Crítica de ópera
Madama Butterfly: Entramos en tromba
Era un placer volver a ver el Teatro de la Maestranza lleno sin un asiento libre para el inicio de la temporada lírica

No recordamos el inicio de una temporada en el Teatro de la Maestranza que comenzara directamente con una ópera , que además coincidía con la primera función en la que se suprimía por completo la distancia de seguridad (no así las mascarillas). Así ... que era un placer volver a ver nuestro coliseo a rebosar de gente , sin un asiento libre, y con una gran expectación ante esta nueva producción de la ‘Madama Butterfly’ pucciniana.
Otro hecho reseñable de la velada fue la ‘espantá’ del protagonista masculino, Amadi Lagha , de especial gravedad, ya que cantó el ensayo general y se marchó: en 24 horas Jorge de León tuvo que asumir el papel de Pinkerton , por lo que agradecemos su valentía y el haber salvado las representaciones.
La producción se sitúa en torno a la II Guerra Mundial , buscando que el estallido de la bomba atómica en Nagasaki (ubicación original de la obra) coincida con la completa destrucción del corazón de la geisha. Aparte de que puede resultar algo forzado y desmedido, deberían saber los directores de escena que en una historia ya de por sí triste y truculenta (lo del niño ya levantó úlceras desde el estreno), añadir todavía más desolación únicamente puede producir en el espectador un cierto distanciamiento emocional.
Con todo, el consabido recurso de un círculo en movimiento estuvo bien aprovechado, con una sincronización pasmosa , ideal para introducir escenas y/o personajes, como el coro en la presentación de Cio-Cio-San, momento de misteriosa y conseguida belleza, o los cambios ‘cinematográficos’ de escena con el despacho del cónsul (si nos tragamos el sapo de que todo sucede en la casa, entera o derruida); en contra, que el mismo coro tuviera desajustes al cantar, sobre todo tras repudiar a Butterfly (‘¡Oh! ¡Cio-Cio-San’), porque al moverse en el círculo sólo podían guiarse por los monitores interiores.
Pero tanto en las escenas referidas como en otros momentos, incluida la sordidez de los dos últimos actos , no era de extrañar que al situar a una mujer de la belleza, gentileza y distinción de la Butterfly entre cascotes y pedruscos, en un escenario postnuclear, ella quisiera quitarse la vida, sin necesidad de que Pinkerton la abandonara siquiera.
Bellísima iluminación
Y si no lo hizo acaso fuera por la bellísima iluminación , por la gama infinita de suaves coloridos, por las luces íntimas de atardeceres y amaneceres o, antes, por las que acogieron el amor de los amantes o tintaron con exactitud el color blanco-azulado de las geishas, manteniendo en todo momento unos tonos de poética apostura , de esa sutileza prístina que anidaba en el corazón de la protagonista.

Porque alguien tenía que hacerlo, y ese no fue Guingal . El maestro francés, de dirección asilvestrada , ‘atómica’, irreverente con las voces, ya comenzó detonando el conocido tema de inicio, ese maravilloso pasaje en el que la melodía va fugándose desde la cuerda aguda a la grave, a donde ya llegó herida y maltrecha, luchando a la vez con los contrapuntos que la van rodeando, en una deflagración continua.
Como él iba a lo suyo, los cantantes se desgañitaron para hacerse oír -y no todos se recuperaron del todo-, y a veces parecía que hacían playback. Pero es que a cambio no nos ofrecía el lado más sinfónico de Puccini , sino que evidenciaba a una orquesta que parecía no haber ensayado, sin ajustes ni dirección. La aparición de Butterfly vino a tranquilizarlo algo, pero recaía de vez en cuando, e instrumentos tan delicados -y más en Puccini- como el oboe o el corno machacaban a las voces, convirtiendo al glockenspiel en el martillo de Thor, cuando el compositor recurre a su exotismo evocativo para no desubicar nunca al espectador. En el delicado coro a boca cerrada apenas se oyeron las voces; si acaso, su eco.
En este punto, los cantantes se vieron muy mediatizados por su labor. El tenor canario es bien conocido en este teatro, donde siempre ha dejado buen sabor de boca . La premura de su presencia, no dejó atrás la potencia de un registro que se erige poderoso siempre que se necesita, con alguna heterogeneidad en él, dependiendo siempre de los requerimientos de los complejos pentagramas de Puccini. Acaso también en determinados momentos su ‘vibrato’ se ha intensificado con el tiempo, aunque se entrega en cada intervención, como demostró en el maravilloso dúo de amor del primer acto, donde cantó con intensidad y calor.
Tres voces para Butterfly
Siempre se ha dicho que hacen falta tres voces para Butterfly , una para cada acto. Aquí nos quedaríamos desde luego con la primera, la de la quinceañera que sueña con su primer amor, de una delicadeza extrema, de una sensibilidad y línea de canto extática. En esos tres años de espera, su canto ha de volverse primero más lírico y después tremendamente dramático ; y aquí su talón de Aquiles, sus limitados graves, que la circunscriben a una expresión más restringida de ese dolor infligido por Pinkerton, y a veces de una cierta ‘corporeidad’ en las zonas medias. Con todo, destacan, además de unos agudos seguros, bien emitidos, y unos filados que controló con un matiz infinito, su entrega y apasionamiento nada fingido, lo que le valió el gran aplauso de la noche.
A su lado, la Suzuki de Coma-Alabert estuvo también correctamente planteada, oportuna y entregada, sobresaliendo en el maravilloso dúo de las flores. El jiennense Damián del Castillo , otra de las víctimas de Guingal, mostró un registro firme y seguro , acaso demasiado, al haber podido ahondar en su horquilla expresiva; muy conseguido su papel conciliador, adaptando su registro al canto con un protagonista u otro.
Nos sorprendió el granadino Moisés Marín (Goro) porque se inició muy templado, pero apenas se empezó el bombardeo desde el foso fue quien más pronto se activó, y no esperó -como prefirieron prudentemente los demás- a ir calentando las voces. También aprovechó acertadamente su doble perfil de casamentero, tanto rastrero antes su ricos clientes como despiadado con la abandonada Cio-Cio-San. Quien no tuvo tiempo para calentar fue López Martín (Bonzo), que ha de salir y marcharse colérico, y creemos que cumplió debidamente, al igual que Díaz (Yamamori) y Larios (Kate).
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete