Crítica de ópera
Rodríguez, un Gato de ópera a lo grande
El Teatro de la Maestranza acoge 'El Gato montés' con un brillante factura
No terminamos de entender que se haya programado esta ópera a tan «sólo» diez años de la anterior, con las producciones que están saliendo del Teatro de la Zarzuela madrileño, a no ser que se haya pretendido borrar de la memoria colectiva aquella ... astracanada anterior de Plaza, que a su vez enturbiaba la brillante de Plácido Domingo en la Expo.
Por fortuna, esta vez ha habido un trabajo serio en el planteamiento, con control muy bien estudiado de la dirección de escena, que hermanaba alusiones figurativas reconocibles con evocaciones planteadas en el drama. Destacamos el c oso semicircular dividido por 'maderas' -que podía recordar al muy histórico de Ronda-, que se completaba con memorativas pinturas taurinas; o la resolución de la corrida mediante proyección videográfica de unas imágenes de época, la plasmación de las medidas exageradas de los cuernos de los astados en una cabeza enorme de toro, diríamos que minotáurica (con lo que enlazaría con la importancia de este animal en todo el Mediterráneo desde el mito cretense, por cierto, haciéndose uno con el hombre).
También la belleza simbólica de una suerte de cascada de sangre mediante, con dobleces concienzudos sobre tela de paracaídas (nos pareció). Igualmente la iluminación contribuyó a este recurso evocativo, acaso con exceso sobre el rojo como símbolo de sangre, y casi siempre sobre una semioscuridad, sólo aliviada puntualmente por una suerte de patio de fondo algo más 'soleado'. La luna, en cambio, lució llena. Los responsables escenográficos deberían estos días recorrer los 300 metros que separan el teatro de la plaza de toros para ver si desde las gradas notan alguna diferencia entre la luz de una tarde de toros en el coso maestrante y la que ellos nos pintan, si su fotofobia se lo permite, claro. Porque Penella buscaba contrastar la alegría de la escena del pasodoble con la tragedia en ciernes . La penumbra continua no lo consigue, créanlo.
Pero en general, recrearon bien los ambientes, y la aparición del Gato sobre la luna llena de fondo, fue espectacular . Sobre todo si se tiene en escena un porte, una voz, un canto como el de Juan Jesús Rodríguez , quien ya hace casi 20 años, en aquel mítico 'Don Pasquale' que nos dejó boquiabiertos, y con él como un doctor de canto 'asombrosamente maduro', decíamos entonces. ¿Cómo puede conservar su registro con la misma fuerza de proyección, absoluta claridad (más meritoria en una voz grave), corporeidad y fortaleza, manteniendo a la vez una inteligibilidad pasmosa? Probablemente sea por no haber bajado nunca la guardia , por haber mantenido el mismo esfuerzo que cuando empezaba o, seguramente, por haber observado ese 'mandato' sagrado krausiano de no aceptar papeles que no le vengan bien en cada momento de su trayectoria vocal . Es hoy, desde luego, el mejor 'Gato' imaginable, como lo es de los mejores Rigolettos o cualquier rol verdiano que se le presente.
A su lado encontramos a nuestra querida Mariola que, o no estaba en su papel o no era su noche, pero que casi respondía a criterios inversos a los referidos a Rodríguez, por las mismas causas. Un vibrato demasiado presente, un casi murmullo de la zona media baja hacia los graves, mientras que los agudos los forzaba, cuando ella los suele dar sin despeinarse; o una falta de inteligibilidad demasiado acusada. Esperamos la pronta recuperación que ella merece.
Penella bebe directamente en las fuentes de Merimée/Bizet (y de algún modo también de la larga tradición taurina y dramático-musical española), pero el compositor valenciano gira el vértice del triángulo amoroso desde la Carmen explosiva al Gato sin una salida, pasando la amada a emparejarse con el torero, aunque enamorada del bandido. Pero sobre todo es que Penella lo narra desde dentro, desde su amor taurino, de su interés en esos hombres valientes, de honor, que no se achican, y que alcanzan -ambos- la categoría de héroes: Juanillo fue encarcelado y se convirtió en fugitivo/bandolero por defender a Soleá de otro hombre; Rafael la salvó de una vida errática , ofreciéndole el estatus social de un torero de la época. Y en este aspecto el Rafael de Antonio Gandía daba igualmente la talla, con un registro de tenor lírico, que, repetimos, no se achicaba ante el monumental Rodríguez, pero que se veía a todas luces físicamente inferior, con lo que el drama tiene más sentido que cuando nos lo han presentado al revés. Gandía tiene un timbre precioso, clarísimo, muy cuidado en toda su extensión, expresivo y comunicador, y supo transmitir a Mariola extraordinariamente bien.
Buenos secundarios
La obra tiene igualmente una serie de personajes secundarios, entre los que sobresalimos al padre Antón de Simón Orfila . Es un personaje divertido, que tiene su punto y aparte en el relato de la corrida que lee en la crónica de un periódico, y que aquí se toma la licencia en continuarla usando el periódico de muleta. Su voz poderosa, una perfecta articulación, su acentuada proyección y expresividad, tanto musical como dramática, fue otro de los focos de interés del elenco. Todavía joven para tratar como a un hijo a Orfila, el tinerfeño Fernando Campero lució un registro prometedor , bien colocado, acaso algo tenso todavía, pero que nos alegra poder oír nuevas y tan interesantes voces. En las voces femeninas más graves destacaron la gitana de Sandra Ferrández , a quien recordamos de 'La verbena de la Paloma' por su buen trabajo, que aquí también repitió, aunque empezó algo oscura y su dicción se fue aclarando, aunando sus dotes musicales con las teatrales; y por otro lado la Frasquita de María Rodríguez , que en el tercer acto vistió su voz de gallardía y presencia. Escolanía y Coro muy bien, como de costumbre.
Díaz vuelve a pinchar. Con la orquesta de caramelo que tenemos, él la lanzó contra las voces y nos olvidamos de los detalles. Como conducir un Ferrari con la L detrás. Penella rogaba que no lo compararan con Wagner porque sabía que es un músico incomparable («fuera también injusto recordarme a Wagner , a quien no profanan mis modestas semifusas»); pero como aquél, él completó el texto y la música, y además recurrió a una especie de leitmotiven («y recordando el «leitmotiv» de los maestros, aderecé, anuncié, cambié de tono y de intención aquellos temas y motivos, según el momento dramático»). ¿Dónde estuvieron? Los que salieron es que era difícil esconderlos. Rodríguez y Orfila, prácticamente, fueron casi los únicos a los que no pudo tapar. Aunque las texturas no son complejas, necesitan de una claridad expositiva, intencional, colorista… pero de acuarela, no de cubo de pintura. Incluso en las partes más camerísticas, como menos instrumentos, parecían salidos de una charanga.
Pero el resultado global fue más que positivo: como para compensar la cojera argumental de Penella de eliminar al torero en el segundo acto, la dirección de escena se mostró especialmente brillante casi a partir de ahí , con recursos imaginativos y acertados, además de contar con coreografías breves pero muy acertadas, que contemporizaban el flamenco con la danza de nuestros días, evitando caer en clichés demasiado obvios.
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