Crítica de Danza
El Bolero... hasta la extenuación
Jesús Rubio presenta en el teatro Lope de Vega una versión de Ravel en danza contemporánea

Creador por Maurice Ravel y estrenado en la Ópera Garnier de París en el año 1928, «Bolero» es una de las partituras más conocidas de la música impresionista. Dedicado a la bailarina Ida Rubinstein, componente de Les Ballets Russes de ... Diaghilev, la partitura, inspirada en danza española, abarca 15 minutos de trepidante música caracteriada por un ritmo y un tempo invariables en un 'crescendo' permanente.
El coreógrafo Jesús Rubio llevaba varios años barruntando el montaje del «Bolero» cuando surgió la coproducción con el Teatro Canal de Madrid y Mercat de les Flors de Barcelona, y se pudo hacer realidad. La pieza, presentada con el nombre de «Gran Bolero» , está interpretada por doce bailarines, seis de Madrid y seis de Barcelona, en ese necesario intercambio que precisa el arte, sea el que sea.
La coreografía de Jesús Rubio mereció en el año 2020 el Premio Max al Mejor Espectáculo de Danza y por fin ha llegado a Sevilla, al teatro Lope de Vega, que nos augura una mayor programación dedicada al arte de Terpsícore.
Pero, ¿cómo alargar la música de quince minutos a los cincuenta de esta pieza? Jesús Rubio ha contado con el el compositor José Pablo Polo, quien tomando la partitura, la deconstruye por grupos de instrumentos en una primera parte de la obra, comenzando por la percusión a la que van siguiendo, paulatinamente, cada una de las familias de viento, madera, metal..., que intervienen en este «Bolero», creando un efecto de crescendo extenuante.
La danza no se queda atrás, porque los bailarines comienzan con complicados movimientos siempre en círculo sobre el escenario, donde hay cruces y giros hasta que al final se reúnen todos en círculo casi ceremonial.
El espectáculo es de una precisión coreográfica agotadora. No sólo porque los bailarines deben casi contar los compases a la hora de realizar las distintas mudanzas de la pieza, sino porque la más mínima vacilación haría que esta coreografía, eminentemente coral, quedara en evidencia. No es así. La obra ha ido creciendo desde su estreno, y a pesar de la incorporación de algún intérprete nuevo, la coordinación es absoluta. Giran, se retan, hacen portés a ras o a media altura, hay combinaciones de dos y de tres que se mueven en medio de la circunferencia del resto. Los bailarines no descansan apenas . La exigencia coreográfica es inmensa y ellos son generosos. La obra culmina con la misma fuerza que lo hace la partitura, arriba del todo, con una especie de extenuación, de grito que rompe en el teatro y con una luz cegadora que parece hacer desaparecer a los hombres y mujeres de esta excelente creación que nos dejó a todos con el espíritu muy arriba. Más danza en el Lope de Vega, por favor.
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