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Pedro Almodóvar, de puntillas en la cumbre

Bajo los efectos de la película del manchego, también se vio una buena película de Richard Linklater, y fuera de ella la española «Honor de caballería», de Albert Serra

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

ENVIADO ESPECIAL

CANNES. A la temible hora de las ocho y media de la mañana se proyectó por primera vez «Volver»; posteriormente, a lo largo de la jornada, la película de Pedro Almodóvar tuvo otras dos proyecciones, una a las tres del mediodía (no mucho mejor hora, la calorina, la sobremesa y eso...) y otra más, el pase fetén de las siete y media de la tarde, con alfombra roja y con Pedro Almodóvar como un James Bond rodeado de sus chicas, Carmen Maura, Penélope Cruz, Lola Dueñas, Blanca Portillo y Yohana Cobo.

Ahora sería el momento de decir que el éxito fue inenarrable para, a continuación, empezar a narrarlo como un tonto; se nos perdonará esta burla al tópico: lo de «Volver» y Pedro Almodóvar fue un éxito completamente narrable, y he aquí el ejemplo: el público internacional respondió durante la proyección tal que si fuera manchego, riéndose en las risas y apurándose en los apuros; y al final, se coronó con una doble ovación, al salir los títulos de crédito y después al apagarse la pantalla y encenderse las luces. Más tarde, le contaba Almodóvar a la prensa española que lo más difícil de que funcione ese trasvase de líquidos tan locales y tan íntimos (tan manchegos, o españoles) en otros lugares y a otros públicos, es el sentido del humor. «Pues si se han reído -dijo-, eso es que la cosa ha ido bien».

Y en medio de todo ese fulgor, o fragor, con todo el Festival postrado ante él, con unos arriesgados y puede que hasta malintencionados pronósticos que lo señalan ya como el gran vencedor de la Palma de Oro, apareció un tipo tranquilón, sereno, que buscaba más el oído que los ojos de la prensa, que hablaba con suma prudencia y madurez sobre sí mismo y sus circunstancias, que sabe perfectamente quién es y a dónde va, lo que hay y lo que no hay... Almodóvar (y recojo el guante que me prestan y me lo pongo) confesó con asumido y domesticado desgarro y lucidez el estado de su depósito de gasolina, y vino a recitar, sin recitarlo, esos versos de Gil de Biedma en los que ve y dice... «que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde... envejecer, morir, eran tan sólo / las dimensiones del teatro...», rubricados con ese tremendo «ha pasado el tiempo y la desagradable verdad asoma /... envejecer, morir, / es el único argumento de la obra». El camino que ha seguido Almodóvar desde que se subía al escenario de «la movida» hasta el de estar aquí, en Cannes, con su premio indudable y su premio posible, ese camino es el que calificó ayer sin alzar la voz, tan para sí mismo como para los de alrededor, como «demasiado rápido, tan largo pero tan corto».

Bueno, Pedro Almodóvar hizo ayer su trabajo, cumplió los pronósticos de arrasar y construir, y le ensombreció el día al resto del cine que también buscaba su lugar ayer aquí; y entre ese resto, desgraciadamente, la película española «Honor de caballería», que se presentaba en la Quincena de Realizadores y que ya se puede ver en las pantallas comerciales. Su director, Albert Serra, ha pretendido con ella ofrecer una personal visión o versión muy «libre» de las figuras de Don Quijote y Sancho Panza.

En cuanto a la competición, también sufrió ese demoledor «efecto Almodóvar» la de Richard Linklater «Fast Food Nation», una excelente y vitriólica visión de la cabeza americana a través de su estómago, o viceversa, en la que vienen mezclados asuntos como la inmigración ilegal, el tirón de las hamburguesas, el estado de salud de las vacas y de los que se las comen, el modo de encadenar el matadero con la bandeja en la que reina un Big One a la brasa... Se cruzan las historias con la misma peligrosidad y ardor que la frontera mexicana, y al servicio del cine pujante de Linklater (con una filmografía efervescente en la que caben títulos como «Antes del atardecer» y «Spy kids») se han puesto algunos actores de renombre que hacen su gran escena y desaparecen, como Bruce Willis, que lo borda, Kris Kristofferson, Greg Kinnear, Patricia Arquette o Ethan Hawke, aunque el peso, peso de la película (y de sus argumentos) lo llevan Catalina Sandino Moreno, Ana Claudia Talancón y Wilmer Valderrama... Se sacan muchas conclusiones después de ver «Fast Food Nation», pero sobre todo una: muy mal se le tienen que dar las cosas a uno para que alguien lo vea en una cola, por pequeña que sea, a la espera de su Big One. Otro colectivo más al grupo de los damnificados por el cine: tras el Opus por «El Código Da Vinci», tras los británicos por la película de Ken Loach, ahora los restaurantes-bólido por esta película de Linklater.

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