Crítica de música
El gobierno del caos
La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla brilló en su tercer programa de abono con el estreno de ‘Miranda’, de la compositora sevillana Noelia Lobato Montoya

Poco más de cinco minutos duró ‘Miranda’ , estreno de la sevillana Noelia Lobato Montoya , constituida por bloques de sonidos, salpicados de profundos graves (como los que iniciaban la obra, primero con los contrabajos -Ciorata estuvo muy presente toda la velada- y ... luego en los violonchelos -qué color más bonito tiene el del solista temporal Coryn Herwig , también decisivo en las distintas obras-. La obra busca contrastes , también ambientes sonoros (trompas, chelos, cuerda, percusión), y no se resiste a un estallido final usando toda la artillería; si prescindiéramos de este final, tal vez nos podría evocar un preludio operístico o, al menos, una gran escena. Pocas veces se ha aplaudido tanto a una obra contemporánea.
‘A priori’, la obra más golosa para el público era el ‘Segundo concierto para piano’ de Chopin (en realidad primero, pero segundo en publicación). Pero, también seguramente, la pieza anterior hubiera resultado de otra manera si el director no se hubiera entregado con tal fruición a sacarla adelante. Desde el inicio del concierto, la sensación era idéntica, desde unos violines que siguen en estado de gracia y que han contagiado al resto de la orquesta, y de un director que no sólo la hace sonar con brillo y claridad, sino que además consigue que suene ‘de puntillas’, y sin que deje de oírse cada sección en el acompañamiento. Eso, y el Yamaha gran cola del que pudo disponer Scheps , hacían del momento algo memorable; de hecho, cuando empezó a entonar el primer tema, con una pulsación firme, segura, con una teclado que rebosaba color por doquier, nos hizo creer que podía ser así. Sin embargo, fue perdiendo fuelle a medida que avanzaba la obra, en parte porque su concepción del concierto parecía basarse en que los pasajes más difíciles -los terribles grupos de valoración especial- debían resultar como acompañantes del tema principal, como si fuese un instrumento monofónico que necesitara crear el trampantojo de acompañarse a sí mismo, cuando el piano es quien con más soltura hace esto en la forma que se quiera (normalmente con la mano izquierda), constituyendo esos “grupos” preciosas guirnaldas ornamentales para enlazar las distintas partes de la melodía; así que oscurecerlas mediante la sordina o directamente con los dedos no crea contrastes, sino hoyos en el decurso melódico. El protagonismo decidido del piano en el segundo movimiento obligó a que la joven brillara debidamente , porque el canto de su melodía era diáfano y brillante (¿hemos dicho ya cómo lo realza todo un buen piano?), y hasta la mano izquierda más discreta podía oírse por debajo de la exultante melodía. Y luego, la sorpresa: la romántica y refinada pianista, de tez nívea y delicada como una porcelana china, mudó, tras los aplausos, en una fiera que se abalanzó sobre el piano (menos mal que era alquilado) para hacernos el ‘Precipitato’ de Prokofiev (‘Sonata nº7’) y dejarnos sin aliento. Estaba claro que le hubiera pegado más un concierto de Prokofiev y una propina de Chopin.
Bien claro tenemos que los directores que no se reservan para la segunda mitad (casi siempre una sinfonía, para lucimiento propio), sino que se matan por buscar la excelencia en todo el programa, lo bordan cuando llega ‘su’ hora. Y ha llegado con una sinfonía poco programada (desde 2005 no se oía), y que en algunos aspectos guarda relación con la pasada ‘Segunda’ de Sibelius . La pueblan, como allí, cantidad de pequeños motivos y si alguno es algo más grande, se divide para su uso, aunque coinciden en que estos evolucionan poco, más allá de modulaciones o pequeñas alteraciones al servicio de la textur a; está en los límites de la tonalidad (con frecuencia busca la politonalidad y en ocasiones la polirritmia), aunque buscan de distinta manera plantear la soledad del artista y su relación y postura con el mundo, aunque se diferencian en que Hindemith era un grandísimo polifonista, lo que puede suponer un problema para un director.
De hecho, el precioso primer movimiento, basado en la escena del nacimiento de Cristo, del inmenso ‘Retablo de Isenheim’ de Matías Grünewald , oíamos una melodía popular en el trombón, y los 3 temas del trío de ángeles (Gabriel, Rafael y Miguel) que, una vez expuestos, se enzarzan una y otra vez en tremendos contrapuntos, en festivo canto al niño Jesús recién nacido (parece que Hindemith ideó los temas para poder desarrollarlos polifónicamente con comodidad). Y aquí es donde empezamos a ver los prodigios de la batuta de Smith, tanto para anticiparse a las exposiciones temáticas de forma imitativa de los instrumentos, como para lograr seguirlos una vez que se entrelazaban en las intrincadas polifonías. Multiplíquese esto en el último movimiento, donde los temas aumentan y todo se complica (San Antonio, con quien se identifica Hindemith tanto como con Matías, sufre la presión del terror ocasionada por distintos monstruos o gigantescas serpientes -incluidas en el cuadro-, que propician las más sinuosas y constrictivas secciones fugadas), finalizando con brillantez en un ‘Lauda’, con toda la metalería festejando la superación de la prueba por el santo… y por el extraordinario director. Hemos de destacar, además de la intensa implicación de la cuerda, la ingravidez de la madera frente a la gravidez del metal , el colorido de la percusión, y todos ellos perfectamente localizados en su sección, no sólo evitando lo que podía haber sido un fárrago descomedido, y que finalmente terminó en un control del caos.
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