluces de Almería, pero el aval del profesor Hunwick elimina toda sombra o suspicacia que algunos quisieron verter sobre la autenticidad de los manuscritos en los últimos años. Hace algún tiempo, el propio Hunwick ofreció a la familia de Ismail Diadié, en nombre de la Fundación Ford, la salvación de los manuscritos, a cambio de que éstos fuesen trasladados de forma permanente a un institución de su país, a lo que se opuso el consejo de familia, aunque también habría contado con el rechazo del Gobierno de Mali.
Los trabajos de inventariado en estos confirman la existencia de al menos 300 manuscritos de autores andalusíes, otros 100 de renegados cristianos, 70 de comerciantes judíos y no menos de 2.530 de época árabe medieval. El resto, hasta 7.000 manuscritos, es poco conocido, ya que se trata de legajos incorporados en los últimos meses, pues el propio Diadié aún negocia con miembros de su dispersa saga familiar para recopilar el conjunto de la biblioteca que a principios del XIX se dividió para hacerla desaparecer de la rapiña que quiso llevar a cabo la dinastía de un nuevo Imperio, el de la etnia Peul que se instauró en esos años en Mali.
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