Crítica de música
Luces y sombras para un particular viaje al barroco
Giovanni Antonini e Il Giardino Armonico debutaron en el FeMÀS con un concierto con grandes aciertos y algún que otro fallo
Giovanni Antonini: «Hay aspectos muy relacionados en la música barroca y el jazz»

Estábamos a punto de caer en el síndrome de Stendhal: Savall arriesgando todo a su edad y con su trayectoria, la OBS con Antonini en estado absoluto de gracia, Scholl solo, pero sobrado, Pelléas inmenso, y ahora de nuevo ... Antonini con su Giardino . Parecía que el cuerpo no aguantaría tanta belleza; pero ahí estaba el milanés para frenar el desenfreno sensorial.
El inicio fue extraordinario: una quincena de músicos entrando en tromba sobre el 'Concierto para cuerdas' RV 134 de Vivaldi , exhibiendo gran nitidez de contorno, brillantez, conjunción extrema, musicalidad y sobre todo colorido, toda la luz del mediterráneo veneciano parecía concentrada en ellos. Pero es que luego siguieron con el 'Concierto para cuatro violines, violonchelo, cuerdas y continuo' RV 580 y se añadía a lo anterior el virtuosismo de los cuatro violinistas ( Barneschi , Bianca , Bisanti y Beschi ), la calidad de sus propios instrumentos, su afinidad tímbrica y, muy especialmente, el movimiento absolutamente conjuntado que ya sobresalimos en el concierto de la OBS: como tentáculos de un mismo organismo. Los cuatro violines, enfrentados en dos 'contra' dos, producían vertiginosos juegos melódicos cruzados , como quienes juegan un partido de dobles, en el que uno lanzaba una melodía que recogía el contrario y que a su vez devolvía a otro en un movimiento continuo.
No sabemos si es porque Antonini se aburre de tocar siempre lo mismo, porque quiere innovar de forma un tanto pueril sacando 'juguetitos' nuevos o qué, pero el caso es que nos ofreció diversas obritas que vinieron a ensombrecer este exceso de luz. Primero 'So' (Sollima), para un instrumento llamado piri, caña de bambú finita con boquilla de caña y que sonaba a trompetilla de quiosco; y luego 'The Actor with the Monkey' del coreano Isang Yun , imitando con una flauta dulce un instrumento y música chinesca. Esperemos que la ideica no siente precedentes.
Y como por lo visto se entretiene en esto, además de otros compromisos más interesantes (como el de la OBS), parece que no le queda tiempo para repasar obrones como el 'Concierto para flauta dulce sopranino' RV 443, que siempre le ha salido bordado y era el asombro de cuantos se lo oíamos con este mismo conjunto, y que aquí se redujo a un encadenamiento de pifias , tanto en el primer movimiento, donde sistemáticamente se equivocaba en el mismo pasaje, como en el tercero, donde era una detrás de otra. Sabemos que la obra es muy difícil, pero si es algo pasajero por falta de estudio debido a los muchos compromisos. o si es que ya los dedos no le llegan a esa velocidad, habrá eliminarlo del repertorio.
La segunda parte comenzaba con la 'Sinfonía para cuerdas y bajo continuo' RV 169 'Al Santo Sepolcro' de Vivaldi, que ya oíamos a la orquesta de Scholl, liderada -como aquí- por Stefano Barneschi y con Riccardo Doni nuevamente al clave (con tapa en ambas ocasiones), sólo que en esta formación derrochaba color, frente a los tintes desvaídos que señalábamos en la orquesta lusa. A ello siguió una transcripción para chalumeau del 'Cum dederit' ('Nisi Dominus') de Vivaldi, un instrumento entre la flauta dulce y el clarinete, una curiosidad, pero al menos dentro del marco general del programa.
En Locatelli destacaron unos 'pianissimi' absolutamente magistrales, en tanto que sonido tenue sin perder el color, como por el inicio y la conclusión de cada uno de ellos, de una sincronización pasmosa. Y en la muy descriptiva pieza de Farina , sorprendieron por la relajada interacción e implicación de todo el conjunto en celebrar un 'Capriccio' festivo y relajante.
Luego volvió a Corea con otra obra plomiza de Yun, suponemos que para protegernos de tanto sol, terminando con el 'Concierto para violín y continuo' RV 253 de Vivaldi, 'La tempesta di mare' , obra virtuosa donde las haya, pero que Antonini la convierte en un número circense. Es el momento de hablar de Barneschi . Durante todo el concierto terminó destacando incluso sobre sus excepcionales compañeros violinistas, porque es un músico nato, de sonido intenso, expresivo, extraordinariamente elocuente, y que hasta la más humilde frase apianada la dota de luz propia, porque articula y da vida a cada nota. Sin embargo, su capacidad camaleónica puede sorprender: si toca con una orquesta desmotivada, es concertino de los apáticos; si lo hace con violines barrocos de extraordinaria talla, será el capitán de los mejores. Y en ambos casos, ni una mueca expresiva, ni un mal ni buen gesto: todo parecía canalizarlo -y con creces- a través de su violín. Decimos esto porque 'La tempesta' fue la excepción de los dos conciertos: lo vimos apurado, no tanto por ser o no capaz de dar las notas a esa velocidad (que muy capaz y capataz), sino por el sobresfuerzo físico -y psíquico- que le suponía ese tipo de interpretación. Lo hizo extraordinariamente bien, pero consignemos que aparte de lo que significa para el violinista, es que musicalmente es un disparate, un más difícil todavía. Y decimos que el 'tempo' lo impone Antonini porque en todas las grabaciones que tiene con diversos violinistas mantiene esa velocidad desproporcionada y hueca, tan liviana como superficial.
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