Flamenco SinCejilla
Israel Fernández cantó a las Tres Mil Maravillas del Polígono Sur de Sevilla
El toledano actuó de manera altruista en la Factoría Cultural del Polígono Sur, coincidiendo con el Día Internacional del Pueblo Gitano
El Día Internacional del Pueblo Gitano estalló ayer dentro de un cilindro estrecho: la garganta quebrada y cristalina de Israel Fernández, chorrito de cariño donde no existe la oscuridad. El cantaor toledano, conversando con unos jóvenes de las Tres Mil Viviendas que no ... podían permitirse el precio de las entradas de sus recitales, decidió cantarle al barrio entero en esta fecha señalada. Un concierto para ellos.
El público, en la Factoría Cultural del Polígono Sur, es endémico , no hay otro si quiera que se le asemeje. Aquí los calés no son de postal, sino de carne y experiencia. Por eso no hay visceralidad mayor que la que suena en el patio de butacas. Los jaleos son recíprocos. La fiesta, cometida. El cordón umbilical que ata a los de arriba con los de abajo, recio como el compás que a todos los iguala. La gitanería papita en este pequeño auditorio como una luz que se refracta e ilumina una suerte de espejos. Suene entonces libre la música. Se alce genuino el pueblo. Camine alto y natural el arte que entre todos hemos inventado.
Por Levante, arranca de cuajo varios oles, pero la magia echa volar y se escapa cuando llega la soleá y el edificio sigue en un suspiro la mano derecha de Diego del Morao, que a contratiempos va dictando airoso el tres por cuatro en el que se cuadra. El centro huye con talento del caos. Surge alado de la nada y cabalga por confines mucho más románticos. Hasta levantándose de la silla, cerrando el cante lejos del micrófono, Fernández evoca a Camarón, pero por su tamiz también se va filtrando ese oleaje de ecos que desde niño lo trae de idas y vueltas. Los de Pastora y Tomás, por ejemplo, se bambolean a una vez huidizos y elegantes. En los tientos, los tangos y los fandangos, los espectadores participan. Las bulerías y los cuplés de la Niña de los Peines, directamente, se los roban . Sin saberlo, tal vez, este teatro ha batido un récord Guiness de números de palmas a un son. Hay artistas por aquí sin conciencia de ello. Su arte es hábito, pero no profesión. Cruzarse en el compás es pecado. Mentir cantando, también. La vida es un juego. La cultura, alborozo. La reunión, corro. Y la única certeza radica precisamente en que todo parte de la verdad. Es su sangre la única protagonista. Los niños que miran con ojos de viejo. Las familias. Todos ellos.
Fue la oportunidad de disfrutar de los pequeños vinculados a la Fundación Alalá y al proyecto Fuera de Serie, que han grabado un single con aires del Niño Gloria junto a Israel Fernández que aún no se ha publicado. Torombo, Bobote, Juanfra Carrasco y Ezequiel Montoya se subieron después al escenario para golpear linajes en maderas. Los nudillos a plomo proclaman sentencias. Las banderas tienen mil colores, y tres mil maravillas ocultas se reserva en el reverso este barrio enigmático a tres mil leguas de otras realidades de la ciudad . Sevilla tiene dos mundos en una sola calle.
‘Calle del arco’, de Antonio Ortega hijo: algo desatento al corazón

Canción, una. Por tangos. Cantes, ocho. Todo lo demás. Antonio Ortega hijo presenta sus credenciales cantaoras remangándose la sangre en la soleá de Joaquín el de la Paula. Es técnicamente perfecto. Algún desgarro también deja. Yo, la verdad, no sufro demasiado en su mirada mairenera hacia Alcalá . No es frío, pero lo previamente meditado, el giro redondo como resultado final de un estudio, me produce una sensación que choca con la libertad. No está maniatado al saber, sino algo desatento al corazón; cómo explicar de otra forma lo que forzosamente requiere de la subjetividad.
Trae en su cesto alegrías, cantiñas y una mariana quieta, siempre abriendo el gaznate, susurrando y echando hacia atrás las correas del compás. Por ahí aparecen los fandangos de Huelva, la malagueña, el zángano, la rondeña y una clausura por saetas a la Virgen de la Ancilla. Su romance cabalga por la geografía andaluza a lomos de un duende lorquiano que gusta de partirse la camisa. Curiosea por los territorios hondos, los contempla y les canta. Sus seguirillas se deslizan por livianas y terminan, valiéndose de unas facultades poderosas, en el precipicio de Juan Junquera, dispuestas a agonizar sin que la lágrima llegue. Todo es correcto en este trabajo . La disposición de los estilos, los palos escogidos, el sentido, las letras. También el vestido clásico de las guitarras de Juan Ramón Caro, Antonio García, Antonio Carrión y Manuel Peroles. Seré entonces yo. O mi oído encallecido por los benditos golpes que le dieron a través de los discos lo que ya quedaron atrás.
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