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Crítica de Música

Concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla: Puertas al campo

Kopatchinskaja no sólo se descalzó, sino que cambió muchos acentos, adornó, jugó con los tiempos, pero quedó bien, fresco, atractivo

X Concierto de abono de la ROSS ABC

Carlos Tarín

Otra nueva reivindicación relacionada con el presupuesto: lazos rojos en las solapas de los músicos solidarizándose con la situación crítica de la orquesta de Granada. Y volvemos a lo mismo: hay mucho chiringuito que quitar antes que tocar la música, máxime en una ciudad que puede presumir de un Festival con 68 ediciones y alberga la única cátedra de Musicología de Andalucía.

Está claro que los conciertos con solista suelen mover el interés del melófilo, siquiera por la expectativa que supone. Y nos llevamos algunas sorpresas, no sólo en calidad, sino en «personalidad», como la Kopatchinskaja , aquella que se quitó las babuchas para tocar: pero ¡qué forma de tocar! No queremos decir que la actuación de la Campaner fuera mala, ni mucho menos. Sólo que a esto de darle un toque personal a las obras, o dejarse llevar por ellas o por lo que a cada uno le apetezca, habría que ponerle puertas.

Kopatchinskaja no sólo se descalzó, sino que cambió muchos acentos, adornó, jugó con los tiempos, pero quedó bien, fresco, atractivo. El «Concierto nº 2» de Rachmaninov es un clásico entre los clásicos y Campaner aprovechó esa «cercanía». Técnicamente es una fiera, una gran pianista, pero tanta vehemencia la lleva, por ejemplo, a acentuar las notas que le parecen en la mano derecha, mientras la izquierda (que es tremenda) sólo la murmura, como escondida, algo que no sería la intención de Rachmaninov cuando la escribió tan elocuente. Y ya que se oía poco, en el «Adagio», al repetir el tema, dejó de tocar, pero no sólo la izquierda sino también la parte del tramado arpegiado de la derecha, mientras mantenía sólo el tema. Y a la vez la orquesta rugía simultáneamente, así que muchos ni se dieron cuenta del escamoteo.

Tras la «cadenza» de este movimiento, la bellísima entrada de la orquesta y el piano se redimieron momentáneamente de tanta licencia. Porque Axelrod tampoco estuvo fino. Ni en el desangelado Wagner ni acompañando al piano de forma «gruesa», algo tosca, sin distinguir planos sonoros ni perfilar ideas. El primer movimiento de la «Sinfonía nº 2» de Schumann (que dirigió de memoria) lo empezó igual; luego, él mismo se fue animando, hasta culminar en el «Allegro» final. Se le veía cansado, y eso pasa factura.

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