Crítica de música
Un prodigio de riqueza interpretativa
La joven pianista rusa Alexandra Dogvan ofreció un recital en el Maestranza en el que brilló especialmente con Chopin

Qué sea un niño prodigio es un concepto que no sabemos si incluye sólo aquel que hace o sabe cosas impropias de su edad o también alcanza la idea de una madurez anticipada. Lo primero acaso se pueda alcanzar con un estudio intensivo ... desde la más tierna infancia (youtube nos asombra con este tipo de niños); y los jóvenes músicos, por ceñirnos a lo nuestro, son capaces de tocar hoy piezas que hasta hace poco estaban reservadas a los grandes genios . Pero la madurez es otra cosa: si queremos un vino de reserva, necesitamos tiempo, reposo, y no hay atajos (de momento).
Si tenemos que destacar la cualidad más deslumbrante de Alexandra Dovgan es la claridad expositiva . Y aquí la 'madurez' va a medias con la planificación de la obra, con su entendimiento, con el análisis de cada parte, y ahí es donde se puede ver lo que va unido, lo que se contrapone, lo que acompaña, y también ha de advertirse que todo esto no es algo continuo, sino que va cambiando con el desarrollo de la pieza que aborda.
Otro aspecto muy destacado es que controla absolutamente las atmósferas , especialmente las que favorecen momentos cuyas sonoridades pueden resultar 'mágicas', evanescentes. Pongamos el ejemplo del primer movimiento de 'La tempestad', la sonata de Beethoven que abría el programa: el 'Largo' inicial crea una atmósfera suspensiva que resuelve inmediatamente en un 'Allegro', pero el efecto se repite con frecuencia; o el 'Adagio' del segundo movimiento, que abunda durante buena parte del tiempo en una pregunta 'incierta' y la respuesta afirmativa.
Ahora bien, Dovgan apura la sonoridad más etérea , que se hace protagonista al albur de su control sobre las notas medias/agudas que deja flotando en el aire, sin permitir que se agolpen y creen disonancias. La única pega a esto es que el movimiento tiene un tiempo medido, que se diluye con frecuencia con esta lectura y, agotándose el recurso por su misma repetición, cansaba. En la parte óptima, su cuerpo menudo no implicaba falta de fuerza, porque desde una posición ligeramente elevada de sus codos se impulsaba hacia los graves, consiguiendo de nuestro exhausto piano una respuesta bronca y dolorida del pobre. El tercer movimiento dejaba ver otra de sus cualidades: su interés por extraer de las melodías cantables , juguetonas, a la vez que todo un muestrario de intensidades y color verdaderamente sorprendente.
'Carnaval de Viena'
Redúzcase todo esto a las gemas del 'Carnaval de Viena' de Schumann y, en su variedad al aplicar cuanto les decimos, en una pianista que además tiende a la velocidad (como cualquier joven instrumentista), denle un tiempo que ponga 'Muy vivo', y verán lo que es volar. Pero ¿dónde está el límite para que a este apresuramiento no le llamemos precipitación? Pues el criterio es subjetivo, pero debería coincidir con que o sintamos un encadenamiento indiscriminado de notas o que a esa velocidad se sigan oyendo las frases, las preguntas, las respuestas o se reconozca el dibujo de las perlas ensartadas. Y en ella se reconocen.
Sirva como ejemplo la última y 'endemoniada' página , el 'Finale', no sólo por su velocidad extrema, sino porque en ella deben aflorar dibujos melódico-rítmicos, guadianescos contratemas, en un mar de figuras que conforman la trama del acompañamiento, distribuido entre la mano derecha e izquierda además.
Baladas de Chopin
Las cuatro baladas de Chopin figuran en el repertorio de todo gran pianista por dos sencillas razones: son de una dificultad técnica como para impresionar a cualquier público y a la vez son de una belleza que destaca incluso entre la ya atractiva obra de Chopin; y cuanto más de cerca las miramos, más hermosas nos parecen.
En su interior encontramos formas como la sonata, rondó, variaciones, etc., y una técnica muy compleja y no muy usada en el romanticismo ya: el contrapunto, es decir, dos o más melodías simultáneas, que el pianista debe gestionar. Hemos de confesar que acaso esta fuera la mejor prueba de la riqueza interpretativa de la joven , porque su estudio minucioso dio como resultado una expresión muy detallada de las distintas melodías, de sus ritmos de base ternaria, de sus agógicas (variaciones del tiempo) y dinámicas. Es verdad que eso está en Chopin, pero hay que encontrarlo y saber explicitarlo. Y ella sabe cómo.
Y una muestra más de sabiduría: consiguió que el piano exhalara sus terminales alientos de nobleza , algún grave glorioso, cierta frescura en el páramo de los medios y bastante en el fluir de los agudos. ¿Ni siquiera se podría alquilar uno cuando viene un/a pianista que el propio Teatro considera extraordinario? ¿Con cuánta antelación tienen que llegar los intérpretes para sacarle al menos este partido a nuestros épicos pianos (son dos, ambos de la misma quinta, y siguen resistiendo como pueden).
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