Crítica de música
Entre zarzuelas y habaneras
La estrella de la ópera Lisette Oropesa debutó en el Maestranza con un gran recital

La verdad es que esperábamos que la nueva estrella del MET nos llegase con un programa al estilo Javier Camarena , arias de ópera electrizante s a cargo de una voz privilegiada. Sin embargo, que una soprano como Lisette Oropesa ... prefiera cantarnos un repertorio mitad cubano, mitad español con la pureza, gallardía y entrega con que lo hizo tiene una gran importancia. Porque no se salió del guion ni en las propinas. El centro de todo fue la zarzuela , esa música, junto al flamenco, verdaderamente autóctona y que desde que nació compartimos con los territorios hermanos de América: y si nos fijamos, la cantante de origen cubano abría con la 'Canción de Paloma' de 'El barberillo de Lavapiés' , tan madrileña, tan española, escrita originalmente para mezzo, pero que la cantan casi todas las sopranos hispanas -y recordamos especialmente a Pilar Lorengar que la cantó en la Gala Lírica de inauguración de nuestro Teatro-.
Un aleteo vivaracho abría el recital con la Paloma de Oropesa, quien desde un primer momento ya prometía desde aquí la asombrosa vocalización de cuanto cantaba, y si algo no se le entendía es porque era prácticamente imposible (las zonas más agudas de las sopranos suelen luchar con este escollo). Digamos también que por el hecho de alcanzar agudos estratosféricos su voz no es delgada y ni sin cuerpo, una cualidad que la hace más versátil y su color más variado. Es verdad que también posee un vibrato nervioso , que debe ser más de una técnica determina o una costumbre antes que defecto de su canto, puesto que en las 'Siete canciones populares españolas' que siguieron dicho vibrato se lentificó en las piezas más pausadas ('Asturiana', 'Nana').
Subidas un tono todas las piezas sobre las tonalidades originales, seguramente procurando con ello brillantez y aumentando el riesgo (estos cambios se suelen hacer hacia abajo, porque no se suele llegar a los agudos de la obra que sea), la cantante otorgó a cada una su carácter (tremendamente variado, por cierto, al proceder de cancioneros diferentes), y volvió a dar muestras de su claridad de dicción y su musicalidad como en la contemplativa 'Nana' hasta el explosivo 'Polo'. Muchas habaneras , y destacamos 'La flor de Yumurí', de hermosísimo agudo final, no tanto por su altura, sino por el apianamiento con que lo emitió, toda una inusual iniciativa técnica y de exquisito efecto, además de dar muestra de su generoso 'fiato'.
Lo mismo ocurrió con la romanza 'En un país de fábula' de Sorozábal , aunque ya sabemos que este quitaba mérito a estas piezas suyas que alcanzaban el sobreagudo, puesto que reconocía que él preparaba escalonadamente su ascenso; efectivamente, va aupando la voz poco a poco hasta que cuando el cantante se da cuenta ya está arriba, 'sin esfuerzo'. Prueben a hacerlo, a ver hasta dónde llegan.
Fuera de programa, cerró la primera parte con más pájaros, en este caso 'Escucha el ruiseñor' de Lecuona , que ya desde el primer compás alcanza el Do sobreagudo para hacer trinos con él, más adelante lo alterna con el Re, dejando para el final un Mi bemol, que sostuvo alegremente encima.
Siguió con Lecuona para abrir la segunda parte (la conocida 'María la O' y 'Mulata infeliz'), volviendo de nuevo a otro de los destacados compositores españoles del siglo XX, Rodrigo con sus 'Cuatro madrigales amatorios', por cierto, inspirados los dos primeros y el último ('De los álamos vengo') en una recopilación debida a Juan Vázquez (1560); pero esta pieza y la anterior ('¿De dónde venís, amore?) volvieron a ser otra muestra de virtuosismo canoro, repleto de trinos y gorjeos, a la vez que de picante y donaire expresión. Y la parte pianística, tremenda también en sus secciones 'a solo'.
Siguieron Penella y después Roig y su famosa salida de 'Cecilia Valdés'. Es, con razón, uno de los dos momentos más conocidos de la zarzuela, tan criolla como la protagonista, en tanto que en ella se unen dos mundos musicales, el europeo y el americano/caribeño. Es sólo una impresión, pero el 'bailable' nos pareció que voz y piano divergían no en 'tempo', sino en carácter, puesto que cada uno parecía llevar un microrritmo diferente.
Con todo, la efervescencia del canto , de su fuerza y su vaivén la retomó la Oropesa con su Re sobreagudo, atacado directamente, en 'forte' y mantenido el tiempo que quiso. Todavía tres propinas de virtuosismo arrebatador sin salir de la zarzuela o la habanera extraídas de 'Las hijas de Zebedeo' de Chapí, 'Tú' de Eduardo Sánchez de Fuentes y de 'El húsar de la guardia' de Vives y el sevillano Giménez.
Hemos repetido cada vez que lo escuchamos la excelencia del pianista Fernández Aguirre, toda vez que es difícil encontrar uno que interactúe con el cantante como él, y además tiene claro que su labor es estar en segundo plano, subrayando la voz, dialogando con ella o coloreando su canto. Pero estos aciertos tan marcados tienen algunas contraprestaciones: adapta a su pianismo signos expresivos de la partitura, ensalza posibles cantos pianísticos que ribetean la melodía dejando poco audible el resto del acompañamiento; pero sobre todo, sus continuos ademanes distraen al espectador. Y no le hace falta: es difícil oírlo acompañar y no estar pendiente de la fertilidad de su ingenio, de su contracanto o armonías, de sus acordes sincopados que a veces podríamos calificar de jazzísticos, todo lo cual enriquece e ilumina el texto y la música del solista.
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