Locus amoenus
La tapadera sevillana de Somerset Maugham
¿Por qué recordamos a Maugham como un enamorado de Andalucía si deploró la comida, le horrorizaron los pueblos y los andaluces le parecieron perezosos y potenciales criminales?

Al escritor Somerset Maugham (1874-1965) uno se lo imagina mejor en el bar del Raffles Hotel de Singapur o preparándose un cóctel con su shaker de viaje mientras remontaba el Congo, antes que al pie de la Giralda o haciendo el Camino ... del Rocío. Sin embargo, Maugham es recordado como un enamorado de Andalucía en general y de Sevilla en particular, amor harto inverosímil a tenor de las perlas que dejó escritas en su Andalucía, la tierra de María Santísima (1905).
A los 23 años Maugham ya había cosechado un éxito tan grande con Liza of Lambeth (1897), que abandonó la medicina para ser escritor. Su consagración internacional la alcanzó con Servidumbre humana (1915), y gracias Al filo de la navaja (1944) vendió 35 millones de ejemplares de sus obras. Hoy nadie lo recuerda porque las ventas y la buena literatura no siempre van juntas, aunque cuando visitó Andalucía era 1898 y era un completo desconocido, anonimato que quizá estimuló su sinceridad.
Nada más comenzar el libro, Maugham se despachó contra Bartolomé Murillo: «A pesar de los evidentes defectos de Murillo, toda Andalucía aparece ante nuestros ojos cuando atravesamos el Museo de Sevilla» (cito siempre la traducción de Isidoro Gelstain en la edición argentina de Caribe, 1947). El río Guadalquivir tampoco lo impresionó porque «no es más que una especie de fango amarillento» y la pereza le pareció la seña de identidad de la ciudad: «Los sevillanos no son ambiciosos, y no se preocupan mucho por hacer fortuna. Mientras tengan lo suficiente para comer y beber -el alimento es muy barato- y para comprar cigarrillos, lo demás no les interesa y son felices con eso». Acostumbrado a las zonas residenciales de Londres, Berlín y París, Maugham destacó: «Una de las peculiaridades de Sevilla es que no hay ningún barrio particularmente elegante», pues «al lado de un magnífico palacio hay casi siempre una humilde choza». ¿Le molestarían las chozas o los palacios? Lo dejo a la imaginación del lector.
Somerset Maugham no tuvo una opinión positiva de la sociedad andaluza, porque insinuó que no conoció a ningún extranjero «que me hablara bien de los andaluces», a quienes encontraba vanidosos -«les agrada verse continuamente en la posición más brillante, situados siempre en la cima del vicio o la virtud, a plena vista de sus prójimos»- y sobre todo estirados: «un sevillano con apenas los mínimos derechos a la respetabilidad preferiría morir antes que llevar un paquete por la calle, pues, por pobre que sea, alguien debe ejecutar por él tarea tan indigna». Y teniendo en cuenta lo que sabemos acerca del mal beber y peor comer de los ingleses, a uno le sorprenden las líneas que siguen: «los andaluces son muy sobrios en el comer, lo cual no es de extrañar, pues la comida española es abominable. En cambio, son con mucha frecuencia borrachines. Me atrevo a decir que, en proporción, se emborracha tanta gente en Sevilla como en Londres».
Como cualquier visitante, Maugham visitó la catedral, el alcázar y las iglesias principales, pero además se empeñó en conocer la cárcel y de aquellas páginas extraigo con pinzas una opinión arbitraria: «en Andalucía todo el mundo es un criminal en potencia». Uno pensaría que pudo tratarse de un patinazo, pero en el capítulo dedicado a los toros descubrimos que lo decía muy en serio: «Así como todos los andaluces son criminales en potencia, puede afirmarse que todos son también probables toreros». Con todo, el autor de Al filo de la navaja realizó un esfuerzo mayúsculo para describir cada una de las partes de una corrida, concluyendo que el espectáculo: «Es sin duda vicioso y degradante, pero con el constante peligro, la destreza exhibida, el valor, las huidas por un pelo de una muerte segura y las catástrofes que ocurren de vez en cuando, tonto sería negar que puede haber pasatiempo más excitante». La parte sevillana del libro se cierra con un recorrido a caballo por Carmona, La Luisiana, Écija, Marchena y Mairena del Alcor, donde el novelista británico rajó contra la gente, las tabernas, la comida y los chinches de las posadas. ¿Cómo se explica entonces su presunto amor por Sevilla? Porque los viajes fueron la tapadera de su doble vida.
Maugham regresó muchas veces a Sevilla, porque en la España franquista su dinero compraba discreciones, ya que viajaba con sus amantes Gerald Haxton o Alan Searle, mientras su esposa y su hija permanecían en Londres. Todo esto lo sabemos gracias a The Secret Lives of Somerset Maugham (2010) de Selina Hastings, basada en su correspondencia privada. Andalucía, la tierra de María Santísima no se publicó en España hasta 2005, pero cuando Maugham visitó España por última vez en 1954 fue entrevistado por César González-Ruano, quien escribió: «No sé lo que ha pasado con él en España, que en los círculos intelectuales no se le ha acabado de estimar nunca». Aquel mismo año, el editor de Somerset Maugham convocó a críticos, escritores, académicos y periodistas británicos a participar en un libro de homenaje por los 80 años de la estrella de su catálogo. Nadie acudió al llamado. Ni siquiera María Santísima.
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