Crítica de música
Finlandia entre el clarinete y la gran orquesta
El clarinetista marchenero Pablo Barragán actuó como solista

La segunda cita de esta temporada nos llevaba mayoritariamente a Finlandia, con dos obras que mostraban abiertas preferencias por la gran orquesta, como si en un país de baja densidad demográfica necesitasen llenar sus formas musicales con (casi) todos sus instrumentos.
En esto ha destacado ... siempre Lindberg , cuyas primeras obras incluso fueron consideradas “imposibles” de tocar, con armonías y texturas apretadísimas, a lo que el sexagenario compositor añade con frecuencia ornamentos, como en este ‘Concierto para clarinete’ , al igual que había hecho anteriormente en el ‘Concierto para piano’. Por cierto, consignemos que el compositor finés mantiene una relación con la tradición a través de esta forma musical, de la que conserva su nomenclatura (bueno, y en su ‘Quinteto para clarinete’ ).
La obra, dividida en cinco secciones ininterrumpidas, participa de lo dicho anteriormente, mostrando una fuerza inusitada en su inicio, algo más relajada en la segunda y la tercera, y acumulando un abigarramiento progresivo hacia el final, con dinámicas extremas, que iban alejando el interés de la obra, excesivamente larga además.
El mayor interés estuvo en el clarinetista marchenero Pablo Barragán , a quien recordamos en ese memorable trío con Floristán e Ionita , y que volvía a refrendar aquella excelente impresión con su actuación del difícil concierto, tanto a un nivel técnico y expresivo, como de fortaleza física (al final confesaba el agotamiento de todos tras la interpretación). Porque los reiterados volúmenes explosivos, y especialmente en el final, donde se reexponía con brillantez el tema del inicio con toda la orquesta y los metales atronando, Barragán conseguía -con frecuencia desde un registro sobreagudo- imponer su sonido al conjunto orquestal. Todavía en la cuarta sección pudimos oír en la ‘cadencia’ toda una serie de onomatopeyas clarinetísticas que, junto al resto de la interpretación, mostraron su extraordinario dominio del instrumento, su capacidad para articular, resonar o expresar en fortísimo, tanto como en las matizaciones más dulces (que alguna hubo, como en el inicio) sobre un bellísimo instrumento, de imagen y sonido.
Tras la materia musical expansiva de Lindberg oíamos una concepción muy distinta, también finesa, la que nos presentaba Jean Sibelius en su sinfonía más famosa. También sobre una orquesta grande, su propagación se realiza mediante la proliferación de pequeños motivos que, generalmente encadenados, van configurando el tejido orquestal, aunque su aparición no suele ser simultánea a otras células melódicas completas, sino más bien a ‘ostinati’ diversos, escalas ascendentes y descendentes, amplias zonas homofónicas, que siempre buscan la diversidad de color. De igual manera, la intencionalidad tímbrica alcanzó también las melodías : intensa actuación de los violines en los temas más penetrantes y todavía románticos, carácter pastoral del oboe y clarinete, cuando no el fagot, arpa, percusiones o brillantez de los metales en el prolongado final, que evidenciaron las cualidades de los diferentes miembros de la orquesta.
Si en Lindberg pensamos que la batuta de Díaz lo tenía difícil para clarificar las texturas, dada la ‘densificación’ de las mismas, el tono terroso, turbio y poco jerarquizado a la hora de exponer las más ponderadas de Sibelius, que todavía conserva la forma sonata o el scherzo, el poder de las melodías sobre los demás elementos, los ritmos todavía de carácter folklórico, etc., apenas nos recordaban al maestro ovetense que nos fascinó en la última ‘Tabernera del puerto’ en este mismo teatro. Había, desde luego, estudio, atención al detalle y a las entradas, aunque debemos sobresalir sobre todo la capacidad de aunar con direccionalidad el acúmulo del caleidoscópico tramado de Lindberg.
El concierto se abría con un fresco ternario del zaragozano Jesús Torres a través de sus ‘Tres pinturas velazqueñas’ , VIII Edición Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA . Cada una de las piezas estaba inexorablemente unida a su imagen, y en ellas el compositor conseguía aunar tradición y vanguardia con un gran conocimiento de la orquesta, y no sólo como cuestión de buen oficio, sino del sabio empleo de sus recursos para ajustarse al objeto representado.
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