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ROCK ALTERNATIVO

Söber: «Hay muchas melodías del heavy que vienen de Mozart»

El grupo de rock alternativo presenta este jueves en la Fnac de Sevilla su disco «La Sinfonía del Paradysso», grabado junto a la sinfónica O.C.A.S

Carlos Escobedo, vocalista y bajista de Söber J. Bragado

EZEQUIEL MENDOZA

Rock alternativo, Ennio Morricone y Beethoven. Estos son los ingredientes, entre muchos otros, de uno de los trabajos más arriesgados de Söber: «La Sinfonía Del Paradysso» . En el decimoquinto aniversario de la publicación de uno de sus grandes éxitos, «Paradysso», la banda madrileña, junto a 40 instrumentistas de la sinfónica O.C.A.S , ha revestido sus canciones con nuevas sinfonías, matices y colores.

Con este nuevo disco, el grupo de rock quiere girar por los teatros y auditorios de toda España, con una puesta en escena diferente a lo que venían haciendo anteriormente, pero sin perder la esencia de su música. Söber estará este jueves en la Fnac de Sevilla presentando este nuevo trabajo que su vocalista, Carlos Escobedo, desgrana para ABC de Sevilla.

¿Cómo ha sido el proceso de grabación de este disco con la O.C.A.S.? Muchos músicos en una misma sala, ¿no?

[Risas] Así es. Lo que quisimos hacer con el tema de la grabación era, por un lado, grabar en Madrid todo lo que eran las bases rítmicas. Todo lo que eran las baterías, los bajos y las guitarras. Luego, nos subimos a Oviedo al auditorio, a grabar con 42 o 43 músicos. Lo que buscábamos sobre todo de la orquesta era el ataque, la fuerza. Sobre todo porque habíamos visto que en grabaciones donde se incluía una sinfónica, el grupo se quedaba un poco más «light». No es por buscar símiles, pero de repente oías lo de Kiss o lo de Metallica, y las guitarras siempre estaban un poquito por debajo, ¿no? Porque la orquesta come mucho espectro a nivel sonoro. Lo que buscábamos de la orquesta es que fuera muy roquera, muy agresiva. Para ello, subimos una unidad móvil con 42 o 43 micros que van muy pegados a los puentes justo donde está el roce del arco, para sacar esa agresividad. Experimentamos con eso y fue un poco la suerte del principiante, porque hasta entonces no había precedentes en el rock de grabar un disco de estudio con una sinfónica, casi siempre era en directo. Apostamos por lo que creíamos que nos iba a funcionar y, cuando llegamos con todas las tomas a Madrid a mezclar y demás, nos quedamos muy tranquilos porque realmente estaba funcionando. Fue bastante largo, eso sí, el proceso de mezcla. Porque no todas las canciones tenían la misma composición sinfónica. Muchas canciones tenían arreglos más agresivos y otras no… Estuvimos más de tres semanas mezclando. Ha sido un disco bastante largo de hacer. Bonito, porque hemos disfrutado mucho, pero largo.

Pasáis de grabar vuestros últimos discos con Warner a hacerlo con El Dromedario Records. ¿Cómo ha sido ese proceso?

Bueno, desde hace muchos discos nosotros lo grabamos primero, lo saque quien lo saque. Mira, el propio «Paradysso» nosotros nos metimos en el estudio a grabarlo y no sabíamos quién lo iba a editar. Luego fue Muxxic la compañía que lo sacó, hace más de quince años. Porque no queremos y no creemos que una compañía discográfica tenga mucho que aportar a un grupo que lleva ya equis tiempo y que tiene su estilo y sabe hacer las cosas. ¿El tema de la edición? Ahí si te puedo dar más diferencias. Warner no deja de ser una multinacional donde todo está muy encasillado. Tiene una fórmula de trabajo y de promoción que... no les saques de ahí. Hacen la misma promoción para el Rulo, para Mago de Öz, para Söber, para Rosana incluso… Les da un poco igual en ese sentido. Tienen unos medios de comunicación y una forma de promoción. Y Dromedario, lo que tiene, es que es una compañía de músicos, para músicos. Te da un entendimiento mucho mayor. Lo estamos haciendo un poco más, como si lo estuviésemos haciendo nosotros. Es más sencillo y más práctico.

El primer single que sacáis de este disco es «Arrepentido». Tras tanto tiempo en la música, ¿se arrepiente de algo?

Bueno… [Suspira]. La palabra «arrepentirte» suena muy duro. De muchas cosas… sobre todo, más de las que has hecho, de las que no has hecho. Ese tipo de cosas de «joe, deberíamos haber hecho esto…». Yo tengo eso ahí de no haber hecho un disco acústico, por ejemplo. Tienes ahí esos sueños que, bueno, un día, como esto de la sinfónica… Yo lo tenía en mente desde hace tiempo y a día de hoy lo estamos presentando. Esperemos que no se quede nada en el tintero y podamos hacer todas esas cosas que tenemos ahí dentro de nosotros a nivel musical y artístico y dar rienda suelta a todas esas cosas que nos gustan.

A pesar de que bandas como Kiss o Metallica han tenido proyectos parecidos con una orquesta, ver a una banda de rock rodeado de una sinfónica en un teatro parece que genera cierta controversia, ¿no?

Bueno, controversia sobre todo porque es a lo que estamos acostumbrados. Veías un Woodstock y el rock siempre era ese punto de festivales grandes y tal. Pero, cuando ves a la gente disfrutar, que están en un teatro sentados, y el rock les transmite una emoción que a lo mejor no se ve reflejado con saltos y grandes aplausos. Simplemente con una emoción, un brillo en los ojos, se eriza la piel. Yo creo que todos hemos pasado por eso. Con algunos grupos no vas en el coche y vas a estar todo el día cantando. Hay canciones que te pones y las disfrutas de otra manera. Buscamos eso, que el público pudiera disfrutar de unos Söber más profundos y más épicos. A las pruebas nos remitimos. Cuando salieron a la venta las entradas de ese primer concierto del Palacio de Congresos de Madrid, ese primer día creo que se vendieron unas 700 entradas a 50 euros. O sea… Eso, realmente, lo hace la demanda. El público se lo imagina, piensa que va a estar genial, se compra la entrada sin haber oído un acorde. Estamos acostumbrados a que el rock se ve en grandes estadios y luego lo llevas a una gira de teatros y a la gente también le gusta.

La orquesta, además, aporta colores y matices nuevos a estas canciones, dando un aire como de banda sonora, muy a lo Morricone en algún aspecto.

Sí, exacto. Justo se buscaba eso. Para nosotros Morricone ha sido un gran precedente porque en momentos de una película sin que pasara algo, daba una tensión… Y es un poco también lo que queríamos buscar. Hay un poco con «La Sinfonía del Paradysso» que tienen que ver con películas como James Bond, y otras un poco más épicas como Gladiator. Entonces, pasamos un poco por eso. En una canción, buscar las imágenes. Hace poco que salió el disco, el 4 de mayo, y los primeros comentarios que hemos recibido es que a la gente le ha emocionado. Más que «encantado» o «menuda caña»… No, «me ha emocionado». Eran canciones que estaban ahí, en el recuerdo, y al oírlas con una sinfónica han tomado una amplitud mayor. Suenan más grande y parece que hasta la letra te está transmitiendo más.

Con «Paradysso» llegasteis a sonar por primera vez en Los 40 Principales. Por aquél entonces, quizás, se buscaba romper algunos moldes, mostrar cosas nuevas. Hoy en día, a pesar de vuestra trayectoria, parece algo más difícil que suceda, ¿no?

[Risas] Hombre, ahora sonar en una radiofórmula pura y dura es inviable. Pienso que todo ha cambiado muchísimo. La radio, a día de hoy, se busca dejarla puesta y que no te moleste, como un hilo musical. Diferente a como era entonces, poner «lo nuevo de», descubrir nuevos grupos… Ahora para eso ha quedado más YouTube o Spotify. Creo que las plataformas digitales han reconducido la música. Por eso todas las cadenas buscan no descubrir a nuevos grupos. Ahora mismo, sonar en radio, es muy complejo.

¿Se ha convertido el rock en una minoría?

Minoría… no lo creo. Vemos imágenes del Viñarock y las imágenes son aplastantes, de gente...

Sin tener en cuenta los festivales, claro. Ahora es más difícil llenar un estadio o un auditorio, ¿no?

Sí… Los grupos nacionales lo tienen complicado. Pero sí es verdad que viene Kiss o Metallica al Palacio de los Deportes, y lo llenan. O sea, sí que es cierto que la música está muy viva. Y los festivales y todo han traído a muchos grupos que sí que en Estados Unidos lo están pasando mal. Estuve a primeros de año en Los Ángeles y aquello que habíamos vivido de «la cuna del rock» estaba muerto. Muchos de los grupos, hablando con Myles Kennedy, el cantante de Slash, decían que se están viniendo a Europa, porque el euro está muy bien y hay muchos festivales. A lo mejor se instalan un verano en Alemania y hacen todos los festivales de Europa. Porque allí en Estados Unidos están más muertos. Creo que en España hay muchos conciertos y festivales, pero el grupo nacional lo tiene más complicado. A parte, nosotros tenemos cerrado el Rock Fest como apuesta de un festival valiente, pero los festivales, al final, como uno que hay aquí en Madrid, que no voy a decir el nombre, que todos los cabezas de cartel son los internacionales y para los nacionales queda una carpa en un sitio y abajo todos los nombres en chiquitito en el cartel. O sea, realmente esa es la importancia que le dan a grandes bandas de rock de este país. Creo que es también el reconducir y hacer ver que luego llega un Fito y te hace el Palacio de los Deportes, o Extremoduro y lo revienta. Creo que el rock nacional habría que potenciarlo más.

Con este nuevo show que proponéis en los teatros, rodeados de una sinfónica, hacer el gesto de la mano cornuta ante un solo de violín es posible también, ¿no?

Sí, también se puede porque hay miles de melodías del heavy que vienen de Mozart y de Beethoven. No es la primera vez que grupos de heavy que han cogido una parte de Vivaldi, por ejemplo, y la han repetido porque eran los grandes precedentes a nivel de composición. Creo que la música clásica puede llegar a tener más fuerza y más emoción que el propio heavy porque, si tú a esa música le quitas la distorsión y toda la parte electrónica, sería muy ñoño. Sin embargo, un violín puede sonar lo más melancólico y lo más triste o duro. Entonces, nosotros tratamos de compaginar todo ese tipo de cosas y emociones y en un mismo concierto hay momentos para estar sentados, para disfrutar, para levantarse, para sacar los cuernos, como bien dices tú, para gritar… Eso es lo bueno de un teatro, que puedes pasar por tantos momentos que a la gente las dos horas se le pasa volado. Tengo amigos que estuvieron en nuestro concierto y pasábamos del llanto y veías al de al lado llorando, que se salía del sitio y se iba a otro lado. Cada uno en su mundo. Eso es vital.

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