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Bienal de Flamenco de Sevilla 2018

Rocío Molina y su maternidad

La bailaora malagueña estrena en el teatro de la Maestranza «Grito pelao» junto a Silvia Pérez Cruz

Rocío Molina junto a Silvia Pérez J.M.SERRANO

Marta Carrascio

Rocío Molina lo anunció antes de que sucediera: quería quedarse embarazada y de consumarse, haría de su proceso de embarazo una obra para la escena. El embarazo, por inseminación artificial, tuvo éxito, y la bailaora comenzó su propia reflexión desde su concepto escénico acerca de la maternidad, el hecho de tener un hijo, sus miedos y sus deseos.

Los hombros del teatro están desnudos. Toda la escena llena de arena blanca y en el medio, una alberca cuadrada con agua. Los músicos en un lateral y tres mujeres se reparten por el espacio. Son tres, pero en realidad casi son cuatro, porque ahí está Juana, la hija que espera Rocío, de casi siete meses de embarazo, que luce con la naturalidad de la maternidad.

La madre de Rocío Molina, Lola Cruz , habla con su hija. Y bailan. La obra comienza con el tango de la Vía láctea de Silvia Pérez Cruz. Baila Lola Cruz y Rocío a boca de escenario repite los pasos. No es casual que la madre de la bailaora esté en escena. Primero fueron conversaciones, y luego Molina la incorporó como una más. Lola Cruz bailó en Bruselas. Fue uno de los «petits rats» que Maurice Béjart formara para el teatro de la capital belga. Luego volvió a España y dejó de bailar.

Rocío nos cuenta su historia, pero incluso va más allá de la maternidad. Habla de que no sabe mover sus caderas como una mujer, «las muevo como un hombre» , dice. Le pregunta porqué se llama Rocío, y ella y su madre de rodillas recorren un pasillo mientras le explica que se iba a llamar María, pero que prometió tras un problema en el embarazo, presentarla a la Virgen del Rocío, «no somos muy creyentes, pero sí tenemos devoción por la Virgen», le dice la madre a Rocío.

Pone Molina sobre el tapete y no veladamente, cómo le critican su forma de bailar, y lo hace ante su madre y ante Silvia Pérez Cruz que se mueve por el escenario perdiendo el carácter de cantante sobre el taburete. Los dibujos de Carlos Marquerie , también director artístico, van cambiando el fondo del escenario.

Silvia Pérez Cruz es como una acompañante, una comadrona de esta mujer que insólitamente en el mundo del flamenco ha contado sin tapujos todo su proceso de embarazo, desprendiéndose de sus inseguridades y sus miedos.

Silvia Pérez Cruz también es madre y cuenta en cómo cuando estaba con contracciones una mujer negra le puso la mano en el hombro, y entonces «sentí una cadena de mujeres» , rememora con ternura.

«Grito pelao» es una obra que no tiene los ritmos trepidantes de otras creaciones de Molina. La bailaora ha escuchado a su cuerpo, que le impone otro tempo y baila por taranto a lo «Fernanda Romero», con el pelo suelto y con crótalos, girando compulsivamente la cabeza. Baila una soleá , deconstruida en un ritmo más cadencioso, y zapatea por bulerías, sentada, con las palmas de Oruco.

La bellísima voz de Pérez Cruz lo inunda todo, incluso se atreve en algún momento a introducirse en el universo del flamenco a su forma. ¿Quien le cantará a tu madre?, le pregunta la cantante a la bailaora. «Te hice para encontrarme», dice el verso de Anne Sexton que inspiró «Grito pelao».

Bellísimas imágenes, que conluyen con una maternidad que no es el final. Rocío Molina se despoja de toda su ropa, se mete en esa alberca mientras Silvia canta. Hay momentos desgarradores y otros de gran ternura. Ambas hacen partícipe al público de toda su vida y sus inquietudes.

Dos horas de danza, cante, flamenco canciones (inglés, español y catalán), y performances. Quizás el espectáculo ganaría más si se acortara la duración del mismo, porque al final se pierde esa intensidad con la que había comenzado esta obra tan sincera que a veces duele.

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