Crítica de música
Orquesta sin maestro
Una cosa es dirigir a un conjunto musical para que vaya conjuntado y otro dirigir para que una orquesta como la Sinfónica de Sevilla tenga vida propia

La verdad es que este ciclo de solistas y maestros sigue sin encontrar un hueco en la programación de la ROSS. Pensamos que ello es debido a que cualquier músico puede dirigir un conjunto musical para que todos vayan suficientemente conjuntados, y otra ... cosa muy distinta es hacer que la orquesta tenga vida propia , ya sea en un simple acompañamiento como en un diálogo con el solista.
Enrico Dindo es un reputado violonchelista que cuenta entre sus indudables méritos haber firmado una solvente grabación de las 6 suites de Bach para Decca, lo que ya en sí es suficiente prueba de su capacitación para asumir casi cualquier cosa; pero además cuenta con los dos conciertos de Shostakovich , los de Haydn , etc. Y además viéndolo dirigir se sabe que no es la primera vez, que tiene mucha soltura, independencia de manos, y va más allá de marcar compases.
Pero la dirección orquestal tiene que ir más allá. En la primera parte había un problema físico: el solista marcaba la entrada de la orquesta y se sentaba de espaldas a ella, aunque, eso sí, tanto él como Branislav Sisel , que suplía a la guadianesca concertino, estuvieron llevando el ritmo con la cabeza, lo que no dejaba quedar algo grotesco.
Podemos referir esta impresión ya a la primera obra: la de un Strauss joven que ya anticipa en esta obra los arrebatos heroicos que luego confiará al instrumento como protagonista de su 'Don Quijote' . Dindo posee un instrumento de sonido delicado , equilibrado, tierno, que acaso esté más cerca de su manera de interpretar la música que en el carácter de la obra. Por su parte, la orquesta se limitó, como en el resto del concierto, a leer la partitura y, en todo caso, a subir o bajar volumen -de manera global- cuando el músico turinés lo indicaba.
El inicio, en el que algunos estudiosos quieren ver ecos del 'Lohengrin' wagneriano, era un todo que ascendió en bloque hacia la siguiente sección; el final, que hay quien sostiene que casi anticipa algunos rasgos de 'El caballero de la rosa' , Dindo lo dejó en una amable pieza de salón (con orquesta).
Técnica muy depurada
'El canto del menestril' de Glazunov quizá se acercase más ese carácter intimista y melancólico que parecían plantear violonchelista y violonchelo, como para sí, para un espacio interior, todo lo contrario que el brillante 'Rondó' que cerraba la primera parte, una obra de gran virtuosismo a partir de un chispeante tema que da pie a los diferentes y difíciles episodios, que incluyen momentos pasajes con notas sobreagudas que, en general, Dindo supo solventar.
Vimos una técnica muy depurada , una capacidad de fraseo clara, una mano izquierda sosegada que llegaba a las notas sin aparente esfuerzo y un arco que sabía contemporizar las intenciones de la otra mano. Pero nos faltó intensidad, arrebato, ese que tampoco sentimos al oírle la 'Allemande' de la 'Suite nº 6' de Bach, ofrecida como propina.
La verdad es que su lectura de la 'Cuarta' de Beethoven no mejoró mucho nuestra opinión del chelista como director. Mostraba a las claras conocer perfectamente la sinfonía, pero no encontramos apenas intencionalidad en sus planteamientos, así que nos pareció que cada músico tocaba más lo que ponía en su partitura que seguía una idea común del director, que apenas daba entradas, ni matizaba dinámicas por secciones, limitándose a unas funciones muy básicas.
Los desajustes en los violines acaso fuese lo más evidente, pero tampoco las maderas formaron un conjunto -no nos referimos a las brillantes intervenciones individuales de la flauta de Juan Ronda o el fagot de Rosario Martínez -, sino al sonido y a unas intenciones comunes.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete