Crítica de música
Heras-Casado, de nuevo con los jóvenes músicos andaluces
El director granadino brilló al frente la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said en el concierto celebrado este martes en el Teatro de la Maestranza

Lo primero es agradecer a un maestro de la talla de Heras-Casado su interés en volver a dirigir orquestas de jóvenes músicos andaluces (hace casi dos años pudimos oírlo con esta misma orquesta junto a la Orquesta Joven de Andalucía ... en este mismo teatro, también con Chaikovski y nada menos que Mahler ). Imaginamos que aquellos chavales que no tuvieran referencia alguna del maestro granadino tuvieron que asombrarse al leer en el currículo de este músico su paso por el podio de casi todas las orquestas de primer nivel. Y todavía más al ver su humildad y entrega: sólo hubo que ver que cuando amigos y familiares de los jóvenes se lanzaban a aplaudir cada movimiento, el director, en vez de optar -como se suele hacer- por esperar a que terminaran y continuar con el siguiente tiempo, él se volvía ligeramente hacia ellos para agradecer la intención , que no la oportunidad, de este público novel. Dicho sea de paso, tampoco estaría de más que los muchachos advirtieran a sus allegados que en el mundo de la música clásica se suele esperar a que termine la obra para aplaudir, lo que conlleva no hacerlo en las micropausas entre un movimiento y otro.
La segunda reflexión es para felicitar a estos músicos que nadan a contracorriente de un sistema educativo que premia la vagancia , mientras que ellos, saltándose la trampa, buscan afanosamente la excelencia. Y antes de cualquier consideración sobre la adecuación de su trabajo debemos dejar constancia de la emoción sentida al comienzo de cada una de las dos obras que componían el programa: el perfecto unísono de los violines I en el 'Concierto para violín' de Chaikovski, al que se sumó pronto el resto de la cuerda, contestando en bloque el viento madera, anticipando algunas de las características del director granadino, especialmente dos: la claridad y el gusto por el detalle.
Y es que no era sólo el sonido terso, consistente, seductor de esos instrumentos lo que llamaba a la atención, sino la precisión relajada del fraseo (¿recuerdan 'My Fair Lady' ?: no era sólo la pronunciación, sino también controlar el ritmo prosódico y la claridad del discurso). Ni siquiera en los momentos más convulsos se enmarañaban las texturas. La segunda consideración la imaginamos en su ser granadino, cuando pueda pensar en esos turistas que se asoman al Mexuar de la Alhambra, al Palacio de Comares o a la sala de los Abencerrajes, donde hacen la foto y se marchan tan felices creyendo que han visto el monumento nazarí: Heras-Casado va creando la expectación continua para desplazarse a cada una de las secciones que componen el monumento y, una vez que entramos en ellas, procura el realce, la búsqueda del detalle que sobresale en cada una, tejiendo un sutil trenzado en su torno, para convertirlo en constante interlocución con el solista.
Fue Coeytaux , que sustituía al programado Miguel Colom, un violinista excepcional, de digitación eléctrica, que llevó el concierto chaikovskiano al límite de su virtuosismo en cada uno de los movimientos, si bien en la 'cadenza' que cierra el primero ya dio una lección magistral de casi todas las posibilidades del instrumento , destacando especialmente en la limpieza y luminosidad de los tremendos armónicos en registro sobreagudo, aunque podríamos decir lo mismo en las dobles y triples cuerdas, escalas y arpegios de velocidades endemoniadas, articulación impoluta por mucho que corriera, fraseo o expresividad. Acaso su instrumento no tenga la potencia que requiere la obra, la sala o la nutrida orquesta; sin embargo, hubo un entendimiento con el podio, que siempre estuvo solícito para que el conjunto no se le echara encima. Nos quedamos, eso sí, con las ganas de haber disfrutado más palmariamente de esas notas de zona media y grave que el solista dio y que no se oyeron con la profundidad necesaria debido a esa limitada proyección del instrumento.
Reconocía el maestro al final del concierto el esfuerzo de todos, especialmente en unas fechas muy especiales, a cambio de unos resultados extraordinarios, que culminaron con la 'Octava' de Dvořák . Aquí aún sobresaldríamos una tercera cualidad que es el dominio del contraste. El primer movimiento, como decíamos al principio, volvía a impresionarnos por ese unísono de los chelos de canto casi humano en completa connivencia con clarinetes y trompas, remedado por el piccolo, tal vez a modo de pajarillo campestre, en el observamos la gran profesionalidad de los muchachos, en este caso de la excelente flautista. En el segundo, esos contrastes nos parecía que se acentuaban desde el comienzo, con ese movimiento que despierta como una ola rompiendo de nuevo sobre la flauta alternando con los clarinetes, con igual acierto; pero no sólo era una cuestión tímbrica, sino que también nos hacía ver una de las características de esta sinfonía, que es la sorprendente alternancia entre los modos mayor y menor, a una velocidad poco acostumbrada, y que en este movimiento hay que destacarla especialmente.
En fin, por no cansar, resumamos que hubo igual acierto en la lectura de los dos restantes movimientos, destacando en ese brillante final. Aún hubo tiempo para una danza húngara de propina -de 'regalo' insistía el maestro-, y nuevamente (la OJA sola lo hizo el pasado abril) terminar con el famoso pasodoble 'Amparito Roca' (del músico catalán Texidor Dalmau , por cierto) que, a decir de Heras-Casado, sirve hoy día para cerrar en toda Europa los conciertos, sobre todo de las jóvenes orquestas. Sólo falta que el músico granadino vuelva, y a ser posible también al podio de la ROSS, siquiera por ser el músico andaluz y español con mayor proyección internacional, y siempre con la aquiescencia del Comité Central de Empresa. Faltaría más.
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