Crítica de música | Recital Víctor y Luis del Valle en el Maestranza
Torbellinos fantásticos y turbadores
Los hermanos pianistas Víctor y Luis del Valle ofrecieron un espléndido recital en el Maestranza, donde por momentos fueron un solo pianista con cuatro manos

Si hubiese sido uno, nos hubiese resultado una actuación asombrosa; pero al ser dos los pianistas , rozaban lo inaudito: no es sólo que sean hermanos, sino que llevan tocando casi toda su vida artística juntos y, así, las pulsiones, ... las frenadas en seco, los matices y hasta las gesticulaciones de uno resultaban las del otro. Eran un solo pianista con cuatro manos .
Empezaron demostrándolo con el Schubert que abría el programa, tanto en el 'Allegro' inicial (D947) como en la conocida y postrera 'Fantasía' en Fa menor (D940), una obra de despedida de Schubert a pocos meses de su muerte, y que constituye 'una de las confidencias más profundas e inquietantes de su autor' (Halbreich).
En ambas evidenciaron casi lo imposible: si es difícil encontrar igual calidad en dos pianistas que tocan a la vez, más aún es que se organicen de manera que el manoteo que se origina no torne en confusión, en choques sonoros, sino que se canalice y devenga en emociones . Melodías sucintas cantaban en el 'primo' piano sobre un arrullo de arpegios, acordes y dibujos diversos que las sostenían desde el 'secondo'; y todavía cabía en la cuarta y última parte de las invisibles divisiones un sitio para una fuga, que es donde ya se podían haber terminado de embrollar las manos. Lejos de eso, oímos la claridad más absoluta.
Un gran salto nos llevó luego al 'Chiaroscuro' de 1997, ideado por John Corigliano . Ya el nombre puede dar idea de que los contrastes iban a protagonizar la obra más reciente del programa, dando lugar incluso al intercambio de pianos en plena interpretación. Sonoridades de estentóreos decibelios (para una vez que los pianos se estaban comportando…), pero que obligaban a la recreación de una ambientación a veces tan incisiva como cambiante ('Light'), inquietante cuando no -todavía- impresionista ('Shadow'), desembocando en 'Strobe', todo un prolongado y explosivo final sobre un ritmo muy marcado, casi jazzístico, que no dejó indiferente a nadie, por la plasticidad e intensidad tanto del movimiento en sí como del conjunto.
La riqueza sonora y orquestal de Ravel casaba muy bien con la música para dos pianos (Schubert había sido para piano a cuatro manos). 'Ma mère l'oie' y 'La Valse' todavía podrían resonar en el recuerdo sinfónico de los abonados, en tanto que no hace mucho (la temporada pasada) escuchamos ambas obras en su versión orquestal; ahora, las manos complementarias de los hermanos del Valle nos las recordaban, procurando sacar los colores al blanco y negro del piano, con todos los matices instrumentales y extrayendo la naturaleza a veces plástica (los cuentos), a veces mordaz (el vals) de ambas obras.
En 'Mi madre la oca' dibujaron con acierto el carácter de cada una de las piezas, con extrema claridad y definición, e incluso reproduciendo en 'La emperatriz de las Pagodas' el gong mediante pequeños golpes en el arpa del piano; pero Ravel no recurre sólo al timbre para evocar ambientes sino, como en este cuento oriental de la Condesa Marie d'Aulnoy, por ejemplo, recurría a la escala pentatónica, tratada aquí de manera sencilla y juguetona.
En 'La valse', transcrita para dos pianos por el propio Ravel, la paleta sonora se extendía necesariamente, y aquí era especialmente necesario definir al pie de la letra el movimiento resonador marino, para que el oleaje pianístico no se llevase ni notas ni tensiones, escondidas o afloradas, en este 'torbellino fantástico y fatal' . El público pudo disfrutar de toda la riqueza de la partitura a través de la colorística y multiforme interpretación de estos dos jóvenes, verdaderos torbellinos fantásticos y turbadores. En las propinas hubiésemos preferido algo más divertido y fresco, más cercano a su edad, la verdad.
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