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Martin Scorsese

El legendario director opta a once Oscar con «La invención de Hugo», una fábula fantástica donde rinde homenaje al cine, la literatura y la tecnología soñadora

P odría resultar complicado entender qué llevó a Martin Scorsese, sinónimo de celuloide oscuro, grafico y violento al estilo de «Toro salvaje», «Taxi Driver», «Uno de los nuestros», «Infiltrados» o «Shutter Island», hasta una historia familiar, en 3D y con alma fabuladora como «La invención de Hugo». Pero la explicación es sencilla: fue su hija de doce años quien le descubrió el libro de Brian Selznick alrededor de un niño huérfano con vocación de relojero que, en el París de los años 30, vivirá una aventura mágica cuando intente reparar un enigmático robot. Posiblemente lo que le terminó de encandilar a Scorsese fuera que la historia estuviera basada en la vida del cineasta George Méliès (a quien da vida Ben Kingsley, que confiesa que se inspiró en el propio Scorsese para su trabajo), autor de fantasías clásicas como «Viaje a la Luna».

—«La invención de Hugo» es, ante todo, una celebración cinéfila, un filme inteligente y sin cinismo. ¿Se decidió a rodarlo por su pasión por la historia del Séptimo Arte?

—Seguramente, aunque también buscaba que fuera un filme sin mensaje. Lo mas importante cuando empecé a rodar era el protagonista, este niño que anda abandonado por las calles de París. Ante todo era su historia. Luego vinieron más cosas, claro. Por ejemplo, la conexión entre la historia del cine y mi pasión por la restauración de películas y la investigación de antiguos realizadores. En esta película, el cine es la conexión que une todos los elementos, la máquina que se convierte en el nexo emocional entre el niño, su padre, Méliès y su familia. Al final hablo de cómo estas personas se expresan emocional y psicológicamente utilizando la tecnología.

—¿Esa oda a la tecnología es una justificación para el uso del 3D?

—Es que tampoco comprendo qué hay de malo en ello. Siempre me ha gustado el 3D. Vivimos en 3D. ¿Por qué no rodar una película con ese sistema? El futuro del cine, después de «Avatar», está en el 3D. Es el arte de este milenio y, cuando me planteé rodar un filme para toda la familia, lo primero que me cuestioné es si el héroe podía aguantar un plano en 3D. La respuesta fue afirmativa. Espero que el público sepa disfrutarlo porque es precioso ver una película que responde emocionalmente a sus imágenes. Además, no es ningún invento moderno. Recuerdo que, cuando era un crío, fui a ver «La mujer y el monstruo», «Vinieron del espacio» y «Bésame Kate». Todas se estrenaron en 3D. Y era en 1953, 1954, así que...

—¿Qué descubrió rodando en 3D, cuál fue la aportación a su forma de trabajar?

—Yo siempre me he preocupado especialmente del proceso mecánico de crear una una película. En este caso, me fascinó la trascendencia que este sistema puede tener en la historia del cine. Igual que Méliès utilizaba la magia de la ilusión y los efectos ópticos para sorprender al público hace 110 años, yo trato de hacer arte con mi trabajo. Cada secuencia de este filme está estudiada de tal forma que sirva para cambiar la narrativa de mi estilo a la hora de contar una historia de forma muy natural, sin utilizar trucos ni trampas. Ha sido una liberación para mí, una experiencia bellísima, ya que los actores parecían esculturas en movimiento, casi bailarines.

—También ha sorprendido su salto al cine familiar, aunque usted ha tocado multitud de géneros.

—¿Te imaginas una de mis historias sobre la mafia en 3D? (risas). La verdad es que quería hacer una película que mi hija pudiera ver. Tengo mucha suerte porque, a mis casi 70 años, tengo una niña de doce años. Ya tuve hijas con 30 años, y luego otra a los 57, y somos básicamente amigos. Pero con la pequeña es otra cosa: cuando voy a trabajar puedo ver el mundo desde sus ojos. Ella me dijo que tenía ganar de ver alguna de mis películas, y me ofreció leer ese libro tan fantástico. Me aseguró que me iba a encantar porque era un gran libro. Y desde luego que tenía razón.

—¿Describiría «La invención de Hugo» como un filme de fantasía?

—Sí, aunque no al estilo de «Harry Potter», desde luego. Es fantasía porque un dragón aparece en una ventana, pero no lo es porque forma parte de la mente de los personajes. He intentado que todo lo que ocurre en el filme parezca real. La imaginación queda a un lado porque son los mecanismos interiores de las máquinas los protagonistas, desde un reloj, hasta una locomotora. He tratado de mostrar el alma de los objetos para quedarme en la cabeza del público y no tanto en su corazón. Creo que he experimentado a muchos niveles con este filme.

—Últimamente también ha triunfado en la pequeña pantalla gracias a «Boadwalk Empire». ¿Piensa seguir explorando este medio?

—Eso espero. Depende de que la televisión nos siga brindando la libertad de crear otro mundo, u otra forma de expresión, donde desarrollar personajes dentro de una narrativa histórica. Al joven Scorsese ya no lo reconozco en mí; sé que está todavía ahí, pero es casi como un sueño, no sé realmente lo que ha sucedido con él (risas). Estoy tratando de encontrar la manera de seguir interesándole en el trabajo, de animarle a conocer gente; la curiosidad de ese Martin es lo que me lleva a rodar, pero el significado de cada proyecto es ahora diferente. Siempre he batallado con la naturaleza que rige el sistema de Hollywood y he tratado de encontrar mi propio camino en la industria. Y así quiero seguir.

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