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CRÍTICA DE ÓPERA

Lírica de la penuria bohemia parisina

Una ópera que nadie que ame lo mejor del género debe perderse.

Un momento de la representación de «La Bohème» VANESSA GÓMEZ

JOSÉ LUIS LÓPEZ LÓPEZ

Un bello relato lírico de la vida bohemia en el París en un momento indefinido del siglo XIX (la acción comienza, según el libreto, en la Nochebuena de 1830, tras la entronización de Luis Felipe de Orleáns; pero el contexto —proyecciones, referencias pictóricas, ambientación— nos lleva hasta los años decimonónicos finiseculares, post Segundo Imperio).

La música de Puccini destila simpatía y delicadeza hacia los seis indigentes y entusiastas protagonistas: Rodolfo el poeta, Marcello el pintor, Colline el filósofo, Schaunard el músico, la bella y tierna Mimí, la linda Musetta, de vida alegre y buenísima persona... Davide Livermore , como es habitual en él , cuida con mimo el efecto visual de la puesta en escena , con un sabio y abundante uso de la pintura impresionista de autores «fin de siècle» muy interrelacionada con la acción y las referencias verbales, con el espacio escénico casi desnudo y movimientos convencionales de los personajes.

Se exceptúa de esta concepción el acto segundo , inundado de figurantes, saltimbanquis, payasos, bailarinas , que a veces esconden a las seis figuras centrales (aunque ahí resalta la pequeña historia del viejo y rico Alcindoro, alejado por engaño por Musetta para irse ella con Marcello, y dejarle al ricachón la cuenta de los gastos de todo el grupito). Con razón, al final de ese acto, los coros y sus directores hacen el saludo de despedida, pues los actos tercero y cuarto, igual que el primero, se vuelven a desarrollar en un entorno intimista.

En esta ópera, tan querida por Puccini, la música tiene un papel excepcional . Y Pedro Halffter , que muy bien lo entendió así, cuidó al máximo el equilibrio entre la dinámica orquestal y las voces procedentes del escenario. Magnífica labor del director, atentísima a los innumerables detalles musicales , que propició un sonido extraordinariamente bello de la orquesta.

Hay que subrayar esto: en pocas obras operísticas, las referencias procedentes del foso tienen un papel narrativo tan importante como en esta: el genio de Puccini convierte a la música instrumental, con sus alusiones temáticas, en un «personaje» más (quizá el más importante) dentro del conjunto de esta obra maestra.

El Coro y la Escolanía (esta, con numerosos efectivos) impecables. El empaste conseguido por los directores respectivos es ya una constante. En cuanto al movimiento escénico, tanto mayores como pequeños mostraron una fresca y natural soltura.

En cuanto a los cantantes, Anita Hartig es dueña de una voz que cuadra fielmente a su personaje : bello timbre lírico, excelentemente emitido y proyectado. Sólo le faltó, en el plano actoral, un punto más de expresividad y emoción: si lo consigue, en días sucesivos, logrará un rol perfecto. J osé Bros , siempre intachable, tuvo que hacer el esfuerzo suplementario de adecuar su voz, tal vez algo ligera para el Rodolfo soñado, con oficio de maestro. María José Moreno , siempre elegante y seductora, añadiendo a su atractivo físico el encanto de su voz. Juan Jesús Rodríguez , un Marcello fuera de serie. E igualmente magníficos David Lagares, Fernando Radó y Alberto Arrabal en su doble papel. Una ópera que nadie que ame lo mejor del género debe perderse.

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